Políticas

29/6/2000|670

Carlitos, ídolo

Antes de empezar la lista de oradores, se leyó a la asamblea general una carta que hizo llegar a la mesa uno de los llamados ‘chicos de la calle’ que estaba presente.


En la carta, Carlitos (que así se llama) pedía para que todos los niños tuvieran una casa y poder tomar una taza de té y tener trabajo.


La asamblea lo ovacionó de pie. Y fue una reacción espontánea porque creo que todos comprendimos que Carlitos nos estaba demostrando, como a veces saben hacerlo los niños, que él sabía por qué luchar y cómo lograrlo, ya que estaba allí y no en el ‘acto’ de los patrones.


Pero a poco de reflexionar, uno puede llegar a la conclusión de que Carlitos nos enseñó más cosas. Por ejemplo: si él, sometido a los mayores rigores de la vida (seguramente con escasa instrucción), puede en su lenguaje delinear un programa para resolver sus necesidades, ¿a cuánto puede llegar un congreso de delegados en relación a las necesidades del conjunto?


Seguramente mucho, mucho más allá que la taza de té de Carlitos.


Sólo por eso (y no es poco), se justifica el Congreso de Delegados.


Y hasta puede ser que los mal llamados ‘chicos de la calle’ (mejor es ‘chicos en la calle’), tengan también sus propios delegados en ese Congreso.