Políticas

14/11/2019|1572

[Editorial] Bolivia, Chile y la Argentina

Los resultados que arrojen los combates que se libran en las calles de La Paz y de Chile serán determinantes para la situación de Argentina y de toda América Latina. La batalla contra el golpe de estado en Bolivia ha puesto de un lado a las masas obreras y campesinas, y del otro al imperialismo yanqui y a los principales gobiernos de la región, con Bolsonaro como principal punta de lanza de la reacción política y hasta militar contra los pueblos. La lucha del pueblo boliviano se enlaza con la que protagonizan la juventud y los trabajadores chilenos, que ha ganado una mayor vitalidad en los últimos días animada por un objetivo central: que se vaya Piñera. Los que auguraban sin fundamento alguno que la democracia había llegado a América Latina para quedarse, y que los golpes de estado eran cosas del pasado, son refutados ahora por los tanques militares patrullando las calles de Santiago de Chile y La Paz. La bancarrota capitalista provoca crisis de régimen e intensifica la lucha de clases, recordando a quienes pretendían negar que la clase capitalista recurre a las represiones más salvajes antes de ceder graciosamente sus privilegios. La agudización de la crisis capitalista puede producir rebeliones populares o ‘rebeliones’-golpes facistoides. Lo que se está dirimiendo es quién paga la crisis: las masas o los capitalistas. 


Trump


El comunicado emitido por la diplomacia de Trump, saludando el golpe de Estado y llamando a extenderlo a Venezuela y Nicaragua, no sólo sirvió para saber quién es el verdadero jefe del golpismo boliviano. También representó un revés para Alberto Fernández y su pretensión de tener como aliado al magnate yanqui para llevar adelante la renegociación de la deuda externa de la Argentina. Fernández se había ilusionado que la conversación telefónica que tuvo con Trump días atrás viabilizaba su pretensión de llevar adelante una reestructuración de deuda en la cual el FMI aceptaría extender plazos de pagos sin poner condiciones draconianas, y que incluso algo similar ocurriría con los bonistas privados. El error de caracterización del presidente electo de la Argentina fue varias veces señalado en Prensa Obrera. Sucede que su discurso basado en repetir la experiencia de Néstor Kirchner de 2003 carece de sustento, porque la situación de la economía mundial y en particular su impacto en los países periféricos es diametralmente distinta. Si en 2003 se produjo un boom de precios de las materias primas y un flujo de capitales hacia la periferia, ahora tenemos lo opuesto: una caída de estos precios y una tendencia creciente a la fuga de capitales hacia el centro capitalista. La recesión internacional ha dejado de ser una tendencia para convertirse en una realidad. La guerra comercial actúa como bloqueo a salidas exportadoras. Las continuas provocaciones dispensadas por Bolsonaro son la expresión de que esa guerra comercial está instalada dentro del Mercosur, cuyo futuro está cuestionado.


El revés que implica para los planes de Alberto Fernández los choques en Bolivia fue percibido rápidamente por los buitres internacionales que lucran con la quiebra de la Argentina. El riesgo país ha pegado otra vez nuevos saltos, como expresión de que el capital financiero prevé un default más duro de lo que se anticipaba. Se han vuelto a disparar también las cotizaciones de los dólares paralelos, anticipando que las devaluaciones que vienen serán de proporciones significativas. Mientras muchos se engañaban a sí mismos hablando de transición ordenada, la fuga de capitales no cesó en estas semanas vaciando aún más las reservas del Banco Central. Pero con la reducción de las reservas se reduce también la capacidad de maniobra de Alberto Fernández. Si no llega rápido a un acuerdo con los acreedores es probable que pasemos del ‘reperfilamiento’ de la deuda a un default generalizado. 


