Esperando la cosecha

En la primera reunión con la Mesa de Enlace, la patria sojera se llevó unos 1.300 millones de pesos anuales en concesiones; en la del martes pasado, con la irrupción de la Presidenta, otros 500 millones de pesos. Para dos martes no está nada mal, en especial cuando se tiene en cuenta que para los trabajadores no hay otra cosa que suspensiones, despidos y rebajas salariales.

Lo de la soja dicen que no se tocó, en todo caso en forma oficial. Pero con seis u ocho millones de toneladas retenidos desde la cosecha pasada, la crisis en torno a las retenciones para la soja no puede durar mucho más. Los sojeros quieren vender y cobrar, y el gobierno necesita recaudar los impuestos. Al final, los bravucones K han terminado negociando bajo extorsión.

Algún lector podría pensar que la extorsión fue al revés, porque durante el fin de semana se meneó la instalación de una suerte de Junta Nacional de Granos que compraría las cosechas y luego las vendería en los mercados interno e internacional. Los K estaban extorsionando a los sojeros para que vendieran la mercadería retenida, decían los diarios sojeros del domingo. Página/12, con la incorregible tendencia de los progresistas a festejar por anticipado, anunciaba el retorno a los días de gloria del General y el mazazo contundente a la tentativa de la Restauración Conservadora. Los sojeros dispararon con una solicitada de retruque, que incluso firmaron los ‘chacareros’ de la Federación Agraria, que toda la vida han pedido una Junta. El diputado Lozano declaró por anticipado que si el proyecto no tenía trampas, él apoyaba con todo.

Pero la lectura, de entrada, debió haber sido distinta; a saber, que el gobierno estaba dispuesto a terminar para siempre con el sistema de retenciones, ya que no tiene sentido que se paguen a una Junta estatal. En efecto, el martes de la Presidenta se bajaron las retenciones para la exportación de leche en polvo. Por otro lado, como los precios internacionales están en baja, la Junta no podría operar pagando por debajo del mercado internacional, sino por arriba. Fue precisamente con este método de subsidio (no de retenciones) que el famoso Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (Iapi) dejó una deuda impagable al Banco Central, que contrajo entre 1949 y 1955. Si se mira la página agraria de los diarios se verá que los exportadores están pagando por encima del precio de mercado a los ‘productores’, con la finalidad de que les vendan lo retenido y las fábricas no esperen ociosas a la próxima cosecha. Dicho de otro modo: con el asunto de la Junta, el gobierno decía que estaba dispuesto a cobrar menos retenciones o a pagar más por la soja.

Naturalmente, los sojeros y las Bolsas de cereales a término no podían agradecer el regalo -tenían que rechazarlo. Ocurre que el gobierno sin las retenciones está quebrado; o sea que prometía pagar con un dinero que no tiene. El tufillo a maniobra o a incoherencia tapaba los otros olores del campo. Quizá los K pensaban estatizar todo el comercio de granos, como lo había planteado el Partido Obrero durante la ‘crisis del campo’. Al final resultaba que la única reivindicación que se abría paso con la soja era la del partido al que algunos habían apodado ‘ni-ni’ (ni con los sojeros de la Mesa ni con los sojeros del gobierno), pero que había visto más lejos que los otros. Si los accionistas del Citibank habían quedado reducidos a poseer nada más que el 26 por ciento del banco, a los sojeros les podía ocurrir algo peor. Pero los K ni en sus peores sueños pensaron en estatizar el comercio agrícola; ni siquiera Horacio Verbitsky, el león herbívoro, que dedicó el amplio espacio del que abusa en Página/12 los domingos, para asegurar que la mentada Junta no sería nunca algo que un capitalista australiano o canadiense no pudiera aceptar.

En consecuencia, el tema de las retenciones de la soja ha quedado en pie y la crisis como siempre. O no. Porque los sojeros ya entendieron que lo de ellos no puede pasar por una derogación o reducción de retenciones, que provocaría ‘ipso facto’ un derrumbe fiscal (que igual está en marcha con esas retenciones). Que el asunto pasa por la devaluación del peso, aunque ésta también dependa de condiciones adecuadas. Fue precisamente el mensaje que mandó el Banco Central, precisamente en la semana de las negociaciones, cuando el dólar se fue de 3,56 a 3,65 -un 1,5 por ciento en cinco días hábiles. K y los sojeros han hecho lo que han podido, mientras los hamaca el derrumbe mundial. El gobierno, mediante concesiones crecientes, quiere llegar a abril, cuando la cosecha de soja comience a llegar a los puertos.

Nos pasamos de rosca

La Mesa de Enlace tampoco se fue resignada con los miles de millones de pesos que supo conseguir. Le dijo a la mismísima Presidenta que seguiría conspirando por medio del Congreso, donde pensaba enviar un proyecto de anulación de las retenciones. Aunque los terratenientes y capitalistas agrarios no pagan los impuestos, especialmente el inmobiliario rural, reclaman que las retenciones sean sustituidas por un adicional del impuesto a las ganancias. Con los precios internacionales cayendo, esta propuesta dormirá en la Comisión de Agricultura con la complicidad de todos los bloques.

