Políticas

30/10/2014|1338

Fábricas sin patrones, cooperativas, autogestión


“La fábrica sin patrones” es un término que oficia como sinónimo de una vieja bandera: la autogestión. Tuvo su pico de popularidad como alternativa al socialismo y al gobierno de trabajadores en los años de descomposición del régimen estalinista. Se la presenta como una emancipación del trabajo alienado, tanto respecto del capital como del Estado.


 


Las “fábricas sin patrones” siguen, sin embargo, sometidas a la explotación capitalista, aunque el capital ya no esté presente en forma visible en el lugar de trabajo y la producción sea coordinada por los propios trabajadores. En muchos de estos emprendimientos, en especial cuando han surgido de fuertes luchas y han mantenido una independencia política, el condicionamiento del trabajo a decisiones de los propios trabajadores, muestra la viabilidad de una producción directamente social, sin el yugo del régimen patronal. En el marco de la sociedad capitalista, sin embargo, no eliminan la explotación social que ejerce el capital, en forma colectiva, a través del mercado y del Estado.


 


La ley de expropiación de Zanón fue saludada como “una expropiación del capital”. Aunque la sanción fue una victoria contra la tentativa de restaurar la empresa para los vaciadores, no constituyó una expropiación del capital sino una reafirmación del capital: por un lado, estableció un resarcimiento millonario para los vaciadores, a cargo de los obreros; por el otro, dejó librada a la empresa a sus propios recursos.


 


En la actualidad, muchos de estos emprendimientos han surgido como consecuencia de la quiebra del capital y del vaciamiento industrial, como una acción de defensa del trabajo. Surge, a partir de la quiebra, una fábrica sin patrones y sin capital físico o la posibilidad de acumularlo -o sea un régimen de producción precario. En muchos casos recurren, para sobrevivir, a funcionar como tercerizadas. Sus trabajadores se desempeñan en condiciones inferiores a los que están bajo relación de dependencia, sin derechos ni coberturas sociales, salvo cuando lo hacen con el carácter de monotributistas -o sea de su propio bolsillo. Se desarrolla una suerte de autoexplotación y una usura del capital fijo y de trabajo.


 


Relevamientos recientes arrojan que las empresas autogestionadas, en su abrumadora mayoría, no han logrado recuperar el nivel de producción que tenían previamente a la quiebra. La mitad trabajaban por encargo de terceros. También han sufrido la deserción de los compañeros más calificados, quienes terminaron recalando en otras empresas, donde pasaban a cobrar sueldos más elevados (Informe del tercer relevamiento de empresas recuperadas).


 


 


 


Movimiento contradictorio


 


La empresa autogestionada plantea el peligro de separar a sus trabajadores del conjunto del movimiento obrero, en primer lugar porque sus reclamos son diferentes y hasta podrían ser antagónicos (aumento de precios para los productos autogestionados). No han acompañado, en casos notorios, varias huelgas generales rrcientes. Esta circunstancia plantea un tema fundamental que la caracterización de “fábrica sin patrones” oscurece: la de levantar un programa de reivindicaciones que equipare a los trabajadores de estas empresas con las condiciones establecidas en los convenios colectivos de la rama. Nada refuta más claramente la especie de 'sin patrones' que el hecho de estar cobrando una Repro.


 


 


 


El carácter concreto de las consignas


 


La defensa ciega de la 'fábrica sin patrones' se opone a la estatización de las empresas vaciadas, bajo control o gestión obrera, en cuyo caso el Estado intervendría como patronal. La estatización sería un progreso en las condiciones laborales y productivas del emprendimiento


En situaciones revolucionarias o prerrevolucionarias, la “estatización” de las fábricas que han sido ocupadas por esas circunstancias, equivaldría a renunciar a la lucha por una salida política de los trabajadores. En la actualidad, no existen esas situaciones. Las estatizaciones deben ser caracterizadas de acuerdo con las condiciones concretas; son progresivas en ciertos casos, reaccionarias en otros.


 


 


 


Etapa actual


 


En la actualidad, el traspaso de una empresa se opera en el marco de la ley de quiebras, lo que significa que la cooperativa beneficiaria debe quedar a merced de un juez, obligado a considerar los derechos de los acreedores. Para formalizar el traspaso, los trabajadores deben renunciar a sus derechos indemnizatorios. Es inadmisible disimular esta expropiación del trabajador con el eufemismo de una” fábrica sin patrones”. La burocracia, en yunta con el gobierno y las patronales, promueve las cooperativas para desactivar las luchas o para poner la lucha bajo su control. Es lo que la UOM armó recientemente en Visteon e intentó el ongarismo, que tiene armada una red de cooperativas, para Donnelly. Es una obligación defender la entrega de las empresas vaciadas a cooperativas independientes, nacidas de la lucha, pero no con un programa mistificador y, aún menos, autoexplotador; sino con un programa que defienda los derechos laborales preexistentes de los cooperativistas: ninguna indemnización para los vaciadores; apoyo financiero real de parte del poder público a las cooperativas; estatización, bajo control y gestión obrera. En definitiva, un programa socialista, no un programa autogestionario.