Políticas

23/10/1998|605

Duhalde y la alianza

A los que firmaron el punto final, la obediencia debida y el indulto, y a los que luego reafirmaron la vigencia de esos tres atropellos, como ocurrió con el Frepaso, les vino un súbito arrebato en defensa del estado de derecho.


¿El beneficiario de este arrebato? Pinochet.


A los que no han dejado una pulgada de patrimonio público sin extranjerizar, los arrebata ahora la defensa de las fronteras nacionales.


¿El beneficiario de esta conmoción nacionalista? Pinochet.


A los que van a ir ahora a Londres a acabar el remate territorial, petrolero y pesquero de Malvinas, los ha conmovido la usurpación británica (o española) de los fueros de un criminal. Lo mismo ocurre con la oposición que nada hace para impedir este remate, que ella mismo inició bajo el gobierno de Alfonsín.


Al gobierno y al Congreso que han votado hace pocas semanas la formación de una Corte Criminal Internacional, que viola todos los principios nacionales, los afecta de golpe, cuando se trata de salvar a Pinochet, que pueda violarse el principio de la extraterritorialidad. A los que reformaron la Constitución en 1994, para poner por encima de ella la vigencia de los tratados internacionales, les preocupa que la detención del asesino sirva como antecedente contra la primacía del derecho nacional.


Quienes apoyaron la guerra del Golfo y la invasión norteamericana de Panamá, ¡ahora se preocupan por la violación del derecho internacional que entrañaría la detención y el juzgamiento de Pinochet!


Si hasta La Nación, en un editorial, se perturba por “las incertidumbres y los temores que origina el surgimiento anárquico de una justicia sin fronteras…”. ¡Qué tal!


Denunciar la hipocresía de los Duhalde, de los Alfonsín, de los De la Rúa o de los Alvarez y los Menem, que se han pronunciado contra la detención de Pinochet, no es suficiente; hay que decir que lo hacen para asegurarles a los aparatos represivos que la impunidad seguirá siempre en pie; que siempre habrá una obediencia debida, un punto final y un indulto; y para asegurar, por sobre todo, a los mandantes de esos aparatos, o sea al imperialismo y a los pulpos capitalistas nacionales, que nada modificará el encubrimiento de su rol en la gestación de las dictaduras militares y en el financiamiento y respaldo a todo lo que ha sido violar el derecho de los trabajadores.


La detención de Pinochet le sacó la careta a Duhalde en menos de 24 horas: ¿no había saludado acaso, el Cabezón, el 17 de octubre, a las Madres de Plaza de Mayo?


Las organizaciones obreras que van a la cola de los partidos patronales tendrán que tragarse ahora otro sapo enorme. ¿Pero no confirma todo esto el acierto político del Partido Obrero, que las llama a romper con Duhalde y con la Alianza y a organizar una alternativa obrera independiente?


Carlitos, Cabezón, Alfonso, Chupete, Chacho… calma, ‘don’t worry’. El imperialismo no dejó de ser imperialismo. El gobierno británico sigue siendo tan pirata con los laboristas como con los conservadores. El estado español no ha perdido su marca franquista. Van a restaurar el derecho y la soberanía nacional. Van a respetar los fueros.


Van a liberar al criminal.


¿Pero quién podrá quitarles a los pueblos está gran ocasión de poder ver a toda la jauría centroizquierdista; a toda la mediocridad que hizo su carrera con el macaneo de la democracia; quién les podrá quitar, repetimos, esta oportunidad de ver y comprobar, por sí mismos, sin interferencias ni traducciones; comprobar y ver, repetimos, esta santa alianza entre la represión y la democracia capitalistas; entre los victimarios y los abogados capitalistas, entre sus políticos y sus militares?


La única democracia real será un gobierno de trabajadores.