El ajuste viene con una crisis política

El ajuste -“sintonía fina”- lanzado por el gobierno ha inaugurado un período de choques y realineamientos políticos, que están a la vista de todos, tanto en las filas del oficialismo como en las de la oposición. La tremenda movilización que ha suscitado el proyecto de megaminería en La Rioja se inserta en este panorama, porque ha mostrado las grietas del gobierno y ha sembrado la confusión en la militancia K.

La olla levanta presión

El ajuste en marcha tiene características explosivas, porque se asienta en un cuadro inflacionario elevado (alrededor del 25%), que los subsidios no lograron frenar, ni tampoco, ahora, el retraso del dólar. Para evitar que la inflación se transforme en hiper, o que para frenarla haya que producir un parate de la economía, el sabueso Moreno ha sacado a relucir todas sus habilidades para imponer un dirigismo económico en el comercio exterior y en la regulación de bancos y petroleras. Este intento de gambetear la crisis está produciendo un cimbronazo en las alianzas oficiales -por ejemplo con el Banco Macro, al cual el gobierno acusa de haber promovido la fuga al dólar, y con Repsol, que sería responsable de facturar el gasoil por encima de lo establecido. Las escaramuzas no han impedido, sin embargo, que el salteño Urtubey autorice un aumento de la remuneración de las petroleras que operan en su provincia, o que las estaciones de Esso sean transferidas a la todavía británica Panamerican Energy.

Las medidas adoptadas por el gobierno parecen tomadas de diversos planteamientos que expusimos en las elecciones recientes. Se ha establecido una suerte de control de cambios, se han prohibido algunas remisiones de ganancias al exterior, y Moreno dijo que habría que investigar los costos de las privatizadas. Quedó demostrado que el Frente de Izquierda fue mucho más realista que el bloque gobernante en la caracterización que debía enfrentar. Sin embargo, estas medidas intervencionistas muestran todos sus límites cuando son tomadas por un gobierno capitalista, o sea en forma aislada, inconexa, sin afectar el poder de decisión de los monopolios capitalistas y no como parte de una reestructuración social de orden general, que establezca una planificación orientada por la clase obrera. La restricción a la salida de divisas, por ejemplo, ha sido enfrentada por los capitalistas mediante una bicicleta financiera, que opera con intereses en pesos del orden del 20% anual -lo cual no solamente afecta al crédito al consumo: además aumenta la presión sobre la inflación y sobre la demanda de divisas (el mercado negro opera a 4,80 pesos el dólar).

Es necesario insistir en que los subsidios al transporte y a los servicios no produjeron ningún beneficio a los trabajadores, cuyo salario quedó determinado por una canasta familiar que se encuentra desvalorizada por la menor incidencia de las tarifas. Los beneficiados fueron los capitalistas de la industria, que pagaron salarios inferiores a los que les hubiera correspondido pagar con tarifas sin subsidios. Ahora, el gobierno quiere aplicar la ‘síntoma fina’ a las paritarias, para evitar que el tarifazo sea compensado con un aumento salarial en la misma escala.

Moyano y las paritarias

El ajuste opera como una medicina perfecta para reavivar la lucha de camarillas al interior del oficialismo. La ‘hegemonía’ que conquistó el oficialismo se encuentra neutralizada por la fragmentación creciente en sus filas. Moyano ya transitó, el año pasado, el camino de pactar con el gobierno un techo salarial en las paritarias. Si ahora no repite es porque el gobierno amenaza sus cajas, como acaba de ocurrir con el Renatre. El oficialismo personaliza el poder, pero -por sobre todo- necesita meter la mano en cualquier lugar para pagar la deuda pública (ya le sacó a la ex caja de Venegas varias decenas de millones de pesos).

El techo del 18% que el gobierno quiere imponer no suena realista, lo que prueba que se mueve en un entorno desfavorable de relaciones de fuerza. Si alguien pensaba lo contrario, Famatina y los riojanos le acaban de dar una lección. Por eso procura llegar a ese techo con recursos de otro tipo, como dividir los aumentos en cuotas, achicar la estructura salarial, acentuar la incidencia del impuesto a las ganancias para salarios, etc. Lo acompaña en esto su adversario Binner, quien ha desatado una crisis en su frente oportunista con el reclamo de que se ‘moderen’ a las paritarias y que se tome como referencia a la inflación prevista para 2012 en lugar de la pasada. Este planteo ilustra el desvarío opositor, que supone que el tarifazo no afectará la canasta familiar.

