Políticas

16/6/2005|904

Cuídense porque anda suelta

Elisa Carrió se pasea por cuanto programa de televisión se le ponga a tiro, desplegando un estilo señorial. Carrió asegura, pontifica, profetiza, actúa como una pitonisa. ¿La construcción de ‘una imagen’? Mucho más que eso, porque el cultivado comportamiento de la ex aliancista apunta a disimular su programa, su planteo político. No es casual que cuando se refiere a su programa, lo hace como al pasar. No sea que se convierta en el eje de la entrevista o del debate.


Con los banqueros


Lo que Elisa Carrió procura evitar es que el teleespectador perciba que ella guarda con sus rivales una curiosa coincidencia — por ejemplo, que defiende a rajatabla el canje de la deuda externa. Lo hace en términos sorprendentes, porque apela para ello al argumento del realismo, precisamente aquello mismo que está ausente en el conjunto de su discurso. Lo que la baja a tierra en el asunto de la deuda es la fuerza del capital financiero internacional y el temor que éste le inspira. En este punto la ex radical no quiere entrar en los detalles, como que su posición implica defender la creación de nueva deuda para compensar a los bancos y financiar la licuación de deudas de los Techint; o que más del 40% de la deuda post-default se encuentre ajustada por CER y ofrezca un rendimiento anual que se acerca al 20% en dólares. Los seguidores de Carrió ya habían probado, en 2002, esta vocación de entreguismo cuando aprobaron la refinanciación de la deuda de la Ciudad propuesta por Ibarra, la cual no incluía quita alguna para la parte en dólares, aceptaba una tasa usuraria por encima del 7% anual y ajustaba la parte de la deuda en pesos por el crecimiento que tuviera la recaudación tributaria porteña (ha sido más del ciento por ciento). El ARI ‘acompañó’ a Ibarra (y, por sobre todo, a los bancos Morgan y Francés) en la despesificación de la deuda pública de la Ciudad. Esta gravísima confiscación del contribuyente capitalino en beneficio de los bancos debería ser suficiente para tipificar el contrato moral que propone la chaqueña como una grosera estafa a la fe pública.


La posición de Carrió frente al canje de deuda pone de manifiesto todos los hilos de intereses que la unen a los banqueros, no importa cuánto haya investigado sobre lavado de dinero por medio de los bancos. Ninguna operación es más eficaz para ese lavado que el canje de la deuda — un título anónimo sin rastros.


El acuerdo de Carrió con el canje de la deuda pública implica otro acuerdo más, el acuerdo con la política de elevado superávit fiscal, que es funcional al pago de la deuda que se ha refinanciado. La necesidad de conservar y acrecentar si fuera posible este excedente de recaudación es la causa fundamental del violento deterioro de los salarios de los trabajadores del Estado, así como de los gastos sociales de todo orden. Implica, claramente, una ‘redistribución de ingresos’ en perjuicio de la mayoría popular y en beneficio del capital financiero. Esta redistribución de ingresos tiene lugar de un modo despótico, porque está determinada por una acción coercitiva del Estado, o sea de carácter extraeconómico. En sus paseos por los estudios televisivos, Carrió nunca se refiere al superávit fiscal ni a los salarios. ¿Qué la diferencia de Kirchner o de López Muphy?


