EXCLUSIVO DE INTERNET | El Paco, veneno policial

En la Comisaría 32ª, con jurisdicción sobre la Villa 21-24, nadie recuerda a la “bandita del mástil”, un grupo de chicos atiborrados de paco que “se zarpó” y terminó mal. Por lo menos su líder, un pibe que apareció muerto en febrero, con un balazo en la cabeza, delante de la parroquia del cura José María “Pepe” Di Paola, el que fue amenazado de muerte por su denuncia contra las zonas liberadas de la droga.

Días antes, la “bandita del mástil” -sus integrantes tenían entre 13 y 16 años- les habían robado el coche a unos diplomáticos venezolanos que visitaban un comedor del barrio; después, asaltaron a un abogado. Las denuncias pusieron muy incómodos a los encargados de la 32ª. Casi enseguida, al jefecito lo partieron de un balazo y se lo tiraron al cura.

Ése es el circuito: la policía alienta y promueve la venta de paco y manda a los pibes a robar. Los chicos dejan en la comisaría la “astilla” -la parte del botín correspondiente a los “ratis”- y se quedan con una porción miserable. A veces con nada, sólo un pase para conseguir más paco. “Me ponían una pistola en la cabeza si no les daba plata”, declaró el “Kitu”, aquel chico supuestamente involucrado en el asesinato de Rodolfo Barrenechea. Cuando algún pibe se niega y además les hace frente, bien puede terminar como Luciano Arruga, desaparecido por la policía en Lomas del Mirador. Y si, atiborrados y sacados por el paco, “se zarpan”, acaban como ese pibe de la 21-24, el de la “bandita del mástil”. Con un tiro en la cabeza.

La irrupción masiva del paco a partir de la crisis de 2001 resultó extraordinariamente funcional a las mafias policiales, que gracias a ese veneno multiplicaron sus negocios.

“Parte del botín logrado, por ejemplo, tras el robo de un auto, se recolecta en las gorras. ‘En el caso de los coches, la bolsa a distribuir puede ir de los 800 a los 2.000 pesos’, explica un ex comisario de la Bonaerense. Entre el agente de calle y el reducidor, la repartija es de 50 y 50. A los chicos les toca una ínfima parte. ‘Hasta les pueden dar 20 o 30 pesos. Nada. Lo que a los pibes les importa es solucionar el problema de no tener paco’, agrega un informante, un abogado que conoce de cerca los pasillos de los asentamientos porteños” (ElArgentino.com, 30/4).

Veneno viejo, negocio nuevo

El paco no es un producto nuevo. Es pasta base de cocaína, consumida desde hace décadas en los pisaderos del Chapare boliviano. No es una droga, es un desecho de la elaboración de cocaína. Nadie sabe bien qué contiene, además de una porción de clorhidrato de cocaína, porque puede contener distintas cosas según el fabricante. En todos los casos tiene polvo de viruta, que produce enfisemas pulmonares.

La irrupción de esa basura en la Argentina se vincula con la llegada al país de los grandes carteles de la droga y el incremento explosivo de la producción de cocaína en la Argentina. En consecuencia, de los desechos de esa fabricación, a los que rápidamente se les creó un mercado. Un cambio en la macroeconomía local del narcotráfico.

El paco se fuma en pipas y resulta excepcionalmente adictivo, porque sus efectos, intensos, son muy breves: apenas unos minutos. De la sensación de euforia que produce se pasa rápidamente a otra de angustia y profunda depresión. Por tanto, sobreviene una necesidad compulsiva de volver a consumir de inmediato.

Entre sus consecuencias se tienen el enfisema pulmonar por la irritación de la mucosa respiratoria, trastornos cardiovasculares y modificaciones severas de conducta porque, literalmente, se vuela el lóbulo frontal y se produce un exterminio neuronal irreversible hasta llegar a estados de demencia o muerte.

En ese proceso, no deja en momento alguno de producir una extraordinaria rentabilidad a quienes la comercian y a quienes usufructúan sus efectos secundarios: las víctimas “desaparecen, se vuelven desechables, pero hasta el fin generan ganancias…, (el paco) además, tiene la condición sine qua non de la mercancía capitalista: la masividad”, explica la socióloga Alcira Daroqui, una especialista en la cuestión (www.intercambios.org.ar).

La compulsión por consumir conduce a la compulsión delictiva para “solucionar el problema de no tener paco”, como dice el abogado entrevistado por ElArgentino.com.

En ese punto se multiplican el negocio de la policía, la inseguridad de la población y la histeria represiva de la derecha contra las principales víctimas de este crimen social.

Por ejemplo, Nelly Valdano, docente de la escuela 162, de la villa Puerta de Hierro, señala que “es un secreto a voces que los uniformados reclutan a los chicos y después liberan las zonas para que puedan robar” (www.taringa.net, 13/12/08).

Valdano añade: “La gente tiene mucho miedo de hablar y contar lo que sabe sobre la connivencia entre la policía y los pibes de la villa, pero ya estamos cansados de tanta impunidad”. En esa escuela estudiaba Brian, uno de los chicos imputados por el asesinato de Barrenechea, a quien nada se le pudo probar pero sigue preso aunque se han superado todos los plazos de su prisión preventiva, sin necesidad de cambiar ley alguna ni de reducir la edad de inimputabilidad. Otro de los involucrados en ese hecho, un menor apodado “Chuna”, aun prófugo se daba el gusto de pasearse por el barrio, armado, de mostrarse delante de su casa y amenazar a testigos, todo a la vista de la policía que lo protegía.

“Son policías los que reclutan a pibes de diferentes villas, los arman y después les liberan zonas para que puedan robar y huir sin inconvenientes”, completó Valdano.

Como se ve, mienten alevosamente todos los que hablan de la “ausencia del Estado” en el problema de la inseguridad o de la distribución de drogas en las villas. El Estado, por medio de la policía y de punteros políticos, está muy presente y es el primer organizador de la drogadicción, del envenenamiento de los chicos pobres y de la promoción del delito en la Argentina.


RECUADRO

“Bardito” y la policía

(Extracto de una carta enviada por la docente Nelly Valdano al diario Crítica de la Argentina)

“Bardito es un menor que habita en la villa Puerta de Hierro de La Matanza, y que fue descubierto por las cámaras de C5N. Como tantos otros que hay en nuestro país, está destruyéndose por el consumo de paco. Frente a la escuela (162), en la calle, suelen estar estacionados los automóviles de algunos docentes. El viernes 5 de diciembre (de 2008), alrededor de las tres de la tarde, Bardito ingresó por el baúl de uno de los autos, tomó algo y volvió a salir corriendo. Inmediatamente salimos a la calle. Bardito ya no estaba, pero un grupo de personas que pasaba por la escuela nos comentó que les había llamado la atención porque el chico descendió de un patrullero, corrió hacia el auto, lo abrió, se llevó algo y volvió a subirse al vehículo policial…”

Alejandro Guerrero