Políticas

12/3/2009|1074

Eso dicen los diarios…

Agarráme la mano, fuerte, enana… El de nueve sostenía a la hermanita de cuatro. Los dedos de ella se anudaban en la oxidada remera blanca de él. El brazo derecho de él la rodeaba y buscaba, también con sus dedos, la manito de ella que apenas rozaba. En su mano izquierda, él sujetaba esa pistola con la que enfrentaría y derrotaría al Mal. El corazón latía con fuerza, arañando el pecho adentro, ahí adentro, como queriendo salir. Agarráme la mano, repitió, abrázame fuerte, enana, No puedo, lloraba ella, Dónde vamos, mamá, papá, dónde están, me quema. Agárrame la mano, tranquila, yo te voy a defender hermanita… Nueve años él, cuatro ella. Un grito, dos gritos, cinco gritos, un llanto, un rezo a quien no iba a venir. El mayor, el de trece, sostenía a la bebé y con los otros dos varones peleaba con la puerta que era fuego. No hay ventanas. El infierno abraza su cuarto (su casa). Sí, con todos sus brazos. Miedo, que viene, miedo que va. Adónde vamos, para dónde, qué pasa, papá, mamá. Tos, mucha tos. Cuatro, cinco, seis toses. El mayor gritando, llamando a mamá, abrazando a los tres. Era el mayor. Las brasas caen, el cielo se vuelve ceniza lloviendo en sus cabecitas refugiadas apenas en esa mesada que hizo papá. Humo, humo, sólo humo. Humo negro. Olor. Olor feo, plástico y madera calcinados. No puedo respirar. El miedo siempre bien adentro. Tengo sed, agua, quiero agua. Llantos. El colchón de mamá ardiendo, el que compartía con el de siete también. Los ojos de niño, abiertos como nunca, y sus largas pestañas, esas que elogiaba la seño, queriendo barrer de un soplido con esa lluvia caliente. Sus pupilas peleaban con lágrimas que las inundaban. Peleando con los párpados que se cerraban por el humo y el miedo. Peleando por ver toda su casa ceniza, la muñeca derretida al lado de la pelela toda chamuscada y de la ropita nueva que mamá compró en la feria. No hay salida, no hay entrada. Calor, mucho calor. Él iba a ser Riquelme y con su pistolita iba a defender el mundo. Pero su pelota no era ya pelota y apenas la adivinaba con sus ojos que cerraba y abría con fuerza, siempre mirando a la puertafuego. El mayor ya no gritaba, pero él sí y tenía la pistola… Seguía abrazando a la de cuatro que aún tenía su trenza, pero que tampoco lloraba ya. Afuera, qué lejos que es afuera, se oyen llantos, gritos, alaridos, puteadas, ruegos contra la cana y los bomberos que no llegaban, clamando por el agua que no había y la reputamadrequelosrreparioatodosloshijosdemilputas… Tos, otra vez la tos y la sed. La garganta escupe la última saliva negra. No puedo respirar. Van a llegar, a rescatarme, si… yo voy a ser Riquelme, voy a jugar en Boca y en la selección, voy a defender al mundo de las injusticias, con mi pistola voy a terminar con los malos. Pero los malos terminaron con él y con cinco de sus hermanitos que murieron sin todavía ser.

Trágico accidente e incendio en La Boca titulan los diarios ese once de enero del dos mil nueve. ¿Tragedia? ¿Accidente? Eso dicen los diarios…

Matías Villar