Políticas

21/5/2009|1084

EXCLUSIVO DE INTERNET | El paco y las mafias policiales

La propaganda oficial (no necesariamente oficialista) ocupó la tapa de los diarios de la semana pasada con un llamado “mega-operativo”, que permitió secuestrar 8 mil dosis de paco y detener a una decena de “perejiles”. Como indicaron algunos medios, 8 mil dosis apenas equivalen al consumo promedio de 13 chicos del conurbano durante un mes. Casi al mismo tiempo, los bombos y los platillos batieron parches sobre la apertura de una escuela secundaria en la Villa 21, donde poco antes el cura José María “Pepe” Di Paola fue amenazado de muerte por sus denuncias sobre el paco. Es casi una provocación: esa escuela sólo puede recibir 121 alumnos y únicamente tiene primer año, y hay centenares de chicos en lista de espera. Son noticias pour la galerie o, como dicen en el barrio, para la gilada.

La policía alienta y promueve la venta de paco y manda a los pibes a robar, y cuando el escándalo crece hacen caer a alguna bandita de dealers para ocupar espacio en los diarios. Los chicos dejan en la comisaría la “astilla” -la parte del botín correspondiente a los “ratis”- y se quedan con una porción miserable. A veces con nada, sólo un pase para conseguir más paco. “Me ponían una pistola en la cabeza si no les daba plata”, declaró el “Kitu”, aquel chico supuestamente involucrado en el asesinato de Rodolfo Barrenechea. Cuando algún pibe se niega y además les hace frente, bien puede terminar como Luciano Arruga, desaparecido por la policía en Lomas del Mirador. Y si, atiborrados y sacados por el paco, “se zarpan”, acaban con un tiro en la cabeza.

La irrupción masiva del paco a partir de la crisis de 2001 resultó extraordinariamente funcional a las mafias policiales, que gracias a ese veneno multiplicaron sus negocios.

“Parte del botín logrado, por ejemplo, tras el robo de un auto, se recolecta en las gorras. ‘En el caso de los coches, la bolsa a distribuir puede ir de los 800 a los 2.000 pesos’, explica un ex comisario de la Bonaerense. Entre el agente de calle y el reducidor, la repartija es de 50 y 50. A los chicos les toca una ínfima parte. ‘Hasta les pueden dar 20 ó 30 pesos. Nada. Lo que a los pibes les importa es solucionar el problema de no tener paco’, agrega un informante, un abogado que conoce de cerca los pasillos de los asentamientos porteños” (ElArgentino.com, 30/4).

Veneno viejo, negocio nuevo

El paco no es un producto nuevo. Es pasta base de cocaína, consumida desde hace décadas en los pisaderos del Chapare boliviano. No es una droga, es un desecho de la elaboración de cocaína. Nadie sabe bien qué contiene, además de una porción de clorhidrato de cocaína, porque sus componentes varían según el fabricante. En todos los casos tiene polvo de viruta, que produce enfisemas pulmonares.

La irrupción de esa basura en la Argentina se vincula con la llegada al país de los grandes carteles de la droga y el incremento explosivo de la producción local de cocaína. En consecuencia, de los desechos de esa fabricación, a los que rápidamente se les creó un mercado. Un cambio en la macroeconomía local del narcotráfico.

El paco se fuma en pipas y resulta excepcionalmente adictivo, porque sus efectos, intensos, son muy breves: apenas unos minutos. De la sensación de euforia que produce se pasa rápidamente a otra de angustia y profunda depresión. Por tanto, genera una necesidad compulsiva de volver a consumir de inmediato.

Entre sus consecuencias se tienen el enfisema pulmonar por la irritación de la mucosa respiratoria, trastornos cardiovasculares y modificaciones severas de conducta porque, literalmente, se vuela el lóbulo frontal y se produce un exterminio neuronal irreversible, hasta llegar a estados de demencia o muerte.

En ese proceso, no deja en momento alguno de producir una extraordinaria rentabilidad a quienes la comercian y a quienes usufructúan sus efectos secundarios: las víctimas “desaparecen, se vuelven desechables, pero hasta el fin generan ganancias…, (el paco) además, tiene la condición sine qua non de la mercancía capitalista: la masividad”, explica la socióloga Alcira Daroqui, una especialista en la cuestión (http://www.intercambios.org.ar/).

“Son policías los que reclutan a pibes de diferentes villas, los arman y después les liberan zonas para que puedan robar y huir sin inconvenientes”, dice Nelly Valdano, docente de la escuela 162, de la Villa Puerta de Hierro, y añade: “Es un secreto a voces que los policías reclutan a los chicos y después liberan las zonas para que puedan robar” (www.taringa.net, 13/12/08).

Como se ve, mienten alevosamente todos los que hablan de la “ausencia del Estado” en el problema de la inseguridad o de la distribución de drogas en las villas. El Estado, por medio de la policía y de punteros políticos, está muy presente y es el primer organizador de la drogadicción, del envenenamiento de los chicos pobres y de la promoción del delito en la Argentina.

Alejandro Guerrero