Políticas
17/3/2022
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A 30 años del atentado a la Embajada de Israel
Reproducimos "A quién responde el atentado a la Embajada", publicado en Prensa Obrera N°353, del 26 de marzo de 1992.
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Archivo Prensa Obrera
Con motivo del 30° aniversario del atentado a la Embajada de Israel, reproducimos a continuación un artículo publicado originalmente en Prensa Obrera N°353, del 26 de marzo de 1992, es decir en el momento de los hechos.
Hoy como ayer, el repudio al atentado está acompañado de la denuncia frente a las indignaciones contra “todo tipo de violencia”, que no atienden las masacres emprendidas por el imperialismo en todo el globo, y también de una delimitación con el nacionalismo árabe, que nada tiene que ver con la causa histórica del pueblo palestino o de oposición al sionismo. El artículo señala, también, la descomposición del gobierno de Carlos Menem, su sumisión a Estados Unidos e Israel, tras dejar atrás el acuerdo con capitales árabes, y su responsabilidad en el atentado.
A quién responde el atentado a la Embajada
El atentado de la semana pasada contra la embajada de Israel en Argentina sirvió para sacar de nuevo a la superficie a toda esa resaca nacional que apoyó abiertamente a la dictadura militar o fue su cómplice "benevolente", y que aprovecha la primera oportunidad para proclamar su oposición a "todo tipo" de violencia cuando el blanco político de esa violencia es el símbolo que representa a un Estado opresor, como en este caso el sionismo. El simple hecho de definirse enemigo de "todo tipo" de violencia delata al hipócrita visceral, y aún más en este caso, cuando semejante declaración viene en respaldo del violentísimo Estado sionista. La violencia está instalada en la sociedad como consecuencia de la explotación social de una inmensa mayoría por una ínfima minoría, y de la opresión nacional de la inmensa mayoría de los países por un puñado de estados imperialistas. Poncio Pilatos no lo hubiera podido decir mejor; no existe la oposición a "todo tipo" de violencia: o se está con la resistencia y la violencia del oprimido, o se está con la agresión, la explotación y la violencia del opresor. Es a tal punto abstracta la oposición a "todo tipo" de violencia, que incluso las contradicciones entre los propios explotadores se dirimen por medio de la violencia, al extremo de que los enfrentamientos violentos entre los explotadores han sido la causa de las mayores masacres que ha conocido la humanidad -desde las guerras de la religión y de sucesión, hasta las guerras mundiales. Los que apoyaron una guerra colonial contra Irak, en defensa de menos de una decena de pulpos petroleros, sin importarles la experiencia de cobayo a la que fue sometida la población iraquí, a la que se descargaron las armadas guiadas por medios electrónicos y rayos láser, han salido a pronunciarse contra "todo tipo" de violencia sólo cuando y sólo porque vieron derrumbarse el edificio de la embajada de Israel.
Delimitarse de esta hipocresía es naturalmente el punto de partida de una definición política clara ante este atentado, que es la consecuencia, no solamente del sometimiento total y completo del gobierno menemista al imperialismo y al sionismo, sino que es, más que nada, el resultado del oportunismo descarado que caracteriza al régimen corrompido que gobierna Argentina, que procuró por todos los medios hacer negocios con los regímenes árabes más diversos, para luego cambiar de socios, aliados y, por sobre todo, de divisas, cuando percibió que su propio pellejo estaba en peligro.
Que el atentado es una manifestación del conflicto en el Medio Oriente es absolutamente cierto, pero apenas una parte de la realidad. Reducirlo a lo primero significaría omitir todas las conexiones que el menemismo se vio forzado a romper con el régimen sirio, con el iraní, con el iraquí, y con los capitales europeos y norteamericanos que intervenían en el negocio de armas, nuclear, e incluso de drogas o lavado de narcodólares con aquellos países. El gobierno menemista no es otra cosa que el escenario donde se desarrolla la pugna entre toda suerte de camarillas, intereses, “lobbys” y pandillas, que se disputan las “cometas” de las privatizaciones, el monopolio de los servicios públicos, el monopolio del comercio exterior y, por último, pero no menos importante, el dominio sobre el sistema financiero que blanquea dinero de todos los tráficos ilegales, desde armas hasta drogas.
Pero si el atentado está vinculado a la crisis meso-oriental, ello no quiere decir que sea una expresión de lucha del pueblo palestino -ni por su contenido, ni por su dirección, ni por su forma. Al lado de la lucha nacional del pueblo palestino, que ya se ha transformado varias veces en insurrección y guerra nacional, el Medio Oriente conoce la disputa entre otros diversos intereses y políticas, que pretenden condicionar al movimiento nacional palestino. Apoyar la causa palestina, y esto de un modo incondicional, sin importar para el caso los métodos que adopte, no significa apoyar la política y las organizaciones pro-Irán, pro-Irak, pro-Siria – Estados todos que se han opuesto siempre a una victoria nacional palestina, esto porque ellos mismos son Estados opresores, incluso de otras nacionalidades, como por ejemplo de los kurdos. El carácter opresor del sionismo no absuelve a ningún otro Estado opresor del Medio Oriente. Siria se ha repartido el Líbano con Israel, como premio a su colaboración en la guerra del Golfo; el atentado indiscriminado de la guerrilla pro-siria, es decir, al servicio de la política de ese Estado, sería reaccionaria. Lo mismo vale si es pro-iraní o pro-iraquí.
El atentado contra la embajada israelí no goza siquiera de la excusa de una acción selectiva. La matanza inevitable de decenas de inocentes y la mutilación de otros centenares, que no tienen nada que ver con la opresión sionista ni en forma directa ni indirecta, porque no son responsables individuales ni representan a una nación opresora; esta matanza significa un ataque a la unidad internacional de los pueblos contra el imperialismo y simplemente refleja la “vendetta” de un aparato estatal o para-estatal contra otro. En la causa internacional de la lucha contra el sionismo es fundamental delimitarse claramente del nacionalismo árabe, que si en ciertas circunstancias puede tener (y tiene efectivamente) un carácter progresivo, la mayor parte de las veces aparece con sus aspectos reaccionarios de opresión nacional, explotación social, discriminación y persecución religiosa, opresión contra la mujer y colaboración con el propio imperialismo contra otros pueblos o naciones árabes.
Así como el menemismo ha convertido a Argentina en una víctima propicia del saqueo económico en beneficio del capital financiero internacional, del mismo modo ha transformado a Argentina en el terreno de enfrentamiento de camarillas y clanes internacionales, en primer lugar, de los representados por el embajador norteamericano Todman en Buenos Aires.
El repudio antiimperialista al atentado indiscriminado contra la embajada sionista es, ante todo, un repudio político al gobierno proimperialista de Carlos Menem.
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