Políticas

30/7/2009|1093

EXCLUSIVO DE INTERNET | Honduras: La crisis ingresa en una nueva etapa

Lanny Davis fue abogado de Bill Clinton cuando éste era presidente, y ahora es asesor de la secretaria de Estado, Hillary Clinton. Además, ha sido contratado en estos días por la filial hondureña del Consejo de Empresarios de América Latina (CEAL) para hacer lobby en el Congreso norteamericano en favor de quienes asaltaron el poder en Tegucigalpa; integró la delegación enviada por el presidente de facto, Roberto Micheletti, a las negociaciones con Oscar Arias en Costa Rica; organizó reuniones de representantes golpistas con congresistas y funcionarios de la Casa Blanca e incluso compró espacios en medios de los Estados Unidos para que hicieran propaganda favorable al golpe, sin que Clinton lo despidiera. La CEAL, dicho sea al pasar, es una avanzada de la reacción en Latinoamérica. Por ejemplo, su presidente en Venezuela es Marcel Granier, titular de la cadena de televisión RCTV que promovió en 2002 el golpe contra Hugo Chávez.

El embajador norteamericano en Honduras, Hugo Llorens, es un empresario íntimamente (comercialmente) vinculado con la oligarquía hondureña que sostiene al golpe, y nunca ocultó su subordinación a los “halcones” Otto Reich y Roger Noriega, de la derecha republicana. En el pasado, Llorens estuvo destinado en la Argentina y aquí fue lobbista de Ciccone Calcográfica, vinculada ora con Alfredo Yabrán, ora con Domingo Cavallo, y vive de los contratos fraudulentos con el Estado argentino desde que confeccionó, en 1978, las entradas para el Mundial de fútbol de ese año. En varias comunicaciones al Departamento de Estado previas al golpe, Llorens señalaba que Manuel Zelaya constituía “un peligro” para los Estados Unidos. Además, el embajador informó que el golpe estaba en gestación.

En Honduras, los militares norteamericanos tienen la base de Soto Cano, SU centro de operaciones durante el terror represivo en América Central en los años ’80. Hasta hoy, ahí son formados los oficiales hondureños.

En Honduras opera además la frutícola Chiquita, nombre actual de la vieja United Fruit (después United Brands). Chiquita bramó hace poco tiempo, cuando Zelaya aumentó en un 60 por ciento el salario mínimo, y buscó y obtuvo el respaldo decidido del Consejo Hondureño de la Empresa Privada (Cohep), que agrupa a 60 asociaciones empresariales. El presidente de la Cohep, Amílcar Bulnes, amenazó con despidos masivos en todas las empresas si el gobierno persistía en su propósito de aumentar los salarios.

La Coordinadora Latinoamericana de Sindicatos Bananeros (Colsiba) denunció que las condiciones de trabajo en las plantaciones de Chiquita se parecen a las de un campo de concentración. Las obreras trabajan allí desde las 6:30 de la mañana hasta las 7 de la tarde, emplean a niños de 12 a 14 años y exponen a los trabajadores al pesticida DBCP, que produce esterilidad, cáncer y defectos congénitos en los niños. El director ejecutivo de Chiquita, Charles Lindner, es un fuerte aportante de dinero en las campañas demócratas, y tiene anudado un fuerte vínculo personal con los Clinton.

He ahí la matriz de un golpe bananero, como en los viejos tiempos, con la participación activa de “la embajada”, la iglesia católica, las evangelistas, las cámaras empresariales, las fruteras yanquis, la Corte Suprema, los partidos de la oligarquía… y al menos una parte del Departamento de Estado y franjas poderosas de los partidos Republicano y Demócrata de los Estados Unidos.

La fractura golpista


Por todo eso, la suerte de Honduras se decide en Washington, según dicen Hugo Chávez, Fidel Castro y Lula, este último convertido, como en otras crisis, en una bisagra para defender la estabilidad política burguesa en América Latina. Obama tiene la batuta, pero en ese punto se observa que los asuntos hondureños abarcan un amplísimo espectro que involucra, en primer lugar, la interna feroz dentro del gobierno norteamericano.

Tom Shannon, subsecretario de Estado para Latinoamérica, cargo que ya ocupaba durante la última parte del gobierno de Bush, fue el encargado de negociar con Lula la rendición con condiciones que se le impuso a Zelaya: su retorno al palacio pero de ningún modo al gobierno, para organizar una coalición de “unidad nacional” (con los golpistas), adelantar las elecciones e irse rápidamente. “Como Lula quería que Zelaya volviera y Obama quería que no se quedara, consensuaron en Moscú que Zelaya volviera pero no se quedara” (Página/12, 27/7). Así, el Departamento de Estado decidió “convocar al presidente de Costa Rica, Oscar Arias, para que hiciera valer el acuerdo entre Obama y Lula” (ídem).

Eso significó el desplazamiento de la OEA, que es el ministerio de colonias de los Estados Unidos o es nada. En estas condiciones fue nada, y quedaron en la completa intrascendencia operaciones como el viaje de Cristina Fernández, quien, además, hizo así el intento reaccionario de aproximar al gobierno venezolano a la Casa Blanca.

Todo el armado encontró (encuentra) resistencias en la derecha republicana y entre los “blue dogs” (perros azules) demócratas, quienes, además, ya dejaron saber que no tratarán la reforma al sistema de salud que Obama necesita aprobado antes del receso parlamentario de agosto. Paul Krugman (Clarín, 27/7) ha dicho que un fracaso en ese rubro podría llevarse puesta la presidencia de Obama; es decir, un golpe a la norteamericana. Todo eso está en juego en la crisis hondureña.

Esa interna en los Estados Unidos se refleja en el principio de ruptura del frente golpista hondureño, con una carta de respaldo a la gestión de Arias -rechazada hasta ahora por Micheletti y los “duros” de Tegucigalpa- que militares de ese país firmaron en Washington sin respaldo de sus jefes.

Por supuesto, todas estas idas y venidas no se producirían sin la movilización del pueblo de Honduras, que no alcanza por el momento las dimensiones de un levantamiento nacional pero resulta más que suficiente para que nada pueda armarse a sus espaldas. De ahí se desprende la consecuencia política más elemental para todo el movimiento democrático de América Latina: la necesidad de organizar una movilización de alcance continental para derrotar a un golpe que pone en riesgo todos los avances populares de la última década en toda Latinoamérica.

Alejandro Guerrero