Como correspondía esperar, ya aparecieron los que reclaman “vamos con Moyano”, invistiéndolo como líder de la lucha contra el ‘ajuste’. Moyano, sin embargo, no ha salido a luchar contra el tarifazo y ha actuado como bombero en la lucha contra los aumentos de tarifas e impuestos de Macri y de Scioli. La burocracia de los sindicatos se encuentra dividida; la puede unir la defensa de sus cajas, no una lucha consecuente contra el ajuste. El gobierno se empeñará en agrandar estas divisiones, beneficiando a los burócratas que lo acompañen. En lugar del seguidismo sin salida a la burocracia, es necesario aprovechar el escenario convulsivo que rodea a las paritarias para forzar a los sindicatos a que convoquen a asambleas, para que los reclamos incluyan las condiciones de trabajo y la situación de los trabajadores tercerizados y en negro, y también para que la reivindicación salarial sea determinada por las bases de los sindicatos. Es necesario aprovechar las paritarias para desarrollar en los trabajadores la conciencia de la necesidad de una salida propia frente a la crisis.

El Frente de Izquierda no puede dejar pasar la oportunidad de ocupar una posición de liderazgo en el movimiento obrero, con el planteo de que las bases decidan las paritarias mediante asambleas y congresos con mandatos.

Scioli y la oposición

El pedido de Scioli a Moyano para que reconsidere su renuncia a la presidencia del PJ de la provincia de Buenos Aires termina con los disimulos en el oficialismo.

La respuesta de la camarilla cristinista no pudo reflejar mejor su debilidad: largaron el planteo de la rereelección -o sea, lo que hubiera debido ser el último recurso del arsenal oficial. La provincia amenaza convertirse en un gigantesco campo de guerra, donde los contendientes no vacilarán en utilizar la presión económica, las crisis policiales, las reyertas de municipios y toda suerte de provocaciones. En lugar del retomo de Moyano al pejotismo bonaerense, sería más probable que Scioli se convierta en el nuevo Cobos, para conspirar en compañía de Massa y otros intendentes del conurbano.

¿Es muy osado pensar que el cristinismo lo quiere empujar en esa dirección?

En cuanto a la oposición, también se cuecen habas. Binner les ha tirado una soga a la UCR y a la Coalición Cívica, con las cuales gobierna en Santa Fe. Los radicales son también presionados por el macrismo. La movida radical de Binner no le gustó nada a la ex radical Stolbizer, la que pagaría los costos del acuerdo, ni tampoco -parece- a los de la CTA, que se enojaron porque Binner pide ‘moderación’ salarial cuando ellos están tratando de armar una alianza con Moyano. El Frente Progresista -un representante del capital, en cuyo nombre e intereses gobierna Santa Fe desde hace una década- tiene que sintonizar con la burguesía en tiempos de ajuste; la indignación de sus aliados es hipocresía.

La reelección

No es motivo de sorpresa que una camarilla bonapartista pretenda la re-reelección. Antes del fallecimiento de Néstor Kirchner, esto debía ocurrir mediante una rotación familiar. El planteo, por ahora, está fuera de actualidad; primero deberá atravesar el ajuste. La posibilidad de éxito de la operación está condicionada, además, por los resultados de las elecciones en Venezuela, en octubre, y -de un modo general- pollas vicisitudes de los gobiernos afines en Bolivia, Uruguay, Brasil o, incluso, Ecuador.

Una posibilidad mayor la tiene la convocatoria a un referendo, sobre un tema a determinar, en forma preventiva, si la crisis en lo que ha sido el bloque oficial se acentúa y pone en cuestión la continuidad del gobierno.

Ofensiva

El ajuste implica el desarrollo de una crisis política. Famatima lo ha demostrado en forma incontrovertible y ocurrirá -aún más- con la suba del transporte, el ambo de las facturas de servicios, la reunión de las paritarias, las crisis financieras de las provincias o las diferentes luchas (por el derecho al aborto, la vivienda y otras).

La agitación del Frente de Izquierda debe servir para desarrollar la conciencia de esta situación en el movimiento obrero, luchar por la dirección de los sindicatos, reclutar fuerzas nuevas y convertirse en la alternativa política de los explotados.