Políticas

4/11/2010|1153

¿2001 ó 2003, la rebelión popular o los K?

Iván Piermatei (Círculo C. Bermúdez)

-Exclusivo de internet

Desde la muerte de NK, referentes políticos e intelectuales de todos los matices han coincidido en destacar que el período de los K dejó como saldo de su gobierno una mayor politización de la sociedad. Los más obsecuentes con el finado y su mujer llegan a postular que con los patagónicos la política recuperó su dignidad y legitimidad en la sociedad civil, algo que se habría perdido desde la última dictadura militar, más allá de la fugaz primavera alfonsinista. A pesar de que la oposición patronal condene dicha politización por instalar en el seno de la sociedad un estado de “crispación”, y que los oficialistas (plenos o críticos) la consideran como un dato positivo, fruto de un gobierno supuestamente nacional y popular; lo cierto es todo el arco político coincide en el balance y también coinciden en el error.

La politización de franjas importantes de la población, atravesando las diferentes clases sociales, no se da por decreto ni surge por la voluntad de un determinado gobierno, mucho menos si éste es un gobierno que se mantiene en los marcos del sistema capitalista en decadencia. La politización la debemos buscar más allá de las apariencias, aunque es cierto que lo formal puede llegar a ser determinante, a tal punto de hacer aparecer a un determinado gobierno -en este caso pagador incondicional de la deuda externa- con una fachada de progresismo y hasta de antiimperialismo.

La llegada de Alfonsín a la presidencia -en medio de un entusiasmo democrático y el alineamiento con el gobierno radical de la intelectualidad progre del momento (verdaderos precursores de Carta Abierta)- no vino a recuperar la “democracia para todos” ni la política después de los años de plomo. El interés social por una salida política se originó en el descontento popular con una dictadura militar que ya estaba agotada, también porque el intento de recuperar las islas Malvinas no hizo más que agudizar la brecha entre gobernantes y gobernados y, por ende, la politización de los últimos para sacarse de encima el peso muerto del elenco cívico-militar que había dejado más problemas que los prometió resolver, con el saldo trágico de miles de luchadores asesinados. Al ver sólo en los integrantes de las FFAA el problema y no en toda su apoyatura “cívica” -es decir, la burguesía-, el pueblo optó masivamente por el que recogió los frutos de la radicalización política sin haber tomado parte en su siembra: el candidato de la UCR, partido que había apoyado al golpe del ’76 como el mal menor ante la ofensiva de la clase obrera, condenada por el radical Balbín como “guerrilla fabril”. Con el recitado en público del preámbulo de la Constitución, le bastó a Alfonsín para pasar a la historia (la oficial) como el hombre que “recuperó la democracia”, borrando a los miles que habían luchado no sólo por la vigencia de las libertades democráticas, sino por otro orden social. De todos modos, gran cantidad de jóvenes irrumpieron en la vida política dando origen a fenómenos como el Partido Intransigente, el MAS y hasta la Franja Morada.

Considerar a NK como el que recuperó el estatuto perdido de la militancia y la política es caer en el mismo error que hacer de Alfonsín el padre de la democracia.

El gobierno K es inexplicable sin la rebelión popular de fines de 2001, que se llevó puesto a un gobierno constitucional; así como de la masacre de Avellaneda de 2002 que, luego del repudio masivo en las calles, obligó a otro gobierno constitucional a adelantar las elecciones. En ese período está el origen del espíritu de escisión de las masas, a su vez abonado por los años de resistencia al menemismo. Después del desprestigio de la dirigencia política, sólo un líder surgido de la lucha popular o un don nadie podía llegar a la presidencia. A falta del primero, la burguesía consiguió al desconocido en la Patagonia, lo instaló en Buenos Aires y le alcanzó una minoría de votos para llegar al sillón más preciado. El ilustre desconocido del sur sólo podía mantenerse en el lugar en que lo colocó la burguesía utilizando otros métodos, en contraposición a los que habían hecho caer a De la Rúa. El activismo que desplegó desde el primer momento NK estuvo determinado por la radicalización política de 2001. Su principal tarea era confiscar la rebelión popular y sacrificarla en nombre de un gobierno “antineoliberal”. En parte lo logró, con la imprescindible ayuda de la mayoría de la intelectualidad progresista nacional, desde filósofos hasta periodistas, desde Juan Pablo Feinmann y Ricardo Forster hasta Victor Hugo Morales y Horacio Verbistky. Descolgar el cuadro de Videla le ganó el apoyo de buena parte de los organismos de DDHH y la superación de la crisis económica -favorecida por un ciclo internacional- le permitió el alineamiento de sindicatos, movimientos sociales y de una buena parte de la izquierda. La reconstrucción de la burguesía nacional -en realidad, un capitalismo de amigos- se hizo sobre las espaldas de los trabajadores, con el visto bueno de las burocracias sindicales de la CGT y la CTA. En estos días, ver a miles de personas desfilar por la Casa Rosada para despedir al ex presidente, con expresiones sinceras de dolor y apelando a “la liberación nacional” o con un “hasta la victoria siempre”, puede desorientar y hasta desmoralizar a más de un militante que consideramos este gobierno como rabiosamente capitalista y, por ende, anti obrero. ¿Estaremos errando en la caracterización? ¿No será mejor apoyar críticamente a este gobierno ante la “derecha destituyente”? ¿Tendrán razón los plumíferos de Carta Abierta, los de 6,7,8 y los Moyano-Yasky? ¿Estarán en lo correcto los compañeros con los que hasta el 2003 estábamos en la calle luchando juntos y hoy lloran la muerte de un político de la burguesía? La respuesta a todas estas preguntas es no, un no corroborado por el asesinato de nuestro compañero Mariano Ferreyra como consecuencia de la complicidad de la burocracia sindical, la patronal, la policía y el gobierno nacional.

La masividad del funeral no nos puede hacer dudar sobre la naturaleza de un gobierno que fue instalado en la Casa Rosada con la tarea de desactivar la politización de los explotados, de cooptar a buena parte de los dirigentes del “campo popular” y de pagar la deuda externa como Dios manda. El nacionalismo burgués de hoy no se puede asimilar con el del ’45. NK no puede ser comparado no sólo con Perón, ni siquiera con un Chávez. El santacruceño nunca se propuso la movilización popular en apoyo a determinada medida de su gobierno, como la que provocó el conflicto con la patronal agropecuaria. Siempre apeló a la regimentación de la red de punteros del PJ y la CGT, seguidos por detrás, como furgón de cola, por la CTA y corrientes políticas como Libres del Sur o el PC.

Nuestra lucha se simboliza en compañeros como Mariano Ferreyra, que perdió su vida por defender la causa de la clase obrera y luchar por un nuevo orden social sin explotados ni explotadores; la figura de NK simboliza a un representante de la clase capitalista, que pretende mantener el orden actual con la barbarie de millones hambrientos y explotados, aunque nos ofrezcan comprar un LCD en cincuenta cuotas fijas. La lucha por la clarificación y la independencia políticas de los trabajadores sigue siendo nuestra tarea histórica.