Políticas

20/2/2003|790

El Partido Obrero y las elecciones

Más que en cualquier otra ocasión, los acontecimientos políticos del país deben ser puestos en el contexto internacional. Porque más allá de los esfuerzos del gobierno por mostrar síntomas económicos alentadores, como que la producción industrial de enero habría crecido un 16% respecto a enero del 2002 (mientras Renault está en el trámite de despido de otros 300 obreros), lo cierto es que el veloz crecimiento de la crisis económica y política mundiales, así como nuevos levantamientos populares, nos muestran cuál es la verdadera posibilidad que tienen los capitalistas de Argentina de encarrilar la situación que se “desmadró” en diciembre del 2001.


Es que también en Bolivia se había dado por “normalizada” la situación creada por los levantamientos populares de principios del 2001, que tuvieron por uno de sus epicentros la cuestión de las tarifas del servicio de agua. Hace unos ocho meses una coalición de partidos patronales había reunido la suficiente cantidad de votos para reclamar el derecho a gobernar el país, con cada uno por debajo del 20%. El gobierno Mnr-Mir-Ucs, frente a una izquierda que había reunido a la cuarta parte del electorado, se asemejaba bastante a lo que en Argentina sería un entongue entre Menem (o López Murphy), Kirchner y Rodriíguez Saá o, en otra combinación, los dos últimos con Carrió. Pero apenas después de seis meses ese gobierno boliviano se encuentra en ruinas. El ejército boliviano, como ya lo hiciera el argentino con De la Rúa, luego de apelar a la represión y a la masacre, como para dejar constancia, le ha dicho al presidente Sánchez de Lozada que si no reestabiliza su situación por medios políticos lo va a dejar colgando del pincel. En resumen, los procesos electorales de “encarrilamiento” tienden a convertirse en paréntesis entre dos crisis revolucionarias. Algo similar puede decirse de Venezuela, que luego de la derrota del levantamiento popular de febrero de 1992, conoció un intermedio electoral fraudulento centro-izquierdista que finalizó con la aplastante victoria de Chávez y una serie de grandes crisis de poder.


Los límites de las pretensiones estabilizadoras están bien ilustradas por el brasileño Lula y el ecuatoriano Gutiérrez, que en menos de lo que canta un gallo han superado a todos sus predecesores “neoliberales”. Lo cual demuestra, de paso, que la personalidad de De la Rúa, lejos de ser una lamentable característica, tiende a asumir un carácter universal. La declaración formal de bancarrota que acaba de proclamar el uruguayo Batlle (eso significa reprogramar la deuda, es decir que no puede pagarla), traduce la perspectiva para toda América Latina.


El contexto internacional no se reduce, sin embargo, al convulsivo de nuestras fronteras. Las marchas de la última semana plantean un principio de crisis política para todos los gobiernos imperialistas. En esta ley histórica, guerras imperialistas-crisis imperialistas, se asienta la estrategia auténticamente socialista de convertir el impulso bélico del imperialismo en un factor que acelere el derrumbe de sus gobiernos y de sus Estados. Una serie de crisis en los países imperialistas dejará sin sustancia a gobiernos como los de Duhalde o a cualquier gobierno patronal que pueda surgir de las elecciones. Hasta ahora, ha sido la relativa solidez internacional del imperialismo lo que ha obrado como una limitada contención a las crisis revolucionarias que se desataron en varios países.


En este cuadro, la campaña electoral debuta con una exhibición de desintegración extraordinaria del peronismo. Ninguno de sus tres candidatos cuenta con el respaldo siquiera de los principales aparatos provinciales; en la provincia de Buenos Aires no está zanjada aún la diferencia entre Duhalde mujer y Solá. La crisis de este débil andamiaje puede revelarse muy rápidamente en Catamarca, cuyas elecciones oscilan entre la anulación de la candidatura de Barrionuevo o su imposición por medio de un fallo inconstitucional de la Corte. Si Menem quiere “pudrir” la campaña, la Corte va a mantener la prohibición para el barrabrava.


La izquierda no puede soslayar la próxima lucha electoral, sea como factor de organización de las importantes luchas actuales, sea como factor de preparación del segundo acto de la crisis revolucionaria. Esto no significa solamente que es obligatorio dar la batalla electoral, sino que plantea la necesidad de que la campaña sea usada para exponer esta comprensión de conjunto de la situación, señalar el alcance de las reivindicaciones y establecer las tareas. Oponerse a ir a las elecciones para luchar contra los partidos de la clase explotadora, esto en nombre de la consigna de que se vayan todos, es decir “no discuto con nadie”, es no comprender la diferencia entre el primer acto de la crisis y la preparación de las escenas finales de la obra, que requiere una salida definida corporizada en un programa y en una dirección política. Un socialista boicotea las elecciones por razones excepcionales, no como una regla contra el “fraude burgués”, porque es un terreno histórico de lucha política; menos la puede boicotear anunciando que intervendrá en las subsiguientes.


Es indudable que la división del peronismo en tres y en una todavía mayor cantidad de subdivisiones, no significa que alguno de ellos no pueda ganar las elecciones o que incluso dos de ellos lleguen al segundo turno. Pero esto no tiene ninguna importancia. Lo que sí importa es si la izquierda va a renunciar a explotar esta desintegración del peronismo, señalándola como una manifestación excepcional de la incapacidad creciente de la clase capitalista para gobernar. La izquierda debe intervenir porque tiene el deber de echar sal en esta herida, más aún con el colapso del radicalismo y el penoso espectáculo de la pequeña burguesía frepasista, que se ha repartido entre Duhalde y Carrió. Es la ocasión excepcional para mostrar el final inevitable de todo nacionalismo de contenido burgués y la superioridad histórica del internacionalismo socialista en un país más oprimido y saqueado nacionalmente que nunca.


En esta gran perspectiva de conjunto, es incuestionable que una unidad de la izquierda aceleraría los procesos políticos en general y el de las masas en particular. Pero para eso debería prevalecer la comprensión de esa perspectiva de conjunto y no la de buscar un progreso a la sombra del Estado burgués. En Neuquén y Catamarca, IU eligió ir por cuerda separada, rompiendo un frente general porque debido a su condición minoritaria no podía encabezar listas o imponer condiciones. El Partido Obrero la ha llamado a rever esta situación, bajar sus candidaturas y apoyar a los candidatos obreros y piqueteros mayoritarios en ambas elecciones, al mismo tiempo que a formar un frente a nivel nacional y en todos los distritos. Se trata de dar continuidad y simultaneidad a una lucha política para preparar el desenlace positivo de la etapa revolucionaria.