Políticas

23/6/2011|1182

El debate del milenio

El jueves 16 se realizó una mesa-debate organizada por el PTS, en la que participaron Christian Castillo, candidato a vicepresidente del Frente de Izquierda, y los intelectuales Eduardo Gruner, Pablo Alabarces, Horacio González y María Pía López. Mientras que los dos primeros han declarado su apoyo público al Frente de Izquierda, los dos últimos son integrantes de Carta Abierta, una cofradía kirchnerista. El tema -“Intelectuales, el kirchnerismo y la izquierda”- fue presentado, sin gracia, como “el debate del año”.

La cuestión nacional y la izquierda

Horacio González, que tuvo a su cargo el arranque, hizo ‘la clásica’: desviar la atención del entreguismo oficial y de la regimentación del movimiento oficial hacia el más académico de la relación entre los movimientos nacionales y la izquierda -algo que ya había intentado Norberto Galasso con Altamira, sin éxito, en torno al asesinato de nuestro compañero Mariano Ferreyra. Se puede decir que tiró la pelota afuera y que el debate del milenio podía convertirse en un pasatiempo de café.

Para González, los movimientos nacionales viven en permanente tensión con la izquierda. Sostuvo que los movimientos nacionales tienen contornos programáticos difusos y escasas definiciones ideológicas, lo que les permite adquirir una mayor inserción en las masas, mientras que la izquierda hace gala de mayores definiciones pero, por ese mismo motivo, su influencia es reducida. Si se tiene en cuenta la enorme influencia del bolchevismo sobre los movimientos nacionales, lo de González es apenas un exabrupto. Si, por el contrario, se refiere al stalinismo y los partidos comunistas, hablar de sus ‘definiciones’ es otro exabrupto, ya que por norma general seguían directivas de la diplomacia soviética, con preferencia por el seguidismo a la burguesía nacional (aunque se alinearon también con la Unión Democrática promovida por la alianza Estados Unidos-Unión Soviética).

Para mostrar la atracción que los movimientos nacionales ejercieron en la izquierda, González citó el entrismo que Nahuel Moreno hizo en el peronismo desde mediados de los ’50. No se trató, en realidad, de un ‘entrismo’ sino de una peronización del llamado morenismo. González ofreció un ajuste de cuentas con un auditorio que forma parte de la fracción del morenismo, aunque no recordó que, antes, el morenismo integró el frente gorila con el partido comunista y el partido socialista (cuando abogó por un frente entre ambos en la elección del ’51). El comentario prometía polémica y, por cierto, la merecería, pero Christian Castillo no recogió el guante, mancando el debate. Si se junta al stalinismo con el morenismo, como antecedentes históricos, se concluye que la tensión ideológica que señala González no existió como tal; quienes alimentaron esa tesis fueron los miembros de la izquierda nacional, siempre furgones de cola del peronismo -como lo es hoy Carta Abierta. González postula la estrategia de un movimiento nacional unido contra el opresor foráneo, para disimular la dirección política de ese movimiento por parte de la burguesía nacional, la que, por norma, capitula ante el imperialismo. El único enfrentamiento teórico y político de la izquierda con el peronismo en Argentina fue protagonizado, en los ’50, por el grupo de Silvio Frondizi y, más adelante, por la corriente del Partido Obrero (Nahuel Moreno y su grupo, Palabra Obrera, se disolvieron en el peronismo, bajo las “órdenes del general Perón”, acatando la orden de votar por Frondizi e incluso promovió, poco más tarde, una fórmula entre el peronista de derecha Raúl Matera y el democristiano de izquierda, Horacio Sueldo). González se equivoca cuando asegura que los programas de La Falda y de Huerta Grande fueron un resultado del trabajo de la izquierda al interior del peronismo, porque desconoce la influencia que por esos años tenía el posadismo y la que venía de la revolución boliviana del ’52. La crítica al derrotero de la izquierda latinoamericana y, especialmente, la corriente morenista estuvo ausente en la mesa -lo cual habla mucho de la atadura de parte de la izquierda actual con esa tradición política.

