Frente de Izquierda: ‘divergencia', ‘convergencia', ¿'divergencia?'
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Matías Maiello respondió en un largo artículo el comentario de Pablo Rieznik al libro La Izquierda frente a la Argentina kirchnerista. Está planteado como una contribución al debate y, efectivamente, aporta elementos novedosos. Supera en mucho, por ejemplo, la caracterización del Frente de Izquierda por parte de Castillo como un frente "técnico-político" que "no expresaba una convergencia política" entre las organizaciones que lo integran. Castillo incluía, además, un texto previo, de principios de año, el cual ni siquiera consideraba una política frentista ante las elecciones y se atrevía a denunciarnos "por hacerle el juego al gobierno". Ahora, en cambio, Maiello, sin aclaraciones previas, descubre una convergencia: "Para aprovechar el capital político del Frente de Izquierda que conquistamos -plantea- es necesario ponerlo al servicio de la construcción de corrientes clasistas en el movimiento obrero para recuperar las organizaciones de las manos de la burocracia sindical y de la construcción de un partido revolucionario (incluyendo la agitación por formas transicionales como puede ser un Partido de Trabajadores)". No explica, sin embargo (en especial porque habla del libro de Castillo) qué transformó a la ‘divergencia' de su partido con los que integran el Frente en una ‘convergencia'.
¿Qué es una conclusión?
El artículo de Maiello aborda dos grandes temas: la caracterización del Argentinazo, por un lado, y, por el otro, el de la actividad de su partido y el nuestro en relación con el movimiento piquetero. O sea que cambia de eje el tema del libro, que es la confrontación entre un ‘relato' de izquierda y el ‘relato' oficial. Respecto del estallido de 2001, Maiello sostiene que es verdad que "el proletariado ocupó un lugar dirigente en todo el proceso que remata en el Argentinazo", pero insiste en destacar la "ausencia" de la clase obrera en los episodios del 21 y 20 de diciembre. Agrega que "este debate no es una controversia historiográfica, sino un intento de clarificar las lecciones fundamentales de cara al próximo ascenso". Concluye, entonces, que "la principal de esas lecciones (sobre el Argentinazo) podríamos sintetizarla en que faltó un partido revolucionario", que "oficiar(a) de dirección de las masas movilizadas en las calles derrotando a las fuerzas policiales".
La "falta de un partido revolucionario", sin embargo, no es una "conclusión": es lo opuesto, una preclusión, ya que prejuzga el análisis. La presencia de la clase obrera en el estallido de 2001, su significado y sus consecuencias pueden ser materia de controversia, pero la afirmación de que faltó un partido revolucionario es un prejuicio que no es demostrado por el desarrollo del proceso real y sus resultado. La revolución rusa fue derrotada; sin embargo, fue caracterizada como "un ensayo general", o sea como una fase de aprendizaje del partido revolucionario. La explicación de los procesos históricos con "ausencia de un partido revolucionario" omite lo fundamental: determinar si ese proceso acicateó el desarrollo del partido revolucionario o demostró la inconsistencia de las tentativas en esa dirección. El desarrollo enorme que registró el PO en esa etapa demuestra que fue también "un ensayo general" y habría que buscar allí la razón última de los resultados exitosos del Frente de Izquierda.
Más significativo es el planteo de Maiello de que si el "partido revolucionario" hubiera existido, su tarea hubiera sido "oficiar de dirección de las masas movilizadas en las calles derrotando a las fuerzas policiales". La cuestión del Estado es reducida a "la policía" y, dentro de ella, a una lucha en la calle en un ámbito geográfico restringido, ya que abarcó el microcentro de la Ciudad. El Cordobazo derrotó efectivamente a las fuerzas policiales y, por eso, la ciudad mediterránea fue retomada a partir de las seis de la tarde por el III Cuerpo de Ejército. Maiello subestima que la masas movilizadas en las calles (fundamentalmente piqueteras), "sin el partido revolucionario", se jugaron a fondo contra las "fuerzas policiales", como ocurrió en el Cordobazo (incluso las superaron): lo que detuvo el combate no fue la policía, sino la renuncia de De la Rúa, que efectivamente entendió que la situación superaba un control policial. La acción de los uniformados no estaba limitada por la carencia de recursos represivos, sino por el temor a aplicarlos, dado que amenazaba con desatar una insurrección mayor. Se produjo una fenomenal crisis de poder -cayó De la Rúa- y no un defecto de orden operativo militar de los trabajadores para enfrentar a "fuerzas policiales en las calles". La cuestión de una toma del poder por las masas estaba excluida, no figuró nunca en la agenda popular ni era una posibilidad; el ‘partido revolucionario' que lo hubiera intentado se habría suicidado. La agenda era desarrollar el movimiento de masas que se expresó en esas jornadas en términos de autonomía política de los explotados (asambleas populares, recuperación de los sindicatos, desarrollo de cuerpos de delegados clasistas, centralización de fábricas ocupadas, extensión del movimiento piquetero). Maiello hace un ejercicio de historia contrafáctica -qué hubiera pasado de existir el partido que "faltó"- y deforma el tema del combate callejero para insinuar un planteo aventurero. No hubiera sido esa la conclusión del teórico militar Von Clausewitz, sino la de un pichón de foquista.
