Políticas

27/3/2014|1307

Elogio de la Herejía

El autor de “El hombre que amaba a los perros” plantea en su reciente libro historias que funcionan como una denuncia al sistema dominante. Cuestiona a través de los personajes a la burocracia cubana que ahoga a la revolución, y defiende el derecho a disentir.

 

 

El escritor Leonardo Padura, el cubano conocido por su novela El hombre que amaba a los perros -obra que gira en torno a la vida de León Trotsky y su asesino Ramón Mercader- publicó un nuevo libro: Herejes.

 

Se trata de una combinación de géneros, de la novela histórica, el policial negro y un pintoresquismo social. El enjundioso trabajo de investigación histórica no es académico, sino base para el desarrollo literario de fuertes pantallazos sociales. La novela gira en torno a la zaga de una familia judía que, durante cuatro siglos, se ve envuelta en diversas vicisitudes -por la posesión de un pequeño cuadro de Rembrandt- que se concatenan en un policial.

 

Cada historia es una fuerte denuncia al sistema dominante. En 1939, el transatlántico Saint Louis llegó al puerto de La Habana desde Hamburgo, llevando 936 judíos a los que el régimen nazi permitió emigrar luego de confiscar sus bienes. No los dejaron desembarcar en Cuba. Tampoco en Estados Unidos ni en Canadá. El buque debió regresar a Europa y la totalidad de los judíos terminará en las cámaras de gas. El antisemitismo fue común a toda la burguesía imperialista, hasta casi finalizar la guerra. En esa “carga” estaba la familia del protagonista.

 

La novela también narra las invasiones cosacas del siglo XVI contra príncipes polacos, y cómo estos usaban a los judíos para desviar el odio campesino a la superexplotación impositiva a la que eran sometidos. También relata la vida en Ámsterdam, durante la guerra de los Países Bajos contra el imperio español.

 

En todos estos casos habrá herejes, que enfrentarán las creencias de las comunidades de sus épocas en búsqueda de la libertad de conciencia y acción. Denunciará la impotencia del sionismo mesiánico del siglo XVI, como (lamentablemente más atenuado) del sionismo político que llevó al Estado de Israel.

 

La novela de Padura hace un fresco político-social de aspectos de la Cuba pre y postrrevolucionaria. El cuadro perdido de Rembrandt estuvo en manos de un esbirro batistiano que lo robó a la familia judía que venía en el Saint Louis, entregándola a la muerte nazi. Luego pasó a manos de un burócrata castrista que traicionó el ideal revolucionario y se dedicó a su enriquecimiento personal, usufructuando su cargo en el Estado.

 

Es aquí donde el ex detective Conde (¿alter ego del propio Padura?) -personaje de la novela encargado de investigar la suerte del cuadro- repudia al traidor de la revolución. Padura pinta una juventud cubana apática, que no siente la mística de la revolución, porque ésta se ha burocratizado. Conde, colocado en el campo de la revolución, repudia la represión política y comprende por qué una parte de la juventud se vuelve marginal “sin preocuparse demasiado por encontrar un camino de salida que no fuese la autoalineación”.

 

En un diagnóstico psicosocial, realizado en la novela, llega a la conclusión de “que esos muchachos no creen en nada porque no encuentran nada en qué creer”. Conde repudia a la burocracia que ahoga a la revolución.

 

En su novela “El hombre que amaba a los perros”, Padura introdujo la reivindicación de Trotsky, casi un desconocido en la sociedad cubana, o, mejor dicho, un conocido deformado por la propaganda contrarrevolucionaria estalinista. Esa novela había sido impresa en el extranjero, pero no en Cuba. Publicada finalmente en la isla, tuvo gran éxito. En 2012 Padura recibió el Premio Nacional de Literatura. Su nueva novela reivindica la herejía, defiende el derecho a disentir o apartarse de la “línea oficial”.