Políticas

29/9/1994|428

Álvarez, un arrepentido

El “Cavallo” Alvarez no tiene desperdicio, al menos cuando le toca hablar. Lo demostró cabalmente cuando explicó que estaba arrepentido por no haber votado la “ley de convertibilidad”.


Un día antes, ante los empresarios que reunió en el Hotel Claridge, fue todavía más claro: “Un momento de ajuste, de transición y de cambio es un momento que generan ganador y perdedores. Los perdedores (el diario lo destaca con letra negra) tienen que sentirse incluidos por lo menos simbólicamente y no la sensación de que en el poder se vive una fiesta”.  Para hacer afirmaciones como ésta es necesario superar por lejos la dosis de cinismo habitual y hasta podría decirse que ni siquiera es esto, sino que se trata de una patología del cinismo.


Estos conceptos ayudan a entender el contenido del arrepentimiento de Alvarez por no haber votado la convertibilidad. Está simplemente disgustado por no haber quedado del lado de los “ganadores” ; es un hombre en “búsqueda de su tiempo perdido”. Se arrepiente de no haber votado un plan que, sostiene aún hoy, tuvo consecuencias negativas para la mayoría popular. Hay que concluir forzosamente de que se arrepiente también de no haber hecho antes la distinción que le hubiera permitido despreciar el ataque real sufrido por los explotados para rescatarlos simbólicamente.


Pero Alvarez no sólo se arrepiente de no haber votado la convertibilidad; también ya está arrepentido de apoyarla ahora, toda vez que no vaciló en adelantar que la defendía “temporalmente”. Semejantes volteretas dibujan a una persona empeñada en el engaño. Al final, un arrepentido es un mentiroso a destiempo. No es casual que la iglesia fuera tan desconfiada con esta clase de individuos, pidiéndoles actos de contricción. Alvarez está pidiendo en este punto una dispensa y reclama que se le crea bajo palabra.


Alvarez sabe muy bien lo que quiere decir cuando afirma que debió haber votado la convertibilidad. No es como creen algunos incautos, que el hombre se convirtió a la estabilidad de la moneda, algo imposible en quien defiende el régimen de producción capitalista, el cual se caracteriza por no dejar ningún ámbito fuera de la especulación, menos la moneda. Para Alvarez, la convertibilidad es que el “aumento del salario en Argentina esté asociado a la productividad, o sea que no es posible hoy desde el gobierno decretar un aumento de salario” (Ambito, 8/9).


Notable la ignorancia del individuo, salvo que alegue mala fe. El salario de los empleados públicos sólo puede ser aumentado por los gobiernos; lo contrario equivale a desconocer que, en determinadas circunstancias, el Estado es el patrón. Qué dirán la Mary y el Víctor, nos preguntamos. Lo otro: si los salarios no pueden crecer fuera de la productividad, tampoco deberían hacerlo las ganancias, las cuales sin embargo crecen. Por lo tanto, la productividad ha crecido y ello ocurre todos los días, en especial en períodos de crisis y desempleo, cuando los capitalistas solventes buscan compensar el achicamiento del mercado con una reducción de los costos de producción. Si fuera por la productividad que invoca Alvarez, los salarios deberían crecer ininterrumpidamente, y porque efectivamente existe una tendencia a que ello ocurra los gobiernos intervienen para congelarlos o reducirlos despóticamente y el mercado se encarga del resto por medio del desempleo masivo. La cuestión del salario y de la tasa de explotación es, en definitiva, un asunto que lo regla la lucha de clases. Alvarez simplemente nos ha dicho de qué lado de la barricada se pone, con argumentos de ignorante pero con instinto de explotador.