Políticas

23/5/2019|1549

[Editorial] Una transición tutelada por el FMI

El kirchnerismo ha festejado con un entusiasmo digno de mejores causas la llamada ‘calma de los mercados’ de los primeros días de esta semana. Deducen de ello que la renuncia a la candidatura presidencial de Cristina Kirchner y la nominación de Alberto Fernández habría logrado la aceptación de los verdaderos destinatarios de la movida: el gran capital internacional y nacional, que hasta ahora se mostraba remiso a aceptar una vuelta de la ex presidenta a la Casa Rosada. El entusiasmo también se extendió por el apoyo recogido en un amplio espectro de los gobernadores peronistas, que hasta hace poco parecían integrar el Peronismo Federal. Se trata de un sector clave que cogobernó con Mauricio Macri en sus tres años y medio de gobierno, apoyando su política de endeudamiento voraz y ataque a las conquistas populares de los trabajadores.


La respuesta de los destinatarios estuvo determinada por el contenido del mensaje enviado desde el comando kirchnerista, que presenta la decisión de su jefa como un ‘renunciamiento histórico’ en favor de la Nación. La analogía con Evita, aunque forzada, tiene puntos en común. En el caso de Evita el ‘renunciamiento’ fue impuesto por el alto mando militar. Ahora, con Cristina Kirchner, por la banca acreedora. La historia de la década del ’50 la conocemos: las mismas Fuerzas Armadas que impusieron ese veto, terminaron volteando a Perón en 1955. La historia de este ‘renunciamiento’ de Cristina Kirchner está aún por escribirse, pero podemos suponer sus rasgos generales. Alcanza para ello con ver el equipo económico que asesora a Alberto Fernández. Guillermo Nielsen, el más destacado de ellos, ha fatigado los medios de comunicación en estos años para cuestionarle al macrismo su “gradualismo”. En nombre, claro, de un shock ajustador.


Percatados del currículum de Alberto Fernández, muchos kirchneristas se consuelan señalando que en caso de un triunfo de esta fórmula, Cristina Kirchner tendrá el poder real y podrá controlar sus acciones desde la vicepresidencia. Sería, así, una réplica del “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. Pero estamos ante un consuelo de tontos. Héctor Cámpora fue puesto por Juan Perón para eludir la proscripción de la dictadura y para contener el apoyo de la izquierda peronista y de la clase obrera y la juventud. En cambio, Alberto Fernández fue nominado por presión del gran capital. En eventuales choques entre la eventual fórmula presidencial, el Fernández Alberto tendrá el respaldo del gran capital y también del peronismo. Quien corre el riesgo de ser Cámpora es Cristina, no Alberto. La diferencia aquí radica en que los votos los tiene la Fernández Cristina y no Alberto, mientras en el ’73 los votos eran de Perón y no de Cámpora. Pero este hecho refuerza el tamaño de la concesión del kirchnerismo, que le ha entregado la cabeza de la fórmula presidencial a quien no medía en las encuestas ni el 1% de los votos.


La mayoría de los gobernadores peronistas que estaban apoyando la llamada ‘variante intermedia’ entre Macri y el kirchnerismo han encontrado ahora que ésta la encarna el propio Alberto Fernández. Su respaldo a esta candidatura fortalece su carácter derechista. Entusiasmados por lo logrado, ahora van por más. Ya hay fuertes presiones de los intendentes peronistas para que sean ellos quienes nominen al candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires y bloquearlo a Kicillof. Incluso en la Ciudad de Buenos Aires, la nominación de Alberto Fernández recibió el apoyo de Matías Lammens, presidente de San Lorenzo y lavagnista de la primera hora. Lammens pide ahora un gesto porteño: que Mariano Recalde, de La Cámpora, baje su candidatura y lo nombren a él en su lugar. El operativo copamiento puede ser masivo. Sobre todo, si se tiene en cuenta que el kirchnerismo colaboró con la reelección del pejotismo en las provincias, Juan Schiaretti incluido.


