Políticas

1/4/1993|386

Cuando la iglesia advierte…

En los últimos días han habido algunos pronunciamientos de altos jerarcas de la Iglesia, que merecen una cierta atención.


El obispo de Santa Fé, Edgardo Storni, criticó las “intenciones y proyectos electoralistas” del llamado “plan social” oficialista, que se cumplirá en el marco de “una pobreza generalizada” y de “una corrupción profunda y generalizada”. Storni atacó a Cavallo (“se podrá argumentar que tras tanto ajuste, y nada más, las cuentas cierran en el Palacio de Hacienda, pero a costa del cierre de fuentes de trabajo… de mayor hambre y desesperanza de millones de argentinos, especialmente en las provincias o zonas del país siempre postergadas”); atacó a la clique privatizadora (“la concentración del poder económico… además de dominar e instrumentar el poder político, deja en manos de muy pocos las riquezas del país”); y atacó al propio Menem (“afirmar que no hay pobreza constituye una torpe obsecación y suena como una tilinguería que se cree ya en el primer mundo”).


Pocos días después, desde la ciudad de La Rioja, el obispo de Morón, Justo Laguna, fue directo contra Cavallo: “nadie dará la vida por la estabilidad… me preocupa que la franja de la pobreza se agrande entre los sectores más marginados”. Por esas mismas horas, desde Formosa, el obispo local, Dante Sandrelli, volvió a la carga afirmando que “la pobreza en Formosa es progresiva y alarmante”. El formoseño invitó a sus fieles a “tirar por el suelo a todos aquellos ídolos que creamos” (todas las citas son de Crónica, 24 y 26 de marzo).


Todas estas declaraciones contrastan violentamente con el apoyo del Episcopado a Menem y a la “privatización”. Más que reflejar una crisis, que seguramente está en marcha dentro de la Curia, es una expresión en la conciencia de que el plan económico está agotado; de que las iniciativas políticas no llevan a ningún lado y amenazan con acabar en inmovilismo; y de que la pobreza creciente y las luchas en aumento de los trabajadores pueden  generar una situación de “ingobernabilidad”. La Iglesia es siempre un muy buen termómetro de la desesperación de las masas.


Los agentes de la burguesía, que conocen más de cerca los reclamos de los explotados, advierten: “la caldera está por estallar”.