El Frente de Izquierda y el kirchnerismo

Con menos pretensiones teóricas, es cierto, pero evitando las distracciones, María Pía López defendió abiertamente al kichnerismo, que se “(beneficiaría) (d)el conflicto social”. Coincidió con la afirmación de Eduardo Gruner, quien había dicho que al kirchnerismo le convenía una “votación importante del Frente de Izquierda” porque anunciaría un flujo de votos para el FpV en una segunda vuelta o incluso en octubre, luego de las internas. Hay varias voces que limitan la acción del Frente de Izquierda a la superación del escollo de las internas abiertas: le llaman a eso el “voto democrático”.

Christian Castillo refutó en forma muy rotunda la afirmación de que el kirchnerismo se beneficia con el conflicto social al denunciar la política K contra los docentes y el pueblo de Santa Cruz, o la campaña contra el “trotsko-duhaldismo” por la participación de la izquierda del lado de los trabajadores. Eduardo Gruner caracterizó al kirchnerismo como un instrumento de la “normalización burguesa” después de 2001 y dijo que la derecha estaba dentro del gobierno. Fue contundente al denunciar los negociados capitalistas bajo los K. Pablo Alabarces, en esa dirección, aseguró que el “peronismo de izquierda” es una “contradicción imposible” y ejemplificó el concepto con el repetido fracaso para transformarlo. La afirmación es, sin embargo, dogmática, pues no tiene en cuenta la heterogeneidad de los movimientos nacionalistas burgueses y la funcionalidad de la izquierda para llevar a sectores populares al nacionalismo. La prueba de ello la tenía el compañero Alabarces en la propia mesa, ya que a su lado estaba un “peronista de izquierda” como Horacio González.

Las denuncias de los panelistas del Frente de Izquierda (o que lo apoyan) contra el kirchnerismo fueron, en muchos casos, contundentes e imposibles de refutar para los defensores del proyecto “nacional y popular”. De todas maneras, no surge necesariamente de ellas una homogeneidad política. Afirmaciones tales como que la “derecha está dentro del gobierno” son ciertas, lo que no desmiente que, en el tablero político nacional, el lugar de la derecha lo ocupan Macri, Duhalde y la alianza Alfonsín-De Narváez -e incluso el Frente Amplio Progresista, con Binner y Luis Juez. Por algo Gruner, en un texto de su autoría, dejó planteada la posibilidad de votar por los K en segunda vuelta, ya sea en la Capital o a nivel nacional. Esto supone que, relativamente, no es ‘tan’ de derecha y, más importante aún, que es expresión deformada de una movilización de masas. Menear esta posición diluye las delimitaciones que se hicieron en el debate y que arriesgan que se convierta al Frente en colectora final de CFK.

Determinar “cuánta derecha” hay en cada bloque político es un menester abstracto; la historia y la política corriente están llenas de ejemplos que muestran cómo la clase capitalista de carne y hueso se agrupa detrás de la ‘izquierda’, no de la derecha, cuando la primera asegura un mejor dominio de la situación, especialmente de las masas.

La bancarrota capitalista

Los panelistas le dieron escaso interés a la bancarrota capitalista mundial, la cual condiciona, sin embargo, las perspectivas políticas de la actual situación histórica. Finalmente, como había advertido Gruner, fue la bancarrota capitalista la que obligó a Kirchner, un menemista fanático, a transformase en un “nacional y popular” y defensor de la intervención del Estado, la que es determinante para salvar al capital en bancarrota. La catástrofe del capital es el condicionante fundamental de la situación política de Argentina. El tema del siglo quedó afuera en el debate del milenio. Esta ausencia perjudicó una refutación a fondo del kirchnerismo desde una perspectiva socialista.