Políticas

4/8/2008|890

Buenos Aires, capital del turismo gay

Libertad, no. Ghettos lucrativos, si


Hace dos años, la sanción de una ley de “Unión Civil” para parejas hetero u homosexuales fue presentada como la más cabal demostración de que Buenos Aires era una ciudad “avanzada” en materia de derechos civiles y democráticos. Ello, gracias a su administración “centroizquierdista”.


 


Los impulsores de esta propaganda nunca se detuvieron en las limitaciones de una “unión civil” que, en materia de derechos, confiere menos que un simple certificado de convivencia tramitado ante un juez de paz. El Estado porteño pretendidamente “avanzado” es el mismo que, poco después, sancionaría un Código Contravencional que persigue a prostitutas, travestis, artesanos y a toda “permanencia injustificada” en las calles, trátese de un joven o de un vendedor desocupado.


 


En Buenos Aires, la “libertad” sólo prospera en lugares cerrados y con entrada, es decir, como negocio capitalista. Así lo demuestra el simposio realizado por la Asociación Internacional de Turismo Gay Lésbico (IGLTA), que reunió a cien operadores de primera línea en torno al propósito de promover “lugares amigables para el turismo gay” en la ciudad. El congreso se realizó en el Hotel Faena de Puerto Madero, que funcionaba –según se reveló en enero pasado– sin la habilitación correspondiente (los “Chabanes”, por lo visto, están a la pesca de este nuevo filón). Uno de los protagonistas de la “movida”, el empresario Carlos Melia, “está buscando inversores para construir un hotel cinco estrellas” ( Clarín, 26/2). El pretendido liberalismo de los Ibarra es el señuelo para montar un negocio cuyo punto de partida no es la tolerancia sino la discriminación. El propietario de una inmobiliaria de San Telmo, uno de los barrios “amigables”, señaló que buscará “promocionar la movida, difundirla y contener (sic) al turista en un radio determinado” ( Clarín, ídem). Las ciudades y los barrios gay friendly (amigables a lo gay) son verdaderos ghettos de lujo, que prosperan gracias a la discriminación y persecución que rige en el resto del espacio y la vida social de las grandes ciudades. En Buenos Aires se pretende lo mismo. La inoperante “unión civil” es la pantalla de este negociado turístico, dirigido a crear la ficción de una ciudad “abierta”, allí donde, para quienes no tienen un centavo en el bolsillo, el único derecho que les asiste es el de toparse, cada vez con mayor frecuencia, con el rostro adusto del fiscal contravencional.