Políticas

1/8/1996|504

Cayó

La lucha continúa, por supuesto.


Más que nunca. Infinitamente más encarnizada, más dura, más implacable, como la misma vida que hasta aquí y de aquí en más el capitalismo le augura a las masas explotadas.


Pero no ya en las mismas condiciones políticas. Porque hemos tirado abajo a Cavallo. Hemos volteado al hombre que personificó la mayor entrega del país en toda la historia; la mayor liquidación de derechos sociales y laborales; la mayor miseria social; el mayor y más descarado enriquecimiento capitalista. El hombre que impulsó una política que reunió, en un mismo frente, a todos los intereses capitalistas contra los trabajadores. El ‘héroe’ del embajador norteamericano. El ‘imprescindible’ de Wall Street. El iniciador de las ‘relaciones carnales’.


El ‘gran organizador’ de las victorias electorales del menemismo.


Domingo Cavallo transformó al menemismo en un régimen político con características propias. Los decretos de necesidad y urgencia y los vetos parciales de las leyes, que resumen la organización política anti-constitucional, camarillesca y discrecional del menemismo, surgieron como una necesidad del ‘plan Cavallo’. Cavallo logró que la oposición los incorporara a la Constitución reformada. La caída de Cavallo no solamente cambia las características del gobierno, sino también las del régimen político de este gobierno. La primera prueba de esta modificación la tenemos en la heterogeneidad del nuevo gabinete, donde conviven por lo menos cuatro fracciones capitalistas enfrentadas, además de sus sub-fracciones, lo que transforma al Ejecutivo en un Parlamento ministerial, en un gobierno de retazos, es decir, en un cero a la izquierda a corto plazo.


Por la naturaleza social, económica y política del menemo-cavallismo, la caída de Cavallo es una victoria popular. Es incuestionable que esa caída es la consecuencia de las contradicciones insalvables del ‘plan económico’, que ningun periódico del país denunció con mayor anticipación, claridad, previsión y firmeza que Prensa Obrera. Pero la comprobación de la inviabilidad del ‘plan’, que el frepasista Alvarez se había arrepentido de no haber votado, que todos los opositores defendieron cuando lo ‘atacaban’ como “insuficiente”, pero señalando siempre que era “necesario”; la comprobación de esta inviabilidad también es una victoria, de naturaleza ideológica, de los explotados. Es el régimen de ‘ellos’, no el ‘nuestro’, el manifiestamente inviable. La ‘utopía’, reaccionaria, es de ellos.


También es incuestionable que Cavallo cae como consecuencia de una feroz lucha entre fracciones capitalistas: entre los acreedores internacionales, que quieren cobrar la deuda externa y seguir prestando y privatizando aun a costa de la más implacable recesión y de impuestos a los otros sectores capitalistas; la ‘patria exportadora’, que quiere mayores prebendas fiscales, menores salarios, un ‘alivio’ de su deuda en dólares; los capitalistas que producen para el mercado interior, que se achica sin cesar; los privatizadores, que defienden a rajatablas la ‘convertibilidad’ para conservar sus tarifas usurarias en dólares y mandar sus beneficios al exterior. Todos estos grupos se encontraban unidos en el período del ‘boom’ o el ‘efecto licuadora’, cuando entraban once mil millones de dólares por año de capital especulativo. Pero ahora que esto se terminó, la lucha que se ha desatado es por la simple subsistencia. En los últimos meses, importantes grupos de la burguesía nacional tuvieron que ceder posiciones estratégicas al capital extranjero. Desde diciembre pasado existe una persistente salida de capital del país, que se encuentra disimulada por el ingreso de dólares debido al extraordinario endeudamiento del Estado. Pero la quiebra del frente explotador es también una victoria política popular, porque pone al desnudo los límites que la lucha popular ha puesto al intento de descargar toda la crisis sobre las espaldas del pueblo. La reacción ante los decretos antisalariales amenazaba propagarse en el marco de esta crisis política y convertirse en una amenaza de conjunto para el Estado.


Teniendo en cuenta este conjunto de factores que precipitaron la crisis política y que seguirán teniendo un peso excepcional en los próximos acontecimientos de esta crisis, la caracterización fundamental es que Cavallo fue derribado por la amenaza representada por las movilizaciones populares que irrumpieron, en algunos casos, con características revolucionarias, al margen de todos los aparatos populares y sindicales de este sistema. En señalar esta amenaza consistió la actividad principal del clero en los últimos meses. El levantamiento de Cutral Co y Plaza Huincul; la situación de creciente sublevación que existe en los principales municipios de Neuquén; el crecimiento de los movimientos de desocupados en todo el país y, en especial, en el Gran Buenos Aires; la ‘pueblada’ de Tucumán; las huelgas fabriles en Córdoba; la decena de huelgas de choferes victoriosas en Capital y provincia; desde el ‘santiagueñazo’, esto fue derribando a Cavallo. La burguesía comprendió que tenía que abandonar una política que la llevaba a peligros enormes, incluso si no existía dentro de ella un consenso o acuerdo sobre cuál debía ser la política de recambio. Pero es esto mismo lo que le da a la caída su carácter de crisis fundamental. El reemplazo del ‘plan Cavallo’ por un ‘collage’ de remiendos es una evidencia contundente de la improvisación que reina en la clase capitalista y del carácter político excepcional de la caída de Cavallo. A Roque Fernández, Menem lo puso por descarte y fue más un ‘ascenso de escalafón’ que una designación ministerial.


