El envenenamiento de Febres

Un escándalo que crece


Según se conocen nuevos detalles del silenciamiento del represor Héctor Febres, el escándalo se hace más profundo y más nauseabundo.


Ahora se sabe, por ejemplo, que los custodios de Febres –en verdad sus servidores, puesto que el criminal disfrutaba de una hotelería cinco estrellas, con chofer y todo– convocaron a los familiares del envenenado antes que a la policía y a la jueza, de modo que cuando llegaron los oficiales de justicia los tipos estaban ahí desde hacía más de una hora. Por supuesto, habían adulterado la escena del hecho de modo tal que no podría entenderse si no se hubiera tratado, como se sospecha, de un homicidio.


La adulteración de la escena incluyó el robo de la computadora portátil usada por Febres en su “prisión”, que Prefectura se encargó de hacer desaparecer. El artefacto se encontró más tarde de casualidad, porque los prefectos se la habían dado a un técnico encargado del mantenimiento de esos aparatos y el hombre la llevó al juzgado sin que se la pidieran, temeroso de verse involucrado en el encubrimiento de un crimen.


También se ha sabido que la hija del represor, Sonia Marcela, estuvo trabajando en esa computadora delante del cadáver de su padre, antes de la llegada de la jueza. En uno de los allanamientos a la casa de la mujer, fueron secuestrados dos discos compactos con archivos que ella sacó de esa máquina, de tipo “notebook”.


Ahora se están haciendo peritajes sobre esa computadora y sobre otros procesadores de las oficinas de la Zona Delta de Prefectura. Uno de esos procesadores fue incautado en un allanamiento al domicilio del ex jefe de esa unidad, prefecto Rubén Iglesias, quien se la había llevado a su casa.


En definitiva, las fuerzas de seguridad fueron y son un antro de represores y encubridores, centros de organización del delito.