Políticas

11/3/1993|384

El capital chorrea sangre de niños

“‘Todas las mañanas me levanto a las siete, tomamos un té con mamá y venimos a trabajar. Estamos todo el día y como nos pagan por producción, a veces seguimos hasta la 1 de la noche’’ cuenta Gloria Benegas, una niña de once años que cada verano abandona su pueblo en el norte de Salta para trabajar en la cosecha de tabaco”. El relato pertenece a un corresponsal de France Press llegado a Salta a cubrir la epidemia del cólera.


Aunque la ley prohíbe la contratación de menores de catorce años, “Gloria clasifica hojas de tabaco en un galpón de la finca San Martín, junto a su hermana de nueve años y las hermanas Corimayo, de doce, diez y nueve años de edad … La tarea de los pequeños consiste en sujetar las hojas a unas cañas que luego se cuelgan en un secadero … Los galpones tienen el piso de tierra que junto al polvillo de las plantas de tabaco forman una nube color gris que cierra el pecho ahogando la respiración. Con el tiempo, causa lesiones en los pulmones y origina una enfermedad profesional semejante a la silicosis de los mineros”.


Cientos de niños bolivianos y del Noroeste argentino son contratados regularmente para las cosechas en los 2.000 campos tabacaleros de Salta, por un jornal de 3,5 pesos diarios, un tercio de lo que la ley establece para el peón rural. Todo esto sucede, naturalmente, con la complicidad de los gobiernos nacional y provincial … y no de ahora sino desde siempre.


Gloria y otros cientos de chicos han dejado de ser niños; han sido convertidos en “brazos” para engordar al capital. Para ellos no hay escuelas ni juegos, sino miseria, enfermedades y embrutecimiento.


La atroz explotación capitalista es una plaga mucho peor que el cólera.