“El misterioso mister Frahm”

Página/12, año 1989

Susana Viau

“En 1945, pidió el ingreso a la organización en la que iba a permanecer toda su vida. Antes había combatido al nazismo (…) Fue alcalde de Berlín y presidente del partido Socialdemócrata. Por eso en 1969 Karl Herbert Frahm ocupa el cargo de canciller. (…) En 1979, la academia sueca le concede el premio Nobel. Así dicho no resulta más que la brillantísima carrera de un ilustre desconocido. Aunque esta manera de contar los hechos sólo valga para los diccionarios porque para la opinión pública, los especialistas en política exterior, o los alemanes que lo votaron… se llama Willy Brandt, un seudónimo con el que se identificó en la clandestinidad, en épocas de la resistencia. Otro tanto de lo mismo le sucedió… a Vladimir Ilich Lenin, que era Ulianov (…) y Jospi Broz fue el mariscal Tito hasta la última palada de tierra y sin que a nadie se le ocurriera discutirlo (…) Arturo Frondizi fue Dorrego en sus notas para un semanario; Perón firmó Descartes (..). De momento, no parece serio que un matutino porteño pretenda llevarse el gato al agua poniendo el grito en el cielo, primero, y editorializando, después, ante su descubrimiento de que el traído y llevado dirigente del PO, no se llama Jorge Altamira sino José Huermus (sic). Es bien cierto que, como decía el capitán Jonathan Sheppard (Kenneth Moore) en Hundir el Bismarck, ‘dejarse impresionar por las cosas es un lujo en tiempos de paz’. Será quizá por esa razón que el martes 13 de junio el matutino se preguntó: ‘¿Cómo pudo proclamarse la candidatura a presidente de un ciudadano con un nombre que gran parte de la población ignoraba?’. La respuesta puede encontrarse en el mismo editorial con lo que la cuestión se torna socrática: ‘…La Justicia Electoral (…) -se dice- se limita a tomar nota de los nombres dados por el apoderado del partido’. Y luego inquiere: ‘¿Por qué se utilizó ese recurso?’. En este aspecto, la contestación puede ser múltiple: porque Altamira le resulta más bonito, o bien, para evadir el celo policial (recurso poco probable y, en este caso, bastante ineficaz) dado que los nombres supuestos suelen ser utilizados preferentemente en actividades clandestinas o bien para no romper con un antiguo ritual de las sociedades secretas en general y del bolchevismo en particular.

“‘Nom de Pluma’ o ‘Nom de Guerre`’habría que preguntarse qué hubiera cambiado de la historia si Huermus se hubiese candidateado como Huermus o si Altamira se llamara efectivamente Altamira. ¿Habría ganado las elecciones? ¿Habría logrado un caudal diferente de votos? ¿Estaría su perfil más o menos dentro de la legalidad y las normas? Es divertido el juego de las adivinanzas pero si se conviene previamente en que no son los nombres los que cambian la vida sino los hombres que los llevan. Desde el análisis político es más operativo conocer qué hacen esos hombres que se proponen dirigir y qué hacen cuando dirigen, aunque como solía recordar un pulcro escritor inglés: ’Si los pueblos supieran cómo los gobiernan, se suicidarían en masa’”.