La política, los métodos
Maiello pasa por alto el proceso que va de la Asamblea Nacional Piquetera a la Asamblea Nacional de Trabajadores (ocupados y desocupados) (ANT), la cual reunía a la inmensa mayoría de las organizaciones de lucha del momento (que reunió a 25 mil personas en la cancha de Lanús y, más tarde, al gran debate de la asamblea del 22 de junio que votó la marcha en la que serían asesinados Kosteki y Santillán). ¿Es posible desarrollar un partido revolucionario sin participar de la experiencia política del único movimiento de masas del momento, de su lucha de tendencias, de los programas y perspectivas en juego? Castillo justifica el apartamiento del movimiento piquetero oponiéndole la experiencia ‘revolucionaria' de Zanón y Brukman, como si ambos casos -pero en particular Brukman- no hubieran sobrevivido como consecuencia de un gigantesco apoyo callejero del movimiento piquetero. Más adelante, Brukman sería entregada al control de la camarilla de Alberto Caro -un riquista de la Iglesia, en la actualidad kirchnerista.
Ahora Maiello dice (no el libro de Castillo) que no se trata de una contraposición entre ocupados y desocupados, sino entre "dos políticas y dos métodos (...) Uno, el de la ANT, que era el acuerdo entre tendencias del movimiento de desocupados, donde cada grupo participaba con los representantes de sus respectivas colaterales piqueteras, sin una política consecuente de unidad entre ocupados y desocupados. El otro era el de Zanón, donde todo se decide en asambleas de base, donde cada tendencia puede someter a votación sus mociones... "(en) un estado asambleario permanente". ¿Cuál es la prueba de Maiello de que la ANT no planteaba una política consecuente de unidad entre ocupados y desocupados? Ninguna. Como vimos, ocurrió exactamente lo contrario. Además la ANT, como él mismo admite, reunía un amplio espectro de tendencias que ameritaría un análisis más cuidadoso de los agrupamientos que la integraban. La ANT (parece increíble que haya que recordarlo) nació, como su nombre lo recuerda, en asambleas multitudinarias. En contrapartida, el PTS llevó a las asambleas de Zanón propuestas para rechazar su participación en la ANT e incluso organizar encuentros divisionistas. ¿Cómo se puede reivindicar "una política y un método" que estuvo dedicado a bloquear la participación en el movimiento piquetero y dar una batalla por orientarlo, promover el frente único, plantearle una perspectiva?
Maiello dice que la diferencia estratégica entre el PTS y el PO consiste en que el primero propone que los obreros voten en asambleas y el segundo no -lo cual no sólo es absurdo, porque nos emparentaría con la burocracia. Si a Maiello le parece bien, podríamos hacer asambleas de base del Frente de Izquierda. El argumento de que "las bases decidan" no fue nunca honesto, porque el PTS se reservaba el acatamiento de lo que resolvieran esas asambleas. En esta línea, fue manipulado como excusa durante diez años para intentar quebrar a la Fuba "piquetera", a la ANT, el trabajo entre los docentes universitarios y frentes únicos en los más diversos terrenos de la acción sindical -de los cuales el PTS se marginó o se paró en la vereda de enfrente en no pocas oportunidades y, probablemente, no sea el caso recordar en este momento.
La insistencia abstracta en que "las bases decidan" llevó al ex MAS a sabotear numerosos paros generales resueltos por la CGT de Ubaldini, bajo Alfonsín. Si cada fábrica va a decidir, aunque sea democráticamente, si acata o no una huelga general, el resultado será (y fue) el carnereaje. No solamente importa que el proletariado vote: mucho más importante es qué es lo que vota la clase obrera. Esa es la responsabilidad del partido revolucionario. La crisis del proletariado no es de "representación" sino de dirección, o sea de independencia política. La tesis de la ‘representación' es propia del "autonomismo operario" de Toni Negri y compañía. El "estado asambleario" no es una receta, ni siempre es conveniente -como lo supo recordar Engels (en su texto "Sobre la autoridad"), donde demuestra que su uso abstracto sirve a la desorganización y la parálisis de la actividad de los trabajadores.
Por un debate clarificador
Dejamos para el final lo que Maiello considera un eje conjunto de toda su crítica: el PTS no tiene diferencias "programáticas" con el PO, sino "estratégicas", una afirmación incomprensible ("el partido es el programa" es una de las frases más citadas de Trotsky). No, las diferencias son programáticas, como ya lo demostramos en la revista En Defensa del Marxismo al mostrar que el PTS rechaza la dictadura del proletariado en nombre de una autogestión sovietista, donde precisamente "las bases decidan" -lo que de paso convierte al programa y al partido en factores secundarios de un gobierno de trabajadores.
Ultimo: no se trata de discutir por discutir. La discusión debe servir a una clarificación de posiciones y a una delimitación que permita verificar las posibilidades de desarrollar aún más el partido revolucionario. Tiene que ser un debate metódico sobre el programa o, si se prefiere, sobre la estrategia, con una finalidad concreta. Nuestro terreno no es la academia, sino la lucha de clases en el período más convulsivo de la lucha de clases desde la crisis revolucionaria desatada por la última guerra mundial.

