Políticas

26/6/2008|1043

DEMOCRACIA Y REPRESION | Así terminó el Mayo Francés

De Gaulle gana las elecciones

El 11 de junio en una gran terminal ferroviaria de París (Gare de l’Est) se reunieron estudiantes y jóvenes trabajadores frente al llamamiento de la Unef. La CGT, dirigida por el stalinismo, desconoció la convocatoria. El aislamiento se sentía. En las movilizaciones estudiantiles de mayo, cuando la burocracia sindical abandonaba al movimiento juvenil, la movilización se apoyaba en el progreso de conjunto de la lucha y en la creciente intervención de la clase obrera que paralizaba Francia. Esta vez, la dislocación de la huelga general era lo decisivo: "La fatiga y el agotamiento del movimiento estudiantil ya era evidente".1 Además, "se presiente el enfrentamiento violento – dice la crónica de un testigo de la época- ; se intuye que esa noche se juega la última acción importante del proceso iniciado un mes atrás".2

El final

La policía, que en mayo había buscado acantonar a los estudiantes en el barrio de la universidad, buscaba ahora impedir la llegada de los manifestantes al Barrio Latino y trataba de evitar que se formara una auténtica manifestación; por eso reprimió de entrada, detuvo en masa, dispersó a los grupos que se concentraban. Los cálculos sobre la cantidad de personas movilizadas eran difíciles de evaluar en esas condiciones, pero se contaban en decenas de miles. Ante el cerco policial al barrio universitario, los manifestantes se desperdigaron por todo París, acosados por una razzia permanente de los uniformados. "La violencia alcanza un nuevo pico: 1.500 detenidos, cientos de heridos entre los manifestantes, 72 policías heridos, algunos graves, 72 barricadas, 75 coches incendiados, 10 vehículos de la policía saqueados e incendiados, cinco comisarías de policía atacadas, numerosos incendios, vitrinas rotas, árboles cortados, etc… Como en París, en otras ciudades se han producido también escenas de violencia en las manifestaciones convocadas por los estudiantes. Raymond Marsellín, nuevo ministro de Interior, prohíbe todas las manifestaciones. A partir de ese momento, la represión va a pasar al primer plano de la actividad gubernamental".3

Al día siguiente (12 de junio) se conocieron los decretos que declararon disueltas a las organizaciones protagonistas de la insurgencia: Juventud Comunista Revolucionaria y el Partido Comunista Internacionalista (JCR y PCI, mandelistas), Federación de Estudiantes Revolucionarios y Organización Comunista Internacionalista (FER y OCI, lambertistas), Unión de Juventudes Comunistas Marxistas Leninistas y Partido Comunista Marxista Leninista de Francia (UJCML y PCLFM, maoístas), el Movimiento 22 de marzo (a cuya cabeza estaba el anarquista Daniel Cohn Bendit) y Voz Obrera. Por supuesto, entre los proscriptos no estaba el Partido Comunista. Ese mismo 12 de junio, su diario L’Humanité denunció a los grupos "provocadores" que intentaban mantener la huelga. Al mismo tiempo que numerosos militantes eran detenidos, activistas extranjeros fueron expulsados del país. Las manifestaciones y los mitines quedaron prohibidos.

Hay, sin embargo, una última manifestación popular, aun después de la prohibición de las movilizaciones callejeras y la ilegalización de las organizaciones de izquierda. Es la que se organizó para el entierro de Gilles Tautain, estudiante secundario de 17 años asesinado por la policía, en la represión en los suburbios parisinos de días anteriores. Son "muchos miles de manifestantes que, en un silencio sólo roto por el Canto de los Mártires y La Internacional, acompañan al camarada muerto hasta el cementerio de Batignolles". La policía no apareció en esa marcha, que fue la última gran protesta callejera.4 Pero el ataque represivo en los frentes de lucha que aún se mantenían abiertos no cesó. El Teatro Odeón, uno de los más famosos de París, ocupado desde hacía varias semanas, fue desalojado por la fuerza el 15 de junio. Finalmente, luego de una campaña mediática de denuncia a los ocupantes como "provocadores", las fuerzas represivas desalojaron la Sorbona el domingo 17 de junio. En esos mismos días, "En la semana laboral del 10 al 15 de junio se levantó el paro en la mayoría de las grandes plantas metalúrgicas de la región parisina que aún seguían en huelga".5 El 18 se volvió al trabajo en la más importante de ellas, la Renault. Era el fin de la huelga general.

Ultimas maniobras y concesiones

El gobierno siguió hasta el final combinando palos y zanahorias: "Para imponer la vuelta al trabajo multiplicó las concesiones allí donde los trabajadores se mostraban más tenaces".6 Incluso en el único terreno en el que ya había retrocedido en los acuerdos del 24 de marzo, "referido a los aumentos salariales: el salario mínimo pasó de 2,22 a 3 francos (equivalente a un salario mensual de 519 francos, cuando los sindicatos reclamaban 600 y cuando acababa de lanzarse en Renault la consigna de ningún salario por debajo de los 1.000). Era un aumento sustancial – del orden del 35% – que afectaba directa o indirectamente los salarios de casi dos millones de trabajadores y que abría una brecha significativa en los planes oficiales de superexplotación… el doble o el triple de lo que la patronal planteaba como incremento de sueldos antes de la huelga general".7

A comienzos de junio, el gobierno complementó su oferta con aumentos sectoriales para los trabajadores que se mantenían en huelga, en los servicios públicos en particular. Y hubo nuevos ofrecimientos luego del día 6, cuando la CGT dio oficialmente la orden de volver al trabajo. El gobierno rechazó la escala móvil de salarios, la reducción de la semana laboral a un máximo de 40 horas y los mayores descuentos para la jubilación.

La campaña electoral

Mientras se descargaba la represión sobre los últimos focos aislados de resistencia obrera y estudiantil, el gobierno, los principales partidos patronales, la prensa y el stalinismo se focalizaban en la campaña electoral. Si la salida "democrática" había sido el punto de unión entre la burocracia stalinista y el gaullismo, ahora ambos intentaban presentar su confrontación en las urnas en términos de total polarización. Los gaullistas se reivindican como los garantes de la "ley y el orden" ante la amenaza "comunista". El primer ministro Pompidou pidió a los votantes que eligieran a la UDR (la Unión en Defensa de la República, gaullista) "si quieren derrotar a la subversión y cerrarle el paso a un partido totalitario que amenaza nuestras libertades".8

El PC respondió a esta ofensiva corriendo el eje de su campaña hacia la derecha. Defendió su condición de partido "responsable", comprometido con el "marco de la legalidad". Esto, en el mismo momento en que el régimen la violentaba con la represión y el estado de emergencia. "No somos aventureros", dirá Waldeck Rochet, el secretario general del PCF, "en estos momentos difíciles la actitud de nuestro partido permitió evitar el conflicto violento que el régimen gaullista estaba buscando".9 Detrás de la fachada de polarización electoral, el gobierno y los "comunistas" reivindicaron lo mismo… la vuelta al orden.

La pequeña burguesía ahora vacilaba. Si se trata de "orden" conviene convocar a los "especialistas", dirá el autor de un libro sobre la conducta del PC en aquel momento.10 El gaullismo se preparó entonces para recoger en las urnas el efecto de la cuidadosa tarea de desmonte de la huelga general ejecutado impiadosamente por el stalinismo. En la campaña electoral, el ataque del PC a lo que denominaba ultraizquierda no cesó; ni siquiera luego de los decretos represivos que colocaron a los partidos de izquierda en la ilegalidad. "Los estridentes ataques del PCF contra los ultraizquierdistas no buscan solamente enfrentar la propaganda gaullista y asegurarse el respaldo del electorado burgués: son también una respuesta nerviosa ante un nuevo desafío político e ideológico… Nunca en su historia el PCF había estado tan cerca de ser ‘corrido por izquierda’…".11 Se cavaba entonces su propia fosa.

Los resultados

La UDR gaullista obtuvo un resonante triunfo electoral: ganó 358 de las 487 bancas en la Asamblea Nacional. Era la primera vez en la historia de la república que un partido obtenía la mayoría absoluta. La trascendencia de la victoria era todavía mayor si tenemos en cuenta que en las elecciones del año anterior De Gaulle había ganado por un margen mucho más estrecho. Los comunistas perdieron terreno por amplio margen: de 73 escaños pasaron a 34. Los socialistas, en tanto, también perdieron la mitad de sus diputados y se quedaron con medio centenar. El ascenso de la derecha se evidenció incluso en distritos obreros, tradicionales bastiones de la izquierda comunista y socialista.12 La victoria no permitió abrir una nueva perspectiva al régimen político francés, pero sí procesar su agotamiento luego de disipar la situación revolucionaria y en un lapso prolongado. Asistiremos a una lenta pero irreversible descomposición del bonapartismo, de la cual no parece haber tomado nota entonces el propio De Gaulle: en el ’69 fue eyectado del poder luego de convocar a un plebiscito sobre su permanencia en el gobierno.

Al concluir la huelga general quedó planteado "un equilibrio inestable, un equilibrio que no nacía de una nueva disposición de fuerzas luego del desenlace de la crisis sino al revés, de la extrema tensión de fuerzas de clase que no llegaron ni de un lado ni del otro a imponer un triunfo decisivo. La huelga general no pudo lograr la satisfacción de sus reivindicaciones fundamentales, la burguesía no pudo aplastarla".13


Notas

1. François De Massot: La grève general, Ed. Informations Ouvrières, 1978.
2. José María Vidal Villa: Mayo 68, Ed. Bruguera 1978.
3. Idem.
4. Idem.
5. "Workers in a Repressive Society of Seductions: Parisian Metallurgists in May-June 1968"; en French Historical Studies, 18:1, 1993.
6. Idem.
7. Idem.
8. Le Monde, 14 de junio de 1968. Citado en Kevin Devlin, "The PCF and the crisis", 1968.
9. Kevin Devlin: "The PCF and the crisis", 1968, citado por De Massot, op. cit.
10. Idem.
11. Idem.
12. Idem.
13. François De Massot, op. cit.

Equipo Cuarenta Aniversario