Políticas

11/1/2002|737

Disparan contra la clase media

Se ha podido leer en los últimos días artículos descalificatorios de la rebelión popular del 19-20 diciembre, que sostienen, en resumen, que ésta fue hegemonizada por una clase media principalmente interesada, cuando no en forma exclusiva, por su dinero atrapado en el “corralito” de los bancos. Para los autores en cuestión, semejante preocupación “fisiológica” jamás podrá inspirar ideales de emancipación social. Algunos se han permitido ver en el uso de la cacerola un mensaje encriptado de características pinochetistas (!), aunque el cacerolazo de la noche del 19 de diciembre haya sido para enfrentar la declaración del estado sitio! (sin reparar tampoco, por supuesto, que el uso de ollas y sartenes ya caracterizó a los porteños que resistieron a las invasiones inglesas de 1806-7 y que en la actualidad han sido rescatadas para echar a los pinochetistas alojados en el gobierno de la Alianza *¡en primer lugar Cavallo!)


Varios burócratas sindicales que apoyan hoy decididamente a Duhalde, no han olvidado recordar que buena parte de la clase media insurreccionada votó a la Alianza en octubre del ’99 (¡pero lo mismo hicieron los peronistas Alicia Castro, Víctor De Gennaro y Hugo Moyano!) y algunos han ido incluso más lejos resucitando el pasado gorila de los padres y abuelos de los porteños en rebelión.


Una cuestión de método


Esta crítica al levantamiento popular de diciembre adolece de un serio defecto de método. En primer lugar porque deja de lado dos cosas: una, que el levantamiento no sólo fue porteño sino nacional; dos, que las jornadas del 19-20 fueron la culminación de un proceso por demás largo, que arranca con el Santiagueñazo del ’93 y que hacia el final fue dominado por el levantamiento piquetero de Tartagal y Mosconi. Las jornadas del 19-20 fueron precedidas en lo inmediato por las huelgas, ocupaciones de empresa y manifestaciones de masas, en Córdoba y Neuquén (y las ocupaciones de Telecom y Emfer y la huelga ferroviaria, entre otros) y luego por los ataques a supermercados en Mendoza y Entre Ríos, que finalmente llegaron al Gran Buenos Aires entre el 17 y 19 de diciembre. Una semana antes de los acontecimientos decisivos, se cumplió un paro general que se caracterizó por la participación de todas las clases sociales, aunque con un agregado revelador: la “acusada” clase media se esforzó por separarse políticamente de la burocracia sindical de los Daer y Moyano, con lo cual jugó, a su manera, un rol objetivamente revolucionario. Esto se ve incluso más claramente ahora que estos personajes han pasado a integrar el nuevo campo oficialista, el cual se ha largado a confiscar a las masas y a los pequeños ahorristas para rescatar a los grandes pulpos económicos afectados por el derrumbe capitalista. Apenas dos meses antes de los acontecimientos, un ala vinculada a la clase media, los estudiantes universitarios, desalojaban a la representación clásica de la pequeña burguesía en la universidad, Franja Morada, votando por los partidos de izquierda y a los independientes de orientación izquierdista.


No ha faltado quien identificara entre los insurrectos a más de un “ejecutivo” cuyo menester cotidiano es aplicar a rajatablas la flexibilidad laboral. ¿Pero en qué revolución popular no han estado presentes, en sus comienzos, algunos integrantes de esta franja de la clase media? Si es por las históricas revoluciones inglesa y francesa, hay que decir que participaron en ellas y hasta las dirigieron reconocidos esclavistas y grandes propietarios, cuyos intereses habían entrado en contradicción con los restos feudales y hasta con las monarquías absolutistas. Hasta en la revolución rusa de febrero, que se caracterizó por el liderazgo en la lucha por parte del proletariado, no sólo participó la gran burguesía hasta unas pocas horas antes aliada del zar, sino que incluso se apoderó del poder vacante organizando un rápido golpe de Estado.


La pauperización de la pequeña burguesía


Pero, ¿fueron, acaso, los “ejecutivos” el elemento predominante, no ya del levantamiento, sino de los “cacerolazos”? Esto lo responde el Financial Times, el cual ha escrito, en su edición del último día del año, que “los economistas y los analistas han identificado hace largo tiempo a las clases medias como los corderos propiciatorios de cualquier solución viable a la creciente crisis financiera. Estimaciones recientes sugieren que dos mil de ellos desaparecen por día en las filas de los pobres. La clase media argentina está obsesionada con su propio derrumbe. Infinidad de películas y obras de teatro están dedicadas a la decadencia de las familias de clase media”.


