Políticas

14/5/2009|1083

AFGANISTAN-PAKISTAN | La "doctrina Obama"

Para hacer frente al resurgimiento de los talibán en Afganistán y en Pakistán, Obama lanzó un nuevo plan político-militar. El objetivo es enfrentar el “vacío político” que existe en ambos países.

El plan de Obama prevé el aumento de las tropas de combate y el incremento de los recursos económicos para la ‘reconstrucción’ de Afganistán. Una parte de esos recursos será destinada a la “compra” (sic) de una parte de los talibán (como hizo Bush en Irak con la resistencia sunita). Además, el gobierno norteamericano emplazó a Pakistán para que combata efectivamente a los talibán y a sus aliados locales (a cambio de una fuerte “ayuda económica”).

El “relevo insólito y fulminante” (El País, 13/5) del general McKiernan, máximo jefe norteamericano en Afganistán -ordenada por el propio Secretario de Defensa hace pocas horas- pinta de cuerpo entero el dramatismo de la situación. El relevo -el primero de un responsable militar en plena guerra desde 1951- “es la prueba de hasta qué punto (Obama) está decidido a cambiar su estrategia en esa guerra” (ídem). El nuevo jefe militar en Afganistán es un veterano de Irak, especialista en contrainsurgencia e infiltración.

Una cuestión nacional

Pasados ocho años de la invasión de Afganistán, el fracaso de los ocupantes es inocultable. Los talibán operan o dominan en el 75% del territorio afgano; el mando efectivo del gobierno oficial no se extiende más allá de Kabul, la capital. En Pakistán, los talibán locales se han hecho fuertes en el valle de Swat (a poco más de cien kilómetros de Islamabad, la capital) y en toda la zona fronteriza con Afganistán.

La OTAN jamás pudo cerrar la frontera entre los dos países e impedir que los talibán afganos recibieran refugio, armas, recursos y entrenamiento en Pakistán. La frontera afgano-pakistaní divide lo que durante dos mil años fue un centro cultural, político y económico único, el de los pashtunes.

Pese a las masacres, los bombardeos y la represión, los talibán han resurgido en todo el sur de Afganistán, en la frontera y dentro del propio Pakistán, porque aparecen como los representantes de una reivindicación nacional (la de los pashtunes) frente al imperialismo y a los regímenes proimperialistas de ambos países.

En Pakistán, la reivindicación de los derechos de los pashtunes está ligada al reclamo de los campesinos pobres por la tierra (en manos de una estrecha oligarquía). Según Jane Perlez y Pir Zubair Shah, del New York Times (16/4), el avance de los talibán se debe a que impulsaron una “revuelta de clase” de los campesinos pobres y sin tierra del valle de Swat contra los terratenientes. Según El País (3/5), “(los talibán) intentan explotar las injusticias del sistema feudal para minar el orden social”.

Pero las limitaciones de los talibán como dirección de una revuelta nacional contra el imperialismo son espectaculares: Pakistán es un país mayoritariamente laico.

Crisis internacional

Fuera de las zonas fronterizas de mayoría pashtun, los grupos islámicos paquistaníes son un instrumento armado y sostenido por el ejército y los servicios de inteligencia militares.

Obama enfrenta la contradicción de que no puede enviar sus tropas a Pakistán. “Sería un desastre”, advierte el especialista Ahmed Rashid (El País, 24/3). Obama depende de los militares pakistaníes para combatir a los talibán. Pero los militares pakistaníes tienen sus propias prioridades. La clase dominante de Pakistán y su ejército armaron a diversos grupos islámicos como fuerza de choque contra la India en el conflicto por Cachemira. Sin una satisfacción en ese frente, el ejército paquistaní y sus servicios de inteligencia seguirán azuzando a las milicias islámicas. 

Afganistán es un Estado feudalizado; Pakistán, un Estado nuclear, se bambolea al borde del abismo. A ambos lados de la frontera campea el “vacío político”.

La descomunal presión del imperialismo norteamericano hizo saltar por los aires el precario equilibrio existente entre los distintos componentes nacionales y étnicos de Afganistán y Pakistán. Esta crisis interna empalma con la disputa entre Pakistán y la India por Cachemira.

Luis Oviedo