Echale la culpa a octubre

La disparada del dólar y el impasse económico del macrismo


El gobierno ha salido a minimizar la escalada del dólar, incluso por boca del propio Presidente. La atribuye a “razones electorales”, las mismas que esgrimió para explicar los crecientes conflictos sociales. Como en este caso, ‘echarle la culpa a octubre’ es una forma de ocultar las enormes contradicciones y desequilibrios del programa económico oficial.


 


El gobierno ha dejado correr una devaluación del orden del 10% en un par de semanas. Por un lado, para conjugar el creciente déficit de la balanza comercial, especialmente con Brasil. Por el otro, para licuar un déficit fiscal que se contabiliza en pesos, pero que el gobierno paga con deuda contraída en dólares. A poco de andar, sin embargo, la devaluación envuelve al gobierno en contradicciones aún más graves. Por ejemplo, la que surge de la dolarización de las tarifas de combustibles, que ha conducido a otro naftazo y podría llevar a un reajuste en el precio del gas. (El gobierno “dolariza” a los grupos petroleros, pero desconoce, en cambio, la caída internacional de los precios del crudo.) Como consecuencia de lo anterior, la corrida del dólar ya ha desbancado todas las previsiones inflacionarias, que no bajarán del 25-28% en 2017. Por otra parte, la devaluación aumenta el peso de la deuda en dólares sobre el conjunto de la economía nacional.


 


Pero la devaluación de estos días debe ser vista en el cuadro más amplio de un impasse del programa económico. La venta de dólares para atesoramiento, remisión de utilidades o regalías llegó a unos 25.000 millones de dólares bajo la gestión macrista. En condiciones de una balanza comercial crecientemente deficitaria, estos dólares han sido aportados por deuda externa, que creció en unos 80.000 millones en el último año y medio. En consecuencia, el endeudamiento ha financiado la fuga de capitales -un escenario conocido en las vísperas de las grandes crisis financieras del país. La desconfianza en el rumbo oficial está presente entre uno de sus grandes favorecidos, los exportadores agropecuarios, que retienen la cosecha y liquidan un 33% menos de lo que lo hacían en este mismo período de 2016.


 


En estas condiciones, el gobierno no puede asegurar en qué terminaría una “libre” flotación del dólar. Por eso, saldrá a frenarla con la receta conocida: vender dólares y absorber los pesos emitidos elevando el interés que pagan las letras del Banco Central (Lebac). Pero este planteo “antiinflacionario” no sólo agravará las tendencias recesivas: comportará una nueva vuelta tuerca sobre la deuda remunerada que carga el BCRA, y que ya supera al 30% de la base monetaria. En las últimas semanas ha sido notoria la fuga de plazos fijos a los bancos en busca de las Lebacs, y de éstas al dólar. Una saturación del empapelamiento en Lebacs podría concluir en una dolarización lisa y llana, combinando una corrida cambiaria con otra bancaria.


 


El escenario, como se ve, es más complicado y explosivo que el de la mera “incertidumbre electoral”. Los economistas favorables al gobierno -y otros que revistan entre los supuestos ‘opositores’- colocan como salida a esta encrucijada un ajuste fiscal, que debería tener lugar para después de octubre. Lo que no señalan es que el déficit fiscal creciente se relaciona con la batería de incentivos y exenciones a grandes grupos capitalistas -agroexportadoras, mineras, gasíferas- y al crecimiento de la deuda pública. El ajuste que propugnan, en cambio, apunta a los trabajadores, a los jubilados y al conjunto de los gastos sociales.


 


La combinación de este déficit provocado por los incentivos al capital con una deuda explosiva traza un hilo conductor entre la economía K y la economía M. Las dos tributaron al mito del ‘desendeudamiento’, según el cual Argentina podía continuar contrayendo deuda sin mayores sobresaltos. Macristas y kirchneristas ocultaron, en verdad, que el gobierno anterior dejó unos 250.000 millones de dólares de deuda pública, computando no sólo la deuda en dólares con privados sino también la hipoteca acumulada con el BCRA, la Anses o el Banco Nación, esquilmados para convertir buena parte de la deuda externa en deuda “intraestado”. El peso de esta deuda -que representa más de dos tercios del producto bruto- está en la base de la crisis económica actual. Los cimbronazos de estos días delatan también a la oposición -en particular al kirchnerismo- que denunciaba al atraso cambiario y ahora alerta sobre “la devaluación y la carestía”. La encerrona de estas dos salidas reaccionarias demuestra que la crisis actual no tiene respuestas monetarias o cambiarias, sino que exige de una reorganización social integral, a cuenta de los intereses capitalistas que se han beneficiado con la quiebra nacional. Ello plantea la investigación y el desconocimiento de la deuda usuraria, y una recapitalización del Banco Central a costa de los especuladores.


Solamente el Frente de Izquierda plantea salir de esta encrucijada a partir de los intereses de los trabajadores y del país.