De cualquier modo, en los días previos al martes de gloria con Cristina, la Mesa armó una “audiencia pública” en el Congreso, que no pasó de una encendida conferencia de prensa. El frente único de los sojeros sin mercado y de los políticos con pocos votos le cambió la perspectiva histórica al filósofo Mariano Grondona, quien en La Nación del domingo imaginó que se podía acabar con los K antes de octubre, mediante una votación sobre la soja en el Congreso. Grondona cometió un desliz de infidencia al poner de manifiesto esta conspiración. Sin embargo, pocos días más tarde, Francisco de Narváez, que tiene más plata que Grondona, estimó que con lo del Congreso “se habían pasado de rosca”. Demasiada apuesta -habrá reflexionado el financista que le birló el predio de la Rural al Estado-  para tan poca banca. Pero unos por la osadía y los otros por el temor, todos son concientes de que la crisis mundial habrá de sacudir todo el tablero de Argentina. En especial ahora, cuando se hunde el comercio mundial, cae el stock de crédito que financia el intercambio internacional y el flete de Cantón a Buenos Aires ha caído a cero; sí, a ce-ro.

Restauración Conservadora

Los plumíferos que trabajan para el gobierno han decidido ponerle garbo al afán del oficialismo por polarizar la situación política y las elecciones, y es así que han concebido una amenaza siniestra: la Restauración Conservadora de Macri, De Narváez, el salteño Romero y Carrió, que viene a aniquilar a la patria libre, justa y soberana reconquistada por el kirchnerismo. Otros, menos efusivos, como el historiador Galasso, se limitan a señalar la necesidad de no confundir los tantos y apuntar contra el “enemigo principal”, que no es otro que la mencionada Restauración Conservadora. Si aceptamos este enfoque, el martes pasado la Presidenta se metió a armar un acuerdo por 500 millones de pesos (más el anterior por 1.300 millones) con el conservadorismo restaurador. Si piensan derrotar con estos métodos al gorilismo redivivo, el Tesoro se va a quedar sin plata antes de llegar a la meta. De paso cañazo, los progres Tumini, Cevallos, Castells, Aníbal Ibarra y hermana quedaron del lado equivocado de la barricada.

Este operativo ‘intelectual’ es, sin embargo, más pérfido de lo que parece, porque la Restauración Conservadora es precisamente la que encarna el kirchnerismo. Ya en 2003 – y aún más ahora- , el jefe de la tropilla se jactó de que había devuelto autoridad al Estado, o sea eliminado a las masas de la calle, donde se habían mostrado pertinaces desde mucho antes del levantamiento popular de 2001. Rosa Luxemburgo resumió esta tarea en su frase, antes de caer asesinada: “El orden reina en Berlín” ¡y gobernaba la socialdemocracia! “Hemos devuelto su lugar a la política”, decían tirios y troyanos, para aludir al Ejecutivo, el Congreso y la policía, en oposición al ‘aluvión zoológico’ de los piqueteros. Se había restaurado a la burocracia sindical y, después de algunas piruetas, a los mismísimos intendentes del conurbano – lo más parecido al Ruggerito conservador de los años ’30 y al pejotismo. Las patotas contra el Hospital Francés, contra el Subte o contra los trabajadores del Indec fueron la expresión del la restauración conservadora del oficialismo sindical. En el interior del país, los Blaquier, de Ledesma, o Seabord, del Tabacal, volvieron a reinar a fuerza de guardias blancas, como ‘antes de la crisis’. Los justicieros sociales han gobernado con el método histórico de la oligarquía agraria: la devaluación de la moneda. El bloque parlamentario de los sojeros se ha montado simplemente sobre la tarea iniciada y desarrollada por los K.

En política, el ‘enemigo principal’ no es aquel que se gana las palmas de más reaccionario, porque no se trata de un enfrentamiento entre posiciones malas y menos malas, sino el que tiene el poder y goza de la confianza política de los explotadores. La lucha (nos referimos a la socialista) es siempre una lucha contra el poder. No es una lucha entre entelequias. El que ha tenido el poder y ha gozado de la confianza del gran capital es el kirchnerismo; si no el canje de la deuda externa no hubiera obtenido una aceptación del ¡85 por ciento! Naturalmente, la realidad es más complicada, y es así que al lado de los gobiernos constituidos y respaldados por los explotadores, hay situaciones de crisis políticas cuando esos gobiernos tienden a perder el apoyo de conjunto de los explotadores y sus opositores tienden a ganarlo. En Argentina, el kirchnerismo tiende a perder esa confianza pero la oposición no ha creado una alternativa sustitutiva. Declararla el enemigo principal porque está poblada por menemistas o porque reclama un acuerdo con el FMI, es olvidar que en el kirchnerismo son legión los alsogaraístas y que ya están negociando con el FMI, pero por sobre todo es considerar a la lucha política como una lucha contra entelequias y no contra el poder. En una crisis política, si la oposición pasa a conspirar con el apoyo de la gran burguesía, se convierte al mismo tiempo en nuestro enemigo principal, como ocurrió en 1955, ’62, ’66 y ’76, sin que por eso debamos apoyar la línea política del degradado gobierno de turno. Los macaneos metafísicos sobre la Restauración Conservadora y el enemigo principal tienen como único propósito someter a los trabajadores a las directivas del gobierno capitalista de los K, que en este momento está trabajando para asegurar que la paz social no sea perturbada por los despidos, las suspensiones, las reducciones de jornadas y de salarios y de las prestaciones sociales.

Jorge Altamira