En suma, a Cavallo lo tiró el pueblo. Es esto, por sobre todo, lo que la califica como una victoria popular.


Los capitalistas tienen una imperiosa necesidad, ahora, de disimular ante el pueblo la envergadura de esta crisis y de desligar a la crisis del papel que jugó en ella el protagonismo popular. Por eso se escuchan en estos días pavadas de antología, como las que atribuyen la crisis al ‘carácter’ de Cavallo, o la conclusión del frepasista Alvarez de que lo ocurrido demuestra que “no existen hombres imprescindibles”. Pero todos somos imprescindibles para aquello que se nos necesita. El acierto de una buena caracterización política del momento actual consiste en señalar por qué Cavallo se transformó en inútil.


El nombramiento de un ‘ultra-liberal’ en el ministerio de Economía ha impresionado, naturalmente, a los impresionables, que ven en esto ‘un giro a la derecha’ o, por lo menos, que ‘todo sigue igual’. Pero esto no alcanza para una caracterización. El menemismo está obligado a dar demostraciones de fidelidad a la ‘ortodoxia liberal’ , para no dar la impresión de que está cediendo ante el movimiento popular. La sustitución de Cavallo por un gobierno de concesiones habría producido un desbande político entre los grupos capitalistas que sostienen al gobierno. La cuestión que importa es que los ‘ultraliberales’ tienen menos condiciones políticas para llevar a cabo su programa ‘extremista’ que las que tuvo Cavallo para su ‘plan’ ‘moderado’. Por esto mismo, la lucha en la próxima etapa será más dura e incluso más difícil, pero será inevitable, al igual que el crecimiento del descontento popular, el espíritu de movilización y las posibilidades de mayor organización de los explotados. Las crisis políticas serán también más numerosas y crecientes.


Para las masas, en su conjunto, es extremadamente importante una comprensión adecuada de la nueva etapa política. El inicio de un período de crisis políticas sucesivas del menemismo; de mayores contradicciones dentro de los capitalistas; de giros brutales en la política económica; todo esto le dicta al movimiento popular una política de iniciativa y de acción, de lucha por defender lo que se nos pretende sacar —como las obras sociales, los convenios colectivos, las asignaciones familiares, o reducir salarios— y por recuperar lo perdido y avanzar. Sólo golpeando a las patronales y a su Estado con nuestras reivindicaciones se puede cambiar el ‘modelo’, ya que el cambio del ‘modelo’ explotador por el ‘modelo’ de los explotados no consiste en otra cosa que en imponer por medio de la acción y el cambio del poder político las reivindicaciones de los explotados.


Esas reivindicaciones fundamentales son: la derogación de los decretos antisalariales; la convocatoria de paritarias libremente elegidas para discutir el aumento de los salarios y el cese de la flexibilidad laboral; la defensa de las obras sociales bajo control obrero; un salario mínimo igual al costo de la canasta familiar; la reducción de la jornada de trabajo sin afectar el salario; 82% móvil para los jubilados; 500 pesos mínimos para todos los desocupados; ocupar y estatizar toda fábrica que despida; un plan de obras públicas bajo control obrero; la nacionalización bajo control obrero de la banca; el cese del pago de la deuda pública a los acreedores internacionales y grandes acreedores nacionales.


La burocracia sindical sigue diciendo, sin embargo, que no es la hora de poner sobre la mesa las grandes reivindicaciones populares, debido a que lo impediría ‘la recesión’, o ‘el aislamiento’, o ‘la correlación de fuerzas’. Pero el derribamiento de Cavallo es una victoria popular contra la política de ‘recesión’ y contra el ‘aislamiento’, y mejora ‘la correlación de fuerzas’. Y esto fue logrado —a pesar de los agoreros— ¡por los santiagueñazos y cutralcazos!


La caída de Cavallo no debe disimular un hecho fundamental —que los decretos salariales no fueron derogados. A esto se agrega ahora la tentativa de imponer la eliminación de las indemnizaciones por despidos, la liquidación de los convenios de trabajo y la privatización total de las obras sociales. Menem y el imperialismo quieren limitar la salida de Cavallo a una operación ‘sacrificamos al hombre para dejar en pie su política’; es decir, poner un límite a la derrota que han sufrido.  Imponer la derogación de esos decretos mediante la huelga es por eso fundamental. La política de la  burocracia de los sindicatos, en todas sus tendencias, no es luchar por la derogación de los decretos anti-salariales sino, nuevamente, sacrificar, si es necesario, las asignaciones familiares y el no descuento de los tickets-canasta a la posibilidad de su participación en la desregulación de las Obras Sociales, de donde la quieren sacar varios ministros privatistas de la salud del nuevo gabinete. De todos modos, la crisis le impone al nuevo ministerio medidas como el impuesto al gas oil, los aumentos de tarifas del transporte y otras medidas confiscatorias (incluyendo la devaluación que pregona Alsogaray), lo que indudablemente ampliará el campo de las masas en lucha.


Para la nueva etapa proponemos: reivindicaciones, lucha, organización.