Políticas

15/5/2003|800

El 20 de diciembre, las asambleas populares y un escriba de la Ford

Un artículo sorprendente de Horacio Verbitsky en Página/12, plantea que la caída de Fernando de la Rúa habría sido producto de una conspiración entre Duhalde y Alfonsín. El escriba de la Ford asegura que la izquierda en general y el Partido Obrero en particular destruyeron las asambleas populares, y califica de “vandorismo rojo” al Bloque Piquetero Nacional.


Sabido es, desde siempre, que una situación revolucionaria no es un arco que pueda permanecer tenso indefinidamente. En su transcurso conoce avances y retrocesos, marchas y contramarchas, e incluso suele diluirse de manera aparentemente incruenta. El Partido Obrero advirtió largamente sobre esta ley general del proceso al señalar, por ejemplo, que el estado de convulsión política que estalló el 19 y 20 de diciembre de 2001 podía verse obligado a soportar uno o varios procesos electorales, los cuales, en sí y por sí, implican un aflojamiento del arco, una traslación momentánea del debate central de la política argentina, dado por la respuesta a la pregunta masiva de quién, qué clase social, está en condiciones de sacar al país de la crisis, para tornar a la charca pantanosa y opífera de la vieja discusión entre peronistas y radicales sobre la “crisis de representatividad”. O, como diría Norman Mailer, a elegir entre mierda fría y mierda caliente.


Y, cuando la cuerda se afloja, todo parece trastocarse. Días atrás, entrevistado por un movilero de televisión, un taxista decía, con su primitivismo político y, al mismo tiempo, con llamativa inteligencia natural : “Ya no entiendo nada, hace un año salíamos con las cacerolas a gritar que se vayan todos y ahora nosotros mismos puteamos a las manifestaciones”.


En estos casos, un López Murphy puede aparecer como “renovador” de la política aunque fue el primer expulsado del gobierno aliancista cuando aún no había terminado de anunciar, en su condición de ministro de Economía de De la Rúa, el plan más antinacional y antiobrero que se hubiera dictado en veinte años de gobierno parlamentario. Y también puede suceder —y sucede, ¡cómo no!— que un Horacio Verbitsky, empleado confeso de la Fundación Ford, empresa que hizo desaparecer a toda su Comisión Interna durante la dictadura, dirija una institución de “derechos humanos” y adopte aires de Catón el Censor para decirle al pueblo argentino, desde sus columnas de Página/12, qué trole hay que tomar para seguir. Así, por un ratito, todo parece haberse puesto patas arriba y hasta lo elemental exige ser develado.


Una mentalidad policial


Del farragoso editorial del señor Verbitsky, publicado el domingo 4 de mayo, sólo tomaremos los conceptos referidos a las asambleas populares y a la gesta popular del 19 y 20 de diciembre de 2001. Se debe recordar que los combates desarrollados durante la noche del 19, cuando comenzó la represión, hasta la madrugada del 20 – reanudados a media mañana de ese día – , fueron quizás el movimiento insurreccional más largamente preparado en la historia de las lucha s del pueblo argentino. Puede situarse el principio de esa oleada en la rebelión santiagueña de diciembre de 1993 y en el nacimiento de las organizaciones piqueteras entre 1994 y 1995.


El 18 de diciembre de 2001 los asaltos populares a supermercados recorrieron las concentraciones urbanas más importantes del pobrerío, en defensa del más elemental de los derechos democráticos: el derecho a la comida. En ese momento, como Alfonsín en 1989, De la Rúa intentó promover el terror de las clases medias ante el subsuelo de la patria sublevado, dicho con la imagen empleada por Scalabrini Ortiz para describir el 17 de octubre de 1945, y dictó el estado de sitio.


El resultado fue inverso al que buscaba el Presidente, porque al día siguiente la ciudad de Buenos Aires, multitudinariamente, se levantó contra ese estado de sitio en alianza práctica, de facto, callejera, con los desocupados lanzados contra las góndolas. Decenas de muertos, centenares de heridos y miles de detenidos costaron aquellas jornadas hasta que De la Rúa debió huir por los techos de la Casa de Gobierno.


