Políticas

16/7/2009|1091

Humano y sin historia

“Che: guerrilla”, de Steven Soderbergh

El 9 de octubre de 1967 moría, en un paraje perdido de Santa Cruz de la Sierra, Ernesto Che Guevara, luego de haber intentado infructuosamente durante casi un año, instalar y desarrollar un foco guerrillero en Bolivia. La segunda parte de la película de Sodebergh trata de recrear los últimos meses del Che.

“Crear uno, dos, tres, muchos Vietnam”, había sido la consigna lanzada por Guevara. Fiel a sí mismo, el año anterior había estado luchando con la guerrilla del Congo belga. Luego del fracaso de esa experiencia, con características lamentables, volverá a Cuba para preparar un nuevo intento, esta vez más cerca de su país. Para el Che, cuando en un país existían condiciones objetivas para la revolución, un foco guerrillero podía crear las condiciones subjetivas y desencadenar un alzamiento general en la población. Así, su apreciación de que “un levantamiento popular sin el apoyo de la lucha armada no tiene ninguna posibilidad de tomar el poder” olvidaba que esa lucha armada no podía más que fracasar si no estaba apoyada por -y era el resultado de- la propia actividad revolucionaria de las masas. De otro lado, la ecuación del Che sustituía con la lucha armada al partido revolucionario de la clase obrera.

Esto se encuentra retratado en el film. Si en la parte anterior (Che, el argentino), habíamos podido seguir la epopeya de la historia, en esta segunda parte vemos su tragedia. La guerrilla cubana se había desarrollado sobre un terreno histórico ya laborado, y había contado con el apoyo resuelto del campesinado y el levantamiento de las masas urbanas; en Bolivia, el Che y sus compañeros se encuentran aislados y terminan denunciados por los propios campesinos a los que habían ido a liberar.

Cuando vemos cómo el Che Guevara, de incógnito, transformado en “Ramón”, se interna en la selva, aislándose de la lucha política de las masas bolivianas, no hace falta conocer la historia para saber lo que va a pasar. Este es quizás uno de los mayores méritos de la película que, mediante un ritmo impecable, y tratando de mostrar los acontecimientos con todo el rigor posible, con una linealidad temporal que a veces apabulla, logra mantener el suspenso del principio al fin, aunque ya sepamos el final.

Basada en el Diario, escrito por el propio Che, la película de Soderbergh resalta su costado humano y, en ese intento, produce su mayor carencia. En el film, el Che (impecablemente interpretado por Benicio de Toro) aparece como lo que era: un revolucionario dispuesto a dar la vida por sus ideales, pero no da cuenta de las coordenadas políticas de una época que se tradujeron en la acción política de este hombre. No hay marcas que den cuenta de la complejidad de esos tiempos, más allá de la revolución cubana, que en esta parte aparece incluso como una lejana referencia.

Sin golpes bajos ni melodramas, la película simplemente nos muestra las penurias de esos revolucionarios hasta su final. Cuando el Che se interna en la selva, el mundo real se desvanece. Mientras fracasan los intentos de los guerrilleros por ganar el apoyo de los campesinos -quienes, como escribe el Che en su diario, los miran atónitos, sin entender nada- las noticias de la huelga minera (y su posterior represión) los encuentra a cientos de kilómetros, sin ninguna intervención. Cada vez más, la guerrilla aparece como irreal, marchando y huyendo de los militares (la única marca que los conecta con el mundo real), en cada vez peores condiciones, en esas selvas bolivianas que parecen haber quedado detenidas en el tiempo. Así, en el film, los guerrilleros aparecen descontextualizados, porque ésa es, justamente, la esencia de la política del foquismo.

Al elegir mostrarnos al hombre y olvidarse del mito, Soderbergh logra reflejar, en el fracaso de la última lucha del Che, el fracaso de una orientación política.

Pablo Rabey