Políticas

29/10/2019

“Bipartidismo” de crisis

El resultado polarizado de la elección presidencial llevó apresuradamente a algunos analistas a hablar de un nuevo “bipartidismo”. Mientras en elecciones anteriores primaba una tendencia a la dispersión política, ahora las alternativas se concentraron en dos grandes campos. En 2011, la oposición a Cristina Fernández se presentó en un estado de disgregación muy evidente. En 2015 el massismo intentó una “ancha avenida del medio”, que terminó naufragando luego de apoyar a Macri en Davos y terminar recalando en el pejotismo. 


Ahora, el resabio de esa línea, Lavagna-Urtubey, quedó reducido a su mínima expresión. La centroizquierda terminó recalando en el Frente de Todos, incluido el PCR. Lo mismo los gobernadores del PJ después de desdoblar las elecciones provinciales.


El macrismo, por su parte, asimiló a Pichetto del peronismo federal y terminó chupándose buena parte del voto de la derecha evangélica y vinculada a las fuerzas de seguridad de NOS, de un lado, y de los liberales “antisistema” truchos de Espert. 


El Frente de Todos canalizó la oposición al macrismo en un marco de bancarrota económica, pero jugando siempre un rol de contención en relación a las luchas y preparando una transición continuista. Contra las denuncias de “chavismo”, la coalición opositora siempre tendió a una conciliación con las fuerzas sociales que dieron origen al macrismo. Las perspectivas de reactivación de Vaca Muerta que levanta Fernández están atadas a pactos de fondo con el imperialismo. La pretensión, irrazonable, de una renegociación sin quita de la deuda apunta en el mismo sentido.


El macrismo asumió frente a la derrota de agosto un rol de arbitraje económico ante la bancarrota económica, restableciendo (y ahora reforzando) el cepo al dólar, “reperfilando” la deuda y tratando de contener la bancarrota con métodos de intervención estatal. Ambos fueron tendiendo puentes sobre la “grieta” para amortiguar el efecto explosivo de la crisis económica y la penuria de las masas. Es la expresión de una colaboración política que tuvo su origen en la votación masiva de las leyes de Macri por parte del peronismo, y en la actitud servil de la burocracia sindical con el plan de ajuste.


El macrismo, a contrapelo de la bancarrota, logró movilizar masas de la pequeña burguesía tras un planteo de relanzamiento de su gobierno. Explotó por un lado el impasse continental del nacionalismo. Por otro, la amenaza de un agravamiento de la crisis económica bajo Fernández, utilizando la devaluación post Paso como un mecanismo extorsivo. Por último, las causas de corrupción y la agenda de seguridad. El éxito de esta operación de movilización política de un gran sector de la pequeña burguesía traduce una enorme ilusión en una salida para el país de la mano de un alineamiento completo al capital financiero y el imperialismo. 


Precariedad


Desde un punto de vista histórico, el carácter precario de los armados políticos salta a la vista. Los partidos de masas de la burguesía argentina se gestaron en grandes causas populares, luego tempranamente abandonadas: la defensa de la democracia política, en el caso de la UCR, la “independencia económica, soberanía política y justicia social” en el del peronismo. El “revival” pejotista debuta como una coalición inestable de rasgos marcadamente pro imperialistas, en una etapa de declive del nacionalismo continental y de quiebra de todos los regímenes políticos en Latinoamérica. El macrismo amenaza levantar cabeza cuando se hunde irremediablemente su “modelo chileno” bajo el peso de la rebelión popular. Macri deberá revalidar su liderazgo de la oposición cargando con la hipoteca de haber llevado al país a la peor bancarrota desde el 2001.


El punto central para Alberto Fernández será, por un lado, la renegociación de la deuda, y por el otro la imposición al movimiento obrero de un pacto social que tiene todas las características de un nuevo ajustazo o, a lo sumo, convalida la pulverización actual del salario. Este arbitraje precario lo tendrá que llevar adelante con una coalición también precaria, donde los factores de disgregación saltan a la vista a cada paso. 


El golpe a la izquierda y lo que viene


Bajo el peso de esta polarización extrema, la izquierda redujo su caudal electoral en forma acusada. El FIT no fue capaz de estructurar al activismo obrero, juvenil y de la mujer en torno a una salida propia a la crisis. La debilidad de la izquierda y los límites propios del FIT para actuar como frente único pesaron en este resultado. 


El movimiento de mujeres votó masivamente a Alberto, que cobija en sus listas a la iglesia católica y evangélica. Quienes históricamente repudiaron a la burocracia sindical votaron por las listas que promueven la unificación CGT-CTA y el pacto social. La advertencia sobre el carácter ajustador y pro imperialista de una renegociación de la deuda externa fue dejada de lado en nombre de lograr un contrapeso “popular” a la presión del FMI. Primó la expectativa en una salida electoral sobre la tendencia a la movilización y la acción directa, que sin embargo atravesó toda la campaña electoral con luchas importantes. 


La campaña electoral confrontó salidas de fondo. Los apoyos a la izquierda recogidos en elecciones anteriores sobre la base de la adhesión a una agenda parlamentaria o a reclamos puntuales fueron puestos a prueba por la nueva situación. La izquierda plantó bandera con consignas y planteos estratégicos para la etapa. El no pago de la deuda, la nacionalización de la banca y el comercio exterior, la necesidad de romper con el FMI fueron el corazón de la campaña. Este desarrollo de planteos estratégicos es una base para abordar la etapa que se abre.


La bancarrota económica, la presión de la Iglesia frente al movimiento de mujeres, la precariedad del pacto social de ajuste que se viene, van a poner en cuestión todo el apoyo popular a Alberto Fernández en un plazo muy breve. La contradicción entre la expectativa popular depositada en el peronismo y el carácter anti obrero de su política emergerá rápidamente. La prueba de fuego estará en la capacidad del movimiento popular para desarrollar los reclamos en forma independiente de la tutela estatal. Bajo el impacto de la crisis mundial, las luchas se abrirán paso en forma inevitable.


Para desarrollarse como un factor político en la nueva situación, el FIT debe sacar un balance claro de la experiencia recorrida y superar sus límites.