Políticas

4/7/2002|761

“Acusamos a Duhalde, que se vaya”

Así empezó la represión

La Coordinadora Aníbal Verón había llegado al Puente Pueyrredón y, de acuerdo a lo acordado, ubicaron sus compañeros sobre Pavón. Junto a ellos, un grupo del Mijd y una parte de Barrios de Pie. Desde Plaza Alsina avanzamos una columna del Bloque Piquetero y Barrios de Pie con la cabecera formada por la mesa del Bloque y Ceballos, de Barrios de Pie.


Allí nos reuniríamos todos los dirigentes de los cortes para formar una conducción única que reclamara una reunión con el gobierno en función de los reclamos más perentorios: pago a todos los inscriptos en los planes de “Jefes y Jefas”, extensión a todos los desocupados jóvenes y adultos sin cargas, aumento salarial para ocupados y beneficiarios de subsidio y planes de empleo, alimentos y medicamentos para familias, comedores y hospitales. El reclamo de diálogo fue público y estuvo inscripto en los medios de ese propio día.


El operativo represivo anticipado por el gobierno nos llevó en la noche anterior a decidir que no subiríamos a la ratonera de los puentes, que el corte sería en las avenidas y calles de acceso a los distintos puentes que, por otro lado, no serían todos sino fundamentalmente seis: Pueyrredón, La Noria, Uriburu, Vélez Sarsfield, Liniers, y Panamericana y General Paz. La masividad y el carácter nacional serían la carta de fuerza de la movilización, ampliamente instalada en los medios.


Cuando faltaban 100 metros, observamos con asombro que la policía había colocado o dejado un cordón que nos separaría del resto de los compañeros. En La Nación del 27, el secretario de Seguridad, J.J. Alvarez, dice que “pedirá explicaciones sobre por qué se dispuso esta hilera en el medio de los manifestantes”. Luego Solá, al incriminar a los policías en el programa de Lanata, manifestó que éste era uno de los tres grandes interrogantes de la acción policial (los otros para él serían el allanamiento de la sede del PC y la persecución a un lugar tan lejano como la estación Avellaneda).


Hoy disponemos de testimonios, que serán presentados a la Justicia, que indican que la hilera de policías entre unos manifestantes y otros fue colocada cuando ya se nos veía venir, es decir minutos antes de llegar.


Efectivamente, al llegar, el dispositivo se abre a medias, no permite el paso de los manifestantes y empieza la represión.


No cortábamos puente alguno, no hubo intimación, no hubo diálogo ni juez presente, simplemente empezó la represión. La Guardia de Infantería golpeó a los compañeros de la seguridad, que naturalmente se defendieron con sus palos, pero de inmediato empezó a arrojar gases, balas de goma y, lo más significativo, balas de plomo.


En la primera línea prácticamente todos recibimos balas de goma, pero no habían transcurrido cinco minutos, quizás mucho menos, cuando empezaron a caer compañeros heridos por balas de plomo a nuestro alrededor. Un compañero del MTL con la pierna hecha añicos; más allá, Leandro Torales, del Polo de Corina; al mismo tiempo, el compañero atravesado en la cara de Berazategui; todos ellos son del primer momento. Los compañeros sangrando por balas de goma eran multitud, pero el factor de dispersión brutal, que desarmó la seguridad para un retroceso en orden, fueron los heridos de bala, que nos llevó a atenderlos y cubrir a quienes los trasladaban en difíciles condiciones, en medio de la balacera y la nube de gases. Así se resistió con piedras hasta la plaza Alsina, y siguieron los combates por bastante tiempo con detenciones de compañeros en la plaza y otros sitios.


Leandro, que lucha con sus diecisiete años entre la vida y muerte por estas horas, tiene atravesados los dos pulmones de arriba hacia abajo. Fue abatido por un francotirador. El operativo estaba preparado en el sector para el asesinato, independientemente de la circunstancia de la hilera de Infantería que se interpuso entre las dos columnas de manifestantes. La bala que atravesó la cara del compañero del Polo de Berazategui es testimonio de que también desde la hilera de Mitre se disparó a matar, por la altura del impacto.


