Políticas

8/3/2007|982

El dengue y las “recomendaciones” oficiales

Si no fuera una calamidad, parecería chiste


Los medios de prensa informaron (Clarín, 7/2) sobre 24 personas “sospechosas” (sic) de haber contraído dengue –16 de ellas en Puerto Iguazú, Misiones–, enfermedad trasmitida por el mosquito Aedes Aegypti. Además, se han registrado nueve casos de paludismo y tres de leishmaniasis. Se trata de enfermedades originadas en la falta de higiene –es decir, en la miseria social– y en la destrucción ambiental, debido a los reservorios de agua estancada, donde el mosquito coloca sus larvas, producidas por el cambio ambiental que provocan los desmontes masivos.


 


El martes 6 se confirmó otro caso de dengue en San Pedro, Jujuy. El afectado es un peón rural del barrio La Merced, a unos 65 kilómetros de la capital provincial.


 


El Aedes sólo puede desarrollarse en viviendas higiénicamente precarias; esto es, en los hogares pobres, donde mantener una higiene adecuada resulta imposible por la ausencia de servicios públicos, sin hablar del precio de los productos de limpieza.


 


Frente al problema, el responsable misionero del Programa Nacional de Control de Vectores, Carlos Vega, se limitó a recomendar a “los turistas” el uso de repelentes. Al señor sólo le interesan quienes traen dólares; los demás, que se jodan.


 


Entretanto, en el Paraguay, el dengue ya se ha hecho epidemia.


 


Las instrucciones del Instituto de Zoonosis Luis Pasteur son patéticas, una burla a la población.


 


Dicen, por ejemplo, que se deben “eliminar objetos inservibles que puedan almacenar agua”. También piden “evitar la acumulación de basura” y “cambiar día por medio el agua de floreros y bebederos de animales”.


 


Seguramente no ha sido la intención de los técnicos del Instituto, pero tales “recomendaciones” parecen un compendio de cinismo social.


 


Se solicita “eliminar objetos inservibles que puedan almacenar agua” en un país cuya capital tiene el mayor depósito de agua estancada y venenosa del mundo: el Riachuelo, en cuya cuenca, además, viven casi 5 millones de personas sin servicios de agua potable, sin cloacas ni sistemas de recolección de desperdicios.


 


Precisamente, se sugiere “evitar la acumulación de basura” mientras en la misma zona –la tomamos sólo a modo de ejemplo– hay un centenar de basurales gigantescos, verdaderos cerros de mugre, a la vera de esa cloaca a cielo abierto que alguna vez fue un río. Entretanto, el gobierno porteño se preocupa por Puerto Madero y por expulsar al pobrerío de las zonas donde pretende organizar sus negociados inmobiliarios.


 


El ejemplo vale para todo el país y demuestra la necesidad imperiosa, vital, de elaborar un amplio plan de obras públicas –la plata sobra, hay 30 mil millones de dólares en el Banco Central– ejecutado y controlado por los trabajadores y las asambleas barriales, cuya reorganización urge.