Políticas

3/6/1999|629

Congreso de la CTA

Las 8.000 personas, entre delegados y activistas de todo el país, que colmaron las instalaciones del Polideportivo de Mar del Plata son una medida de las expectativas y atención que despertó el 2º Congreso de la CTA.


Esta importante instancia para trazar una respuesta de conjunto de los trabajadores, sin embargo, fue llevada a un punto muerto.


La dirección de la CTA montó un cuidadoso y estudiado dispositivo de filtros y regimentaciones, de modo de impedir un debate colectivo. No existió una deliberación plenaria —que fue monopolizada por los discursos oficiales—. Todo fue girado a comisiones (las cuales, a su turno, en numerosos casos, fueron subdivididas en subcomisiones) con la particularidad, además, de que estas comisiones no tenían como propósito discutir y tomar posición sobre el informe central de apertura (es decir, la estrategia general) sino sobre cuestiones sectoriales. De manera que, de las 48 horas, la deliberación de los presentes se limitó a dos horas, con las características comentadas.


Aún con esas limitaciones, las cuestiones generales de carácter estratégico se filtraron igual. En distintas comisiones, se planteó la necesidad de un plan de lucha, entendiendo por éste, la necesidad de la huelga y de su continuidad y profundización en el tiempo. Donde este reclamo adquirió un carácter más nítido y diferenciado de la dirección fue en la comisión de Educación, en la cual una fracción de la concurrencia, integrada por activistas opositores a la burocracia de Ctera, planteó una moción alternativa a ésta, en la cual se impugnó el pacto Maffei-Decibe y el incentivo docente y se planteó un curso de lucha consecuente. No por casualidad fue allí donde, previendo esa circunstancia, la dirección del Congreso desplegó el mayor aparato adicto, de modo de proceder, a través de bombos y gritos, a tapar los reclamos de la oposición.


Se puede decir sin exagerar que, entre los asistentes al Congreso, se respiraba un clima de distanciamiento y desconfianza, cuando no de abierta hostilidad, contra la Alianza. Esto explica que las denuncias que los oradores hicieron en distintas comisiones (en los casos que lograban vencer el cerrojo burocrático) sobre el carácter patronal del PJ y la Alianza arrancaran inmediatamente aplausos y señales de aprobación.


Quien fue más consciente de esta situación fue la propia conducción de la CTA, que tuvo que hacer un delicado equilibrio y actuar con prudencia para evitar algún sobresalto en las deliberaciones. Los dirigentes de la CTA se abstuvieron de forzar una definición política del Congreso a favor de la Alianza, como venían reclamando algunos diputados de dicha coalición. Pero no pudiendo avanzar en una definición explícita en ese sentido, se cuidaron muy bien, tanto en los discursos como en la redacción de los documentos, de hacer una condena y una delimitación de la Alianza. No hay una sola palabra al respecto. En este contexto, la autonomía —sobre la que se insistió repetidamente que no iba ser moneda de cambio con ningún gobierno de turno— no fue más que un fórmula para encubrir y persistir, como ya se viene haciendo, en el apoyo vergonzante a la oposición patronal.


Esto se constata particularmente en las resoluciones de acción. Como lo sintetiza en un comentario Página 12 (30/5), los dirigentes de la CTA tampoco lograron poner la música esperada por los oídos de buena parte de los delegados como broche del plenario. Mientras muchos esperaban una convocatoria al paro general con movilización, la mesa de dirección de la CTA optó por un prudente llamado a paros y movilizaciones, sin más especificación, para el 6 de julio, cuando se cumplan cuatro años de la Marcha Federal. Es decir, un plan hecho a la medida del cronograma electoral


En este cuadro, la propia jornada del 6 corre el riesgo de ser un fiasco o quedar desnaturalizada en sus objetivos. Por lo pronto, el plan de acción no está presidido por un programa que contenga los principales reclamos obreros. Las resoluciones del plenario, por el contrario, se caracterizan por una interminable lista de reivindicaciones donde el aumento salarial, el seguro al desocupado, el reparto de las horas de trabajo sin afectar los salarios (consignas cuya sola mención despertaban el aplauso de la concurrencia) ocupan el mismo lugar y se confunden con el reclamo de subsidios a las Pymes, políticas de protección a la industria, es decir, con medidas de abierto carácter patronal.


La política del disimulo, del doble discurso con una gran cuota de demagogia, si bien le permitió a De Gennaro salir del trance y cosechar la adhesión y el respaldo de la concurrencia, no deja de tener patas cortas pues se sostiene en una base extremadamente endeble. La evolución de la crisis y la necesaria irrupción obrera obligará a una clarificación y delimitación de posiciones, colocando a la orden del día la necesidad de una verdadera autonomía, dirigida a convertir a los sindicatos en órganos de lucha para imponer una salida obrera a la crisis capitalista.