El otro triple crimen

Valentina Sur es un barrio humilde, ubicado en las afueras de Neuquén capital. Está desco­nectado del resto de la zona urba­na y a más de 5 kilómetros del ‘centro’. Muchos de sus habi­tantes han venido del interior de la provincia, otros son ex obreros de la construcción y rurales.


Hoy en día la desocupación trepa a cifras alarmantes entre los adultos y, no es arriesgado decir, que entre la juventud ron­da el 100%. Si algún joven tiene suerte y lo ‘conchaban’ en ne­gro, a prueba por tres meses, termina volviendo a su casa lue­go de ese tiempo y la mayoría de las veces sin cobrar un peso.


No hay lugares de esparci­miento, no hay un polideportivo, ni hablar de un cine. Los sábados por la tarde, los jóvenes se amon­tonan en las esquinas y allí, cer­veza tras cerveza, consumen las horas. Ir al centro cuesta no me­nos de 3 pesos por cabeza, de otro modo hay que ir y volver cami­nando.


Algunos encaran hacia la ri­bera del río Limay por las sendas abiertas entre la vegetación a tentar suerte con la pesca, muni­dos de unos pocos metros de hilo enrollados en una lata y unas lombrices como camada.


Pescar no es sólo un pasa­tiempo, lo fundamental es que ayuda a parar la olla.


Como tantos fines de sema­na, hacia allá fueron un grupo de chicos del barrio. Ni se imagina­ban que ese día encontrarían el aspecto más bestial de la mise­ria, el de la degradación del ser humano. La degradación física, pero también la espiritual.


Una víctima de la miseria los transformó a ellos (también víc­timas) en mártires de la miseria.


El agresor, asesino, fue desde siempre un ‘niño problema’, como diría algún funcionario de turno. La madre de Aquines re­fiere un tumor en la cabeza desde chico, que nunca ninguna insti­tución por las que pasó hizo estu­diar o tratar con seriedad. Y no pasó por pocas instituciones del ‘bienestar social’ del MPN: hospitales arancelados y sin re­cursos, ‘hogares’ que son cárce­les juveniles. Y las infaltables comisarías de la brutalidad poli­cíaca y las celdas sin agua y sin calefacción.


Durante años, Aquines fue perdiendo paulatinamente sú condición humana y pareciéndo­se cada vez más a un animal. Sin un refugio, sin cariño, sin traba­jo. Puro alcohol y violencia. ‘Otro’ mundo que cada tanto roza al mundo oficial, arrancán­dole trozos de vida.


Aquines actuó con la lógica del mundo donde se forjó su per­sonalidad. Una lógica donde una ofensa se paga con la vida. No hay otra, como en las cárceles y el hampa. Si hubiera actuado con una intencionalidad premedita­damente asesina, es decir, si fue­ra un asesino serial, nunca se habría llevado a su rancho de cuatro tablas las mochilas y los tarros de pesca de sus víctimas, que lo incriminan de lleno.


Aquines, un ‘pesado’ del ba­rrio, recibió de lleno un pelotazo el día anterior, cuando sus futuras víctimas jugaban un picado en un baldío. Lo debe haber considera­do una ofensa pública que debía lavar. Y la lavó según aprendió en ‘su’ mundo: con violencia, con toda la violencia criminal.


Entre tanta palabrería escri­ta y dicha sobre el tema, entre tanto periodista puesto a mora­lista, cabe una pregunta: ¿Quién nada hace por acabar con la ex­plotación y la injusticia que de­gradan al ser humano, puede luego rasgarse las vestiduras y hasta clamar la pena de muerte, cuando ocurre un caso así? ¿No es una tremenda hipocresía es­conder que el verdadero creador del ‘chacal’ no es otro que un sistema que abandona a los ‘ni­ños problema’, qué no los cura, pero que les receta un sórdido calabozo como toda respuesta a sus problemas? En este caso, to­dos sientan en el banquillo al criminal. Está bien. Pero que Aquines en el banquillo de los acusados no sirva para tapar al gran criminal: el régimen de la explotación, de la desocupación, de las ART, de los jubilados de 150 pesos, de la desnutrición.


Hace poco, en otro barrio de ‘las afueras’ de Neuquén (Ba­rrio Hipódromo), murieron 6 hermanitos cuando su casilla de madera (como la que vivía Aqui­nes con su concubina e hijos) se prendió fuego y no había calles para que llegaran los bomberos ni agua corriente con qué apa­garlo. ¿Por qué no hay aquí sen­tado en el banquillo y tras las rejas, algún funcionario respon­sable de aquella tragedia? No lo hay ni lo va a haber, porque en este caso no hay un ‘chacal’ que ejecute la violencia que el estado burgués tiene reservada para los pobres. Aquí la responsabilidad se diluye en un eufemismo mise­rable: “fue la fatalidad”.


Los asesinatos de Barrio Hi­pódromo y los de Valentina Sur ponen sobre el tapete el desprecio por la vida humana de los gobier­nos capitalistas. Y entre éstos, en Neuquén, especialmente a los del MPN en todas sus variantes.


Con la destrucción de la es­cuela y la salud pública, con la desocupación en constante au­mento, con la miseria absoluta en las barriadas, un nuevo ‘cha­cal’ está creciendo.


Que los defensores del siste­ma no se espanten mañana. Ellos son sus progenitores y cóm­plices.