Con las AFJP


Tardíamente, la mujer que ha abandonado la esperanza de representar a los chaqueños pero está segura de representar las aspiraciones de los porteños, advierte sobre el derrumbe de la vejez. Entre los que trabajan en negro y los desocupados, dice, dentro de quince años habrá millones de personas sin acceso a la jubilación. Aunque Carrió debe pensar que diez años no es nada, nuestro partido advirtió lo mismo cuando Cavallo privatizó la previsión social, que luego De la Rúa se comprometió a proteger con el fervoroso apoyo de Carrió. Ahora, la candidata del ARI, sin que por ello se le mueva un pelo, propone salir de este derrumbe social con una jubilación mínima de alrededor de 300 pesos, o sea un 60% debajo de la canasta de indigencia. Carrió no solamente le pone números a la miseria social que les promete a los que se retiren de la vida laboral. El punto fundamental es que monta todo un discurso apocalíptico sobre los futuros jubilados con la finalidad de tender una cortina de humo sobre las AFJP, a las que soslaya como si no fueran las protagonistas fundamentales del derrumbe jubilatorio. La privatización de la previsión social ha significado un desvío de fondos del Estado a las AFJP y es la responsable del hundimiento fiscal del Estado. Esa jubilación privada es, por otra parte, un negocio parasitario que lucra con el endeudamiento del Estado. Carrió no ignora que los fondos de pensiones son los grupos bancarios más beneficiados por el canje, puesto que se los ha autorizado a contabilizar los títulos que tienen en su poder a su valor nominal (en la actualidad un 80% por arriba de la cotización de mercado). Carrió pretende defender a la vejez del desahuciamiento sin modificar un ápice la captura de los fondos previsionales por parte de las finanzas capitalistas. ¿En qué la distingue esto del más rabioso privatista o neoliberal?


Con los contratistas


Elisa Carrió se preocupa también por los niños, hasta un punto tal que propone convertir el apoyo a la niñez en la viga maestra de la redistribución ‘progresiva’ de los ingresos. Para eso plantea abolir los ‘planes Trabajar’, que según la ex chaqueña favorecen la vagancia, y utilizar esos fondos para una asignación por hijo que sería cobrada por la madre. Sin tocarle un pelo al capital, Carrió redistribuye la plata de un pobre a otro — del beneficiario de los planes a los hijos de esos beneficiarios — ; claro que la asignación por hijo sería menor a los 150 pesos, no digamos de los 350 pesos que reclaman las organizaciones de desocupados. La tesis de que los 150 pesos favorecen la vagancia es la misma que sostienen los patrones de la construcción y de las distintas cosechas agrícolas, que pretenden pagar salarios por montos similares. A la pitonisa se le ocurre que la distancia entre un plan y un salario es corta, por la simple razón de que ni en la fantasía plantea llevar el salario mínimo al costo de la canasta familiar, o sea a los 2.000 pesos. Cuando se trata de los trabajadores, la calculadora de Carrió sólo opera con tres dígitos.


Con el Banco Mundial


Lo que Carrió oculta igualmente, siempre entre la prosa encendida y la mirada furtiva, es que los términos de su preocupación por niños y viejos coinciden con las propuestas del Banco Mundial y el clero. Los banqueros han llegado hace tiempo a la conclusión de que el capitalismo va a tener que mantener una masa de desocupados crónica, cuyos costos deberán ser lo más bajos posible. Carrió coincide con este pronóstico catastrófico, mientras fantasea con un ‘futuro diferente’. Carrió no encarna un planteo progresista sino reaccionario, que asimila todas las tendencias a la miseria y la descomposición social que están presentes en el capitalismo.


Carrió se inscribe naturalmente en todo el verso nacional de los microemprendimientos y del apoyo a las pymes, como si ignorara que la economía está dominada por los grandes monopolios o que el mejor destino que le está reservado a una pyme es oficiar de empresa tercerizada de algún pulpo y, por medio de esa tercerización, viabilizar los salarios en negro y el trabajo precario que les permiten a los pulpos abaratar los costos y a Carrió derramar lágrimas de cocodrilo por los trabajadores en negro que no se podrán jubilar.


Con los Ibarra


Carrió tampoco se diferencia del personal político patronal en lo que hace a su prontuario. No ya por su pasado bajo la dictadura o la Alianza; más recientemente, cuando ya se había reconvertido a lo que es hoy, apoyó la reelección de Ibarra, y su gente pasó a formar parte del Gobierno de la Ciudad hasta la masacre de Cromañón. Aun después de la masacre, los legisladores del ARI continuaron operando para defender a Ibarra contra los ‘desestabilizadores’.


Carrió puede meter ruido denunciando las fechorías de sus adversarios del mismo campo social. Una pelea de gerentes. Pero no es el punto de partida de nada.