Macri en la cuerda floja


La bajada de Cristina Kirchner ha impactado en todas las fuerzas políticas ubicadas a su derecha del tablero político. Roberto Lavagna debió salir del letargo y confirmar su candidatura ante el temor de quedarse solo. El Peronismo Federal se debilitó con la pérdida de varios gobernadores y está más dividido que nunca. Sergio Massa amenaza con irse a unas Paso contra la fórmula Fernández-Fernández, aunque duda porque tiene una derrota cantada. Según las versiones, creería que el giro a la derecha de Cristina Kirchner aún no ha concluido y que podría derivar en la renuncia también a la vicepresidencia. Sin embargo, algunos de los financistas del ex intendente de Tigre, como ser la dupla mediática dueña del grupo América Vila-Manzano, ya se han pasado del lado de los Fernández, especialmente de Alberto. Por su lado, los progresistas, que habían aceptado sumarse al armado del Peronismo Federal, comiéndose el sapo de los Pichetto y compañía en nombre “construir poder”, corren el riesgo de quedar relegados otra vez a posiciones marginales.


El golpe más importante, sin embargo, es a la candidatura presidencial de Macri. Dentro de Cambiemos crece el reclamo de que la bajada de Cristina Kirchner debe ser replicada por Macri, con una indeterminada ampliación de Cambiemos, habilitando unas Paso e incluso con una renuncia al intento reeleccionista. Las encuestas lo colocan por debajo del 30%, pudiendo perder en primera vuelta. Las posibilidades de retener la provincia de Buenos Aires son cada vez menores. Incluso hasta la Ciudad de Buenos Aires podría estar en riesgo, si Alberto Fernández termina nominando un candidato como Lammens. El reclamo de la renuncia de la candidatura de Macri estará incluido en el menú de reclamos de la Convención Radical del 27 de mayo. Incluso los que quieren quedarse en Cambiemos piden su relevo por María Eugenia Vidal y sumar a la alianza, que podría ser rebautizada, la incorporación de peronistas como Juan Manuel Urtubey.


Aunque muchos presenten un escenario así como una polarización reforzada, en realidad, asistiríamos a una disputa entre bloques capitalistas con propósitos y programas similares. El recule de Cristina Kirchner y la nominación de Alberto Fernández coloca el proceso electoral bajo el tutelaje del FMI. Todos los bloques y listas en cuestión se orientan en la misma dirección. Para el macrismo, representa una crisis, porque pretendía explotar de modo excluyente el respaldo del capital financiero.


Disputa estratégica


De más está decir que la llamada calma de los mercados de estos días está lejos de modificar el cuadro de bancarrota general de la economía argentina. El peso de la deuda representa ya el 90% del PBI. La caída de los índices de producción y consumo conviven con una inflación que sigue a niveles muy altos. La mayorista de abril, por ejemplo, se ubicó otra vez por encima del 4%. El Banco Central está virtualmente quebrado, con pasivos que superan largamente sus activos. Sólo en los próximos meses deberá enfrentar vencimientos de Leliq superiores a los 700.000 millones de pesos. La necesidad de recurrir a una emisión masiva para cubrirlos pondría a la Argentina al borde de una hiperinflación. La presión sobre el dólar continúa, como lo prueba la pérdida de reservas que adquiere un ritmo dramático. En menos de un mes se consumirá el 80% del último préstamo del FMI. Lo peor, por lo tanto, está por venir.


La burocracia sindical aborda esta crisis defendiendo los intereses de los bloques capitalistas. El paro del 29 de mayo, convocado por la CGT y el moyanismo, se inscribe en el proceso de recambio político tutelado por el FMI. Mientras va al paro, esta burocracia acaba de firmar paritarias a la baja en muchos sindicatos clave. En oposición a esta política, el Partido Obrero llama a parar masivamente contra el régimen del FMI, su gobierno y las fuerzas políticas que pilotean esta transición para hacerle pagar a los trabajadores la factura de la crisis capitalista.


Para el Frente de Izquierda, así como para el conjunto de la izquierda y los sectores combativos de los trabajadores y los demás sectores populares, la disputa política adquiere un sentido estratégico: el eje de la etapa es separar a los trabajadores del nacionalismo burgués y de las fuerzas que se postulan para pilotear este recambio patronal, planteando una salida de los trabajadores y la izquierda, la ruptura con el FMI y el repudio al pago de la deuda, como parte de un programa de transición para que la crisis la paguen los capitalistas. Es, en ese sentido, que insistimos con nuestro llamado a firmar de inmediato un acuerdo integral del FIT e integrar a la izquierda a listas únicas, y convocar un Congreso para que la vanguardia obrera y popular se movilice políticamente y sea protagonista de la campaña, con un método de lucha de clases. A 50 años del Cordobazo, sería nuestra mejor reivindicación y homenaje.