Partido

13/8/2015|1376

Mica frenaba el viento


Mediados de marzo. El otoño traía viento y una campaña electoral. La tarea: colocar una mesa en el Obelisco y agitar la campaña electoral, para las Paso de la Ciudad, todos los días de la semana. Todos los días, hasta el anterior a la veda. Las instrucciones eran “colocar una mesa en el Obelisco” y nada más. ¿En dónde? En el Obelisco. ¿Pero en qué parte? En el Obelisco. Ok. Ahí fui. Con una mesa, un banner y una bandera del FIT. Nada más. Suelto la mesa frente al Obelisco. Me sentí desolado. Centro de Buenos Aires. Un monumento se yergue indiferente. Una mesa y un militante. ¿Acá estará bien? ¿O más allá? Ya fue. No sé. Supongo que acá. “Acá” era el anexo norte de la Plaza de la República. Despliego la mesa. El Obelisco proyectaba su sombra hacia el anexo sur. El sol iba a tomarse su tiempo para cruzar el microcentro, pero la sombra del Obelisco nunca iba a cubrir el anexo norte, sino que se iba a desplazar desde Cerrito hasta Carlos Pellegrini, atravesando todo el anexo sur. El sol iba a ser eterno ese otoño. Frente al Obelisco, en el medio de la calle más ancha, los edificios no llegan a ofrecer resguardo de los rayos solares. Tampoco hay amparo del viento, que se mueve a lo largo de la avenida con absoluto despotismo, sin que alguna construcción frene su marcha. Por eso, colocar el banner era una tarea imposible. Apoyado en un poste, al primer intento tuve que ir a buscarlo a la mitad de la calle. No había piedra que brinde el peso necesario. El viento iba a ser implacable ese otoño.


Desistí del banner. Sólo una mesa y un militante al lado de un monumento que daba sombra. Horas bajo el sol y asediado por el viento. Los materiales de proselitismo se repartían con dificultad. “Zona complicada”, pensé. Turistas y ejecutivos por doquier. Yo estiraba el brazo agarrando una plataforma, pero el viento la doblaba y me envolvía la mano con ella. Agarrar este material requería un esfuerzo mayor del que la mayoría estaba dispuesta a realizar en la vorágine del microcentro. Me ardían los brazos quemados. Un cantero era el asiento perfecto. Saco de la mochila el equipo de mate que traje de casa. Me tomo uno. Me tomo otro. Escondo la vista del sol.


– ¿Estás solo haciendo esto?


Levanto la mirada. Su cara no me era familiar. Me apresuro a responder con un “sí” nervioso. No digo nada más. Ella seguía ahí.


-Pero es una tristeza esto -me dice.


La conversación me ponía nervioso.


-Bueno, es lo que hay -le digo, tratando de ser amable. No digo nada más. Ella seguía ahí.


-Soy del Partido, eh -aclaró.


-Ahhhh…. Ok -dije riendo.


-No soy una loca que le habla a la gente porque sí.


-No, no pensé eso -le mentí.


-Che, pero en serio. Es una tristeza esto: ¿por qué estás acá solo?


-Porque somos pocos los que tenemos la mañana libre. La mayoría trabaja.


-Ah, claro. A mí también me habían dicho. Pero trabajo a esta hora.


-No te veo trabajando mucho…


Se ríe.


-Salí a comer. Trabajo acá cerca.


-Ahhh…


-¿Y vas a venir toda la semana?


-Todos los días. Hasta el día anterior a la veda.


-Ufff…


Silencio.


-Bueno… -dice- ¿No tenés algo más para tener una mesa menos triste?


-Tengo un banner, pero el viento me lo voltea.


-El viento acá es terrible. Tenés que ponerle una cinta y listo.


Una cinta, claro. ¡Qué pelotudo! No traje nada.


-No tengo. ¿Tan mal se ve?


-Sí, terrible. Ahora cuando vuelvo de comer te traigo si querés. Porque esto es un bajón.


-Ah, no. Tengo hilo en la mochila. Eso me parece que va a servir.


-Sí, seguro. Y la mesa en la esquina se vería mejor.


-¿Te parece? -le dije, pensando que era una criticona.


-Sí, ni hablar.


-Voy a ver qué hago.


-Bueno, me voy a comer. Nos vemos a la vuelta.


Se fue. Me quedé un rato pensando. Saqué el hilo de la mochila. Volví a armar el banner y lo até. El viento se empecinaba en voltearlo, inútilmente. Muevo la mesa hasta al lado del semáforo y, en el medio de una y otro, desplego la bandera del Frente de Izquierda, atándola es sus extremos. Reanudo mi actividad.


-Bueno, va mejorando un poco.


Ella volvió de comer y reanudó con sus observaciones críticas.


-¿Viste? Te hice caso.


-Sí, ahora es un poco menos triste -dijo y rió.


-Mañana va a estar mejor.


-Bueno, espero que sí. Voy a venir a ver.


-Dale. Te vas a sorprender.


Se rió.


-Dale, nos vemos mañana ¿Tu nombre cómo es?


Le digo mi nombre.


-¿Y el tuyo?


-Micaela.


Al día siguiente no se sorprendió. Incluso me trajo nuevas críticas e indicaciones. Yo, sin saber bien por qué, le hacía caso en todo. Durante un mes y medio, pasó todos los día un rato, para charlar, reír, criticar y, a veces, sólo para saludar. Mi desolación en esa actividad se desvaneció. Mica me traía la sombra que me faltaba cada día. Mica frenaba el viento. La última vez que la vi fue el día anterior a la veda.