Cerebro, mente y materialismo

Nuevos descubrimientos

“Diseñaron por primera vez el mapa de la inteligencia”, informó la prensa la semana pasada al destacar el trabajo de neurocientíficos del Instituto de Tecnología de California (Clarín, 25/3). Su tarea consistió en identificar las regiones clave del cerebro que se activan con el ejercicio de habilidades mentales como hablar, escribir, memorizar, procesar o abstraer. El descubrimiento habilitaría diagnósticos y terapias hasta ahora inaplicables. Una serie de instrumentos -como la tomografía computada, la resonancia magnética, el perfeccionamiento de las técnicas de registro de la actividad neuronal- han permitido desde hace algunos años grandes avances en la investigación de nuestra conocida “materia gris”.

La cuestión, sin embargo, tiene sus aristas problemáticas en la interpretación del desarrollo científico. Entre los neurólogos y biólogos moleculares asociados al estudio y mapeo del cerebro se encuentran quienes suponen que su labor condena la indagación psicológica al terreno de una metafísica especulativa. Uno de sus más brillantes expositores, a quien debemos importantísimos trabajos sobre la naturaleza de la actividad consciente del cerebro, ha proclamado sin más que “la psicología ha muerto”.1 El planteo básico es que la mente es un conjunto de operaciones del cerebro, que no es otra cosa que una fantástica red de miles de millones de neuronas. De aquí se concluiría que el avance de la neurofisiología dejaría sin trabajo a los chamanes de la psiquis.

Sin embargo, la afirmación de que la mente es una función del cerebro es uno de los datos de un viejo problema; no su solución. Es cuestionable que la conciencia y la mente desaparecen cuando el cerebro deja de existir. Pero mente y cerebro se refieren a dos niveles distintos de organización de la materia. La materia tangible no sólo existe como “cosa”. Precisamente, alguien dijo que la afirmación de que “existen rocas” y “existen miércoles” son tan correctas como diversas en lo que se vincula al nivel de realidad al cual hacen referencia. También existe el número pi, aunque nadie tropiece con él caminando por la calle. Dicho de un modo más prosaico: una sinfonía no puede reducirse a un conjunto de notas ni la mente se reduce a a un conjunto de neuronas.

Una de las cuestiones clave que el mapeo cerebral no resuelve está relacionada con el “todo” de la psiquis o la mente. Por ejemplo, se puede identificar eventualmente qué neuronas se activan cuando veo algo rojo, pero no está del todo claro que “lo rojo” o la “rojez” sea lo mismo para mí que para el lector, ni que suscite las mismas emociones y sentimientos. Un experto argentino, que valora el descubrimiento del mapa de la inteligencia, aclara, en la misma nota periodística de Clarín, que la investigación de marras “no contempla capacidades de cognición social y emocional”. Posiblemente sea una suerte que sepamos que cuando alguien dice “Rosita te amo” no todo se reduce a una combinación en las proteínas y moléculas que interactúan en las activadas neuronas de una región de ese órgano privilegiado que es el cerebro.

Uno de los exponentes más capaces y conocidos de la llamada psicología evolucionista -como se denomina a la variante tentada a reducir la disciplina a la neurofisiología- ha planteado, sin embargo, este llamado “problema difícil” en los siguientes términos: “El cerebro es un producto de la evolución, y así como los cerebros de los animales tienen sus limitaciones, nosotros tenemos las nuestras. Nuestro cerebro no puede retener cien números en la memoria, no puede visualizar un espacio de siete dimensiones y quizá tampoco puede comprender intuitivamente por qué el procesamiento de la información neural que observamos desde fuera debería dar lugar a la experiencia subjetiva interna. Me inclino por ello, aunque admito que la teoría podría ser demolida en el momento en que un genio aún no nacido -un Darwin o un Einstein de la conciencia- aparezca con una asombrosa nueva idea que de repente nos haga verlo todo claro.”2

Puede ser.


Notas

1. Michael Gazzaniga en “El pasado de la mente”, Ed. Andrés Bello, 1999.
2. Steven Pinker en “El misterio de la cociencia”, 2007; publicado en www.sindioses.org).

Pablo Rieznik