Semejante reacción inmediata tuvo que estar predeterminada. La presencia de francotiradores habla por sí misma de la preparación del escenario de la represión en Puente Pueyrredón, y ya empezó la cadena de encubrimientos para ocultar pruebas que anticipan la batalla que nos espera por el esclarecimiento y castigo de la masacre represiva: las ropas de Leandro han desaparecido, de lo cual responsabilizamos a la Dirección del Hospital Fiorito; hay imágenes de policías recogiendo cápsulas servidas, y amenazas a abogados y testigos.


Por los testimonios, está clara la acción de grupos de tareas que rompieron vidrieras y autos y hasta le pegaron a Santillán (como si los piqueteros se pelearan entre ellos), operando también con armas de fuego.


La responsabilidad del gobierno


De las declaraciones de Solá indicando que la Policía le mintió, se desprende la feroz interna en la provincia de Buenos Aires con el aparato pierrista; y de las declaraciones de J.J. Alvarez, la continuación de esa interna en el gobierno nacional. Pero el comandante de la Gendarmería, Miranda, no deja lugar a dudas sobre el concepto político del viraje represivo en toda la línea: “Las causas para el enojo han desaparecido”, “hay que poner orden en las calles” (La Nación, 27/6).


Lo cierto es que el gobierno nacional, después del debate del Gabinete se hizo cargo de la represión, respaldó a la Policía y denunció un “plan concertado para acabar con los métodos del consenso”. Pasó a difundir estudios por parte del radical Vanossi de todos los artículos del Código Penal que se usarían para encarcelar a los piqueteros, entre ellos la Ley de Defensa de la Democracia. Los demócratas buscan cómo aplicar una dictadura.


La represión un día antes en Tucumán a los obreros de la construcción del Sitracon, y unos días antes en Salta, son antecedentes de la decisión política de encarar un giro represivo donde los grupos de tareas del 19 y 20 volvieron a aparecer, tal como ocurrió unas semanas antes con el caso del estudiante del Moreno al que le dibujaron las tres A en el pecho.


La tendencia de un régimen a gobernar con el estado de sitio no cambiará por la designación de Cafiero. Para quienes se tragan el sapo de esta cosmética, como D’Elía, conviene recordar que éste es un hombre del régimen de De la Rúa y Storani, que se manchó de entrada las manos de sangre en Corrientes, más tarde en Mosconi y después el 19 y 20.


La inmensa conmoción popular y la crisis política desatada por el estallido de los testimonios fotográficos del crimen de Darío y Maximiliano han golpeado al gobierno para encarar el disciplinamiento fondomonetarista que debería llevar a “las aguas tranquilas” para el recambio electoral, pero volverán a la carga.


Parafraseando a Laura Ginsberg, los piqueteros “acusamos a Duhalde”.


Para acabar con la represión hay que acabar con Duhalde y con el régimen de los banqueros y privatizadores. La Asamblea Nacional de Trabajadores elaboró un ahora publicitado plan de lucha, pero su gran acierto estratégico es el planteo de otro Argentinazo con el que salimos a la calle el próximo 9 de julio y en todo el plan de lucha.


Duhalde vino a completar la obra de Cavallo y De la Rúa; los trabajadores tenemos que completar la obra del 19 y 20. Por ello convocamos también el 3, pero con nuestras banderas: Juicio y castigo, que se vayan Duhalde y el FMI, por otro Argentinazo.


El carácter de masas de las próximas acciones, el planteo hacia los demás trabajadores y sectores populares en lucha, el llamado al apoyo incluso de los pequeños comerciantes a quienes la policía atacó disfrazada, el apoyo de las barriadas que rodean a las medidas de movilización y lucha, como el apoyo de las barriadas y Asambleas Populares a las fábricas ocupadas: ésa será la carta de triunfo del movimiento piquetero en lucha.