Verbitsky ignora la magnitud de la pueblada, la batalla por la Plaza de Mayo que constituyó una gigantesca acción guerrillera de masas —eso y no otra cosa es la lucha física de todo un pueblo contra las fuerzas de represión— y atribuye el derrumbe del gobierno de la Alianza a un supuesto acuerdo de cúpulas entre Alfonsín y Duhalde, tal como hoy hace Menem. No es de extrañar: en los grandes movimientos de masas, las mentalidades policiales sólo logran ver la actividad de conspiradores.


Acerca de las asambleas populares


En cuanto a las asambleas populares, Verbitsky nos acusa directamente de haberlas destruido en cuanto organismos de “representación política”. En ese punto, dejaremos a un lado los insultos de bruto que nos dedica cuando habla del “autodenominado Jorge Altamira” y del “supuesto Partido Obrero”. No se puede responder a tales exabruptos sin caer en el sumidero desde el cual habla Verbitsky. En verdad, toda la discusión carecería de sentido si no estuviéramos debatiendo con la Fundación Ford, con el imperialismo opresor de nuestros pueblos.


Cierto es que aún falta en la Argentina un trabajo teórico serio sobre el fenómeno de las asambleas populares que atrajeron en su momento la atención del mundo. Pero, en principio, corresponde subrayar lo siguiente: esas asambleas, producto directo del 20 de diciembre —esto es, de un movimiento insurreccional—, estaban, por eso mismo, obligadas a tomar el poder apenas nacidas, lo cual resultaba política y materialmente imposible; por tanto, su retroceso era inevitable.


Empero, también es inevitable que la próxima oleada de luchas las haga resurgir con toda su potencia, porque están incorporadas a la experiencia popular. Dicho de otro modo: la próxima lucha partirá del punto en que quedó la anterior, no necesitará empezar de nuevo.


Por otra parte, las asambleas no lograron superar, en esta etapa del movimiento, el problema de la “representación política” que se formularon a sí mismas con la consigna “que se vayan todos”, y no por nada Verbitsky se alegra por la derrota electoral del “quesevayantodismo”, como él lo llama, y por la preservación de las “instituciones” (es decir, del capitalismo), al tiempo que se jacta porque “las organizaciones de derechos humanos” (la Fundación Ford) se negaron a asistir a una concentración que reclamaba una Asamblea Constituyente capaz de resolver, no ya el problema de la “representación”, sino una completa reorganización del país sobre nuevas bases sociales, económicas y políticas.


Desde ese punto de vista, las asambleas fueron un gigantesco terreno de lucha donde burguesía y proletariado —sobre todo la clase obrera piquetera— se disputaron la dirección política de las clases medias. No podían librarse del tironeo a que fueron sometidas por el democratismo, por el parlamentarismo burgués, y sobre todo por el aparato del Estado que en todo momento intentó cooptarlas, transformarlas en asociaciones de buenos vecinos adheridos a los CGP. Así es que hoy sólo sobreviven aquellas que se vincularon fuertemente con las organizaciones piqueteras.


Por su parte, la heterogeneidad del movimiento piquetero —el sector, por muy lejos, con mayor poder de convocatoria de masas— no pudo todavía ofrecer una perspectiva clara de dirección política. Por supuesto, ése es un proceso de construcción que avanza a marcha plena en las Asambleas Nacionales de Trabajadores, y la presencia de nuestro partido y del Polo Obrero debe ser determinante en su desarrollo.


Por último, el señor Verbitsky llama “vandorismo rojo” (?) al Bloque Piquetero Nacional. Como en toda su larguísima nota, el escriba de la Ford no explica ni desarrolla sus insultos, sólo los eructa y los deja ahí, emporcando el papel. En ese sentido, sólo recordaremos que la de Vandor fue una dirección traidora al movimiento obrero, que rompió la CGT para sostener su colaboracionismo de clases y llegó al extremo de anudar un acuerdo con la dictadura de Onganía. El Bloque Piquetero, en cambio, es una dirección clasista, la que no da tregua, la que lucha para que los trabajadores gobiernen la Argentina.


En definitiva, toda la política burguesa en la Argentina tiene por objetivo romper la alianza de clases explotadas entre trabajadores ocupados y desocupados, entre piqueteros y pequeña burguesía urbana. La trampa electoral es, en ese punto, un éxito momentáneo de los explotadores. No debería apresurar su alegría el escribiente de la Ford.