Políticas

9/10/2008|1058

La actualidad del caso Rucci

La maniobra ‘subprime’ organizada por un arco heterogéneo de la derecha sindical y política sobre la muerte de José Ignacio Rucci terminó de caerse, por lo menos judicialmente, cuando su ariete periodístico, Ceferino Reato, se amparó en el “secreto profesional” para no dar los nombres de dos supuestos ex montoneros sobrevivientes que habrían tomado parte en aquel atentado contra el burócrata cegetista.

Reato no dio los nombres porque no los tiene y no los tiene porque no existen, entre otras cosas porque la “operación Traviata” no fue obra de Montoneros sino de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), que aún no se habían fusionado con la organización conducida por Mario Firmenich. A tal punto fue así que uno de los principales dirigentes juveniles de Montoneros, el hoy diputado Dante Gullo, pasó uno de los momentos más tensos de su vida cuando se enteró de la muerte de Rucci mientras estaba reunido… con el general Perón.

La versión de aquel hecho que da Reato en su libro (“Operación Traviata”) necesita para ser creída de un lector ignorante y poco inquieto. El dice que hubo un francotirador y que fue Julio Roqué (“Lino” era su nombre de guerra), a quien acompañaban “Héctor Arrué” y Marcelo Kurlat. Además de que Arrué -hijo de un diputado justicialista en tiempos del primer peronismo-no se llamaba Héctor sino Horacio Antonio, ninguno de ellos pertenecía entonces a Montoneros, sino a las FAR. Arrué y “Monra” Kurlat fueron asesinados en la Esma. Roqué murió en combate, en 1977, cuando se batió en soledad contra un batallón de la Infantería de marina comandado por Pernías y Astiz.

Reato dice que el encargado de dispararle a Rucci con un FAL fue Roqué “porque era un gran tirador” (Crítica, 24/9). Reato no tiene idea de lo que sucedió y ni siquiera se ha tomado la molestia de consultar los diarios de la época. Todo su relato sorprende por su incoherencia. Rucci recibió 23 disparos, no fue abatido por un tiro de precisión sino por un ataque masivo y la primera descarga, orientada a provocar pánico en el pequeño ejército de custodios que lo acompañaban, se hizo con una escopeta recortada, una perdigonada de demolición después de