El modelo boliviano 


El revés que supone para Alberto Fernández el golpe en Bolivia no se reduce a comprobar la actitud beligerante del imperialismo. Incluye también otra cuestión fundamental: el ‘modelo de Evo Morales’, puesto como ejemplo a seguir para su futuro gobierno, mostró su agotamiento. Sucede que más allá de la veracidad de las denuncias de fraude, lo cierto es que Evo Morales perdió un tercio de su votación en comparación con la última elección presidencial. Esto es el resultado directo del impacto de la crisis mundial en los países de América Latina, que no han cambiado bajo el ciclo de gobiernos ‘nacionales y populares’ su carácter de economías primarizadas. La caída de los precios de las materias primas impactó en las exportaciones y en la recaudación impositiva de los Estados. Mientras Alberto Fernández habla de volver a los ‘superávit gemelos’ (comercial y fiscal) de la época de Néstor Kirchner, el gobierno de Evo Morales tuvo un déficit fiscal de 8 puntos. En este punto la situación de Bolivia no dista de la de Chile o Ecuador, que aplicaron tarifazos a las naftas y al transporte como resultado de ese mismo déficit fiscal. 


El agotamiento del ‘modelo boliviano’, citado como ejemplo por Alberto Fernández, introduce una dosis de realismo en la política argentina. Su promesa de campaña de congeniar el pago de la deuda y los beneficios capitalistas que reclaman los monopolios, empezando por los que se han instalado en Vaca Muerta, con los reclamos populares fundamentales suena a música del pasado. Lo cierto es que atender los pagos de una deuda que equivale en la actualidad al 90% del PBI y otorgar los beneficios que reclaman los monopolios petroleros y gasíferos para invertir en Vaca Muerta es incompatible con la satisfacción de las demandas populares fundamentales. En los últimos días se ha multiplicado la presión del gran capital para que no se modifique la dolarización de la energía otorgada por el macrismo. La amenaza latente es que si no se atiende ese reclamo la consecuencia será una nueva huelga de inversiones. En esa línea hay que anotar la multiplicación de los despidos de trabajadores petroleros en Vaca Muerta de los últimos días.


La salida a estos chantajes es la nacionalización integral de los hidrocarburos, algo que no figura ni por asomo en el radar de Alberto Fernández ni del kirchnerismo, que fue quien, con Axel Kicillof comenzó la entrega de Vaca Muerta a Chevron.


Derrotar al golpe en Bolivia e impulsar la rebelión chilena


La derrota del golpe en Bolivia y el triunfo de la rebelión del pueblo chileno pasan a ser las tareas más importantes de los explotados de América Latina. Los que nos acusaban de irresponsables por cuestionar la renuncia de Evo Morales, reclamando una lucha decisiva contra los golpistas, han sido desoídos por la población de El Alto que baja a La Paz y enfrenta físicamente a las fuerzas represivas para aplastar a los golpistas. La “pacificación” que pregonaban en Bolivia no era otra cosa que el triunfo del golpe. La reunión del Grupo Puebla, realizada en Buenos Aires hace sólo unos días, se limitó a emitir comunicados de lamento, sin llamar nunca a las masas a la acción. Para estos políticos profesionales de la burguesía el golpismo oligárquico es un mal menor en relación al mal mayor que representa la acción histórica independiente de las masas explotadas. En oposición a estos agoreros de la derrota el Partido Obrero defendió y propicio desde el primer día el derecho y la necesidad de derrotar el golpe por la acción organizada del pueblo boliviano, apelando a la formación de comités y milicias. 


Ante el complot de los gobiernos de la región a favor del golpe, es necesario oponerle la acción coordinada de los trabajadores, los campesinos y la juventud de América Latina. Una acción huelguística unificada de la CGT de la Argentina, la CUT de Brasil, la PIT-CNT de Uruguay, la CUT de Chile y el resto de las centrales obreras y organizaciones populares de América Latina implicaría un golpe enorme al golpismo boliviano, y sería de suma utilidad también para impulsar la lucha del pueblo chileno para que caiga Piñera y las masas en lucha convoquen a una Asamblea Constituyente libre y soberana. Una acción de este tipo, claro, choca contra el “pacto social” que Alberto Fernández viene anudando con la CGT y la UIA, para enchalecar al movimiento obrero postergando paritarias y admitiendo la entrega de los convenios colectivos de trabajo. La derrota del golpismo en Bolivia y el triunfo del pueblo chileno, por lo tanto, se enlazan con la lucha para que la crisis la paguen los capitalistas en Argentina y en América Latina. Reclama poner en marcha al movimiento obrero, rechazando los “pactos sociales” de colaboración de clases. Reclama una estrategia independiente, dirigida a transformar a los trabajadores en alternativa de poder en el marco de la unidad socialista de América Latina.