Esta es la clase media de los “cacerolazos”, no los ejecutivos de empresa (salvo que hayan sido despedidos) *una clase que enfrenta, no simplemente el “corralito”, sino una gigantesca confiscación a manos del gran capital, una clase media sin plata y sin trabajo. Por esto, el diario inglés cita a un funcionario del BCP Securities, que dice que “la situación argentina está madura para una insurrección popular similar a las de París de 1792 y 1871, y Teherán en 1979. Argentina ya no puede seguir sosteniendo a su extendida clase media”.


Observe el lector que los levantamientos de 1792 y 1871 no fueron revoluciones burguesas democráticas, sino levantamientos dirigidos por el ala extrema de los trabajadores, en un caso, y por el proletariado, en el otro. Pero si el capital admite, por la boca de sus representantes, que el capitalismo no puede sostener a la clase media, la conclusión que emerge es que la clase media está siendo llevada por la crisis a una posición objetivamente anti-capitalista. En otras palabras, la clase media tiene, sí, un problema de “corralito”, pero no solamente con el “corralito” financiero que le impuso el gobierno, sino con el “corralito” de la degradación social que le ha impuesto, y le impondrá cada día más, el derrumbe capitalista.


La crisis le plantea a la pequeña burguesía la necesidad de una reorganización del país sobre nuevas bases sociales, algo que solamente podrá resolver bajo la dirección de la clase obrera actuando como partido político independiente.


Historia


Los defectos de método de la opinión descalificatoria de la clase media de la cacerola (¡emitida para colmo, en la mayor parte de los casos, por escritores pequeño burgueses centroizquierdistas!), no se agotan en lo dicho. En ellos se manifiesta una gran distorsión histórica, porque esta clase media tiene una tradición ideológica formada en gran parte por el socialismo y de sus filas salió la juventud que, a partir de la desintegración de la dictadura “libertadora” de 1955-57, iniciará el fenomenal ascenso político que culminará en el “Cordobazo”. En 1961, una espectacular votación en la Capital a favor de un candidato que defendía a la revolución cubana (Alfredo Palacios), llevaría a las revistas de la época a hablar del “domingo rojo en Buenos Aires”. Esta clase media comienza, a partir de la crisis de 1994-95, a participar activamente en la oposición al menemismo. Si en el ’99 votó a la Alianza, lo hizo de la mano de los ex JP y los ex comunistas del Frepaso, no por simpatía con De la Rúa, y el primer cacerolazo fue convocado precisamente por Chacho Alvarez, para protestar contra Yabrán. Lo que tenemos ahora es una clase media que se ha insurreccionado contra su propio gobierno, de modo similar a la insurrección que protagonizaron los obreros, en gran parte peronistas, en junio y julio de 1975, contra el suyo, que entonces había pasado a manos de Isabel Perón.


Para algunos intelectuales, la lucha contra el “corralito” es demasiado prosaica como motivo de una revolución; prefieren seguramente como causas la libertad para interpretar las sagradas escrituras (reforma luterana, revolución inglesa) o la vigencia de la razón (revolución francesa), fingiendo ignorar que en la mayor parte de los casos los alegatos ideológicos de las revoluciones pretendían esconder sus verdaderas causas materiales, es decir sociales. El “corralito”, en su vulgaridad, tiene al menos sus ventajas, pues desnuda la explotación del capital financiero, en lugar de escamotearla con abstracciones tales como “justicia social”, “soberanía política” o “independencia económica”.


¿Quién dirigió el levantamiento popular?


El defecto final de método de los impugnadores de la clase media reside nada menos que en el hecho de que no es cierto que la clase media de la cacerola haya dirigido el levantamiento popular que acabó con De la Rúa. El enorme mérito de la clase media capitalina en esos días, fue otro: fue haber salido en la noche del 19 contra el estado de sitio, respaldando por lo tanto los asaltos a los supermercados que habían adquirido masividad desde la noche anterior, en oposición al gobierno de De la Rúa-Cavallo, y por lo tanto en apoyo a todo el movimiento obrero, piquetero y popular de los últimos meses. Con esta decisión de enfrentar el estado de sitio, los porteños precipitaron el levantamiento popular, pero no lo dirigieron. En la jornada decisiva del 20, a partir del mediodía, el levantamiento popular fue “bancado”, es decir dirigido físicamente, por la juventud trabajadora, desocupada y estudiantil de la ciudad y también del Gran Buenos Aires, y por una parte de los partidos de izquierda. A De la Rúa-Cavallo no lo voltearon los cacerolazos sino la lucha física consecuente de la juventud por la dominación de la Plaza de Mayo y contra la represión policial y parapolicial.


Esto nos lleva a la cuestión final: ¿qué clase social dirigió el levantamiento popular? El 19 y 20 de diciembre no fue una huelga como la de los obreros anarquistas en la semana trágica del ’19; tampoco fue una huelga obrera activa como la del 17 de octubre o una huelga obrera indefinida con barricadas y luchas obreras contra el ejército, como la de enero de 1959; no fue finalmente una irrupción gigantesca del proletariado de la industria, como en el Cordobazo. Sin embargo, por la clase que estuvo al frente de la lucha en su largo proceso de gestación y desarrollo; por el papel excepcional del movimiento piquetero en la preparación de esta lucha; por el papel sin precedentes, en el último cuarto de siglo, de una parte de los partidos de izquierda en todas las fases de esta lucha; por el extraordinario papel de la juventud trabajadora en la lucha final, el jueves 20; por todas estas características que hacen al conjunto del proceso histórico, el levantamiento popular fue un producto de la clase obrera. La conclusión que emerge de aquí es harto clara: la rebelión popular sólo triunfará con un gobierno de trabajadores, ninguna otra clase puede sustituir al proletariado en promover un desenlace victorioso para el pueblo de la presente crisis revolucionaria.


El capitalismo, las clases, el partido


Es el propio proceso capitalista el que ha llevado a la clase media al campo revolucionario. La extensión constante de la acción del capital financiero, que se apropia de los ahorros y recursos de la pequeña burguesía para usarlos como capital en el proceso de la explotación social de la clase obrera, ha integrado a esta pequeña burguesía al movimiento de la circulación capitalista como nunca antes en la historia. Hasta los dentistas y tenderos de Alemania e Italia fueron involucrados con la deuda externa argentina por sus respectivos bancos y fondos de inversión. La expropiación relativa o parcial de la pequeña burguesía por el capital, fue presentada como un tributo que el capital le pagaba a la pequeña burguesía en una explotación común de la clase obrera. Fue el “milagro” que se adjudicó a la “convertibilidad”. Ahora el sueño se convirtió en pesadilla; la expropiación relativa (el banquero ganaba más con la plata del ahorrista que lo que le devolvía por esos ahorros) se ha convertido en absoluta. La crisis ha devorado el último peso de la renta de la pequeña burguesía, y además la ha dejado sin trabajo e incorporada a la miseria social. Las privatizaciones (o sea la confiscación del patrimonio público), la deuda externa y la “convertibilidad” han sido las grandes palancas económicas e históricas del levantamiento popular.


La crisis revolucionaria actual presenta una característica decisiva propia cuando es comparada con todas los movimientos populares revolucionarios nacionales a los que se hizo mención: ha involucrado activamente a una enorme masa de la pequeña burguesía, que en los ejemplos anteriores se encontraba relegada. Esta novedad histórica amplía enormemente, al menos en principio, el campo histórico de acción de la clase obrera. La clase obrera no tiene que enfrentar hoy a una pequeña burguesía neutral, y también por primera vez el gobierno de turno no encuentra apoyo en ella contra la clase obrera. Pero la conquista para la clase obrera de la masa de la clase media, requiere que la clase obrera resuelva su propio problema político: la necesidad de una dirección de clase y socialista. La conquista de la clase media y la solución de la crisis de dirección van de la mano. La solución de la crisis de dirección será, por un lado, la consecuencia de la lucha política que se entablará de ahora en más, de un lado contra el intento del peronismo de restaurar su antigua influencia, y del otro lado contra las políticas izquierdistas democratizantes y movimientistas, que se caracterizan por los siguientes planteos fundamentales: oposición a un gobierno de trabajadores de carácter revolucionario y oposición al desarrollo de un partido obrero revolucionario. Por otro lado, la superación de la crisis de dirección dependerá en gran medida de la ampliación de la intervención de la clase obrera a nivel mundial, como consecuencia de la propia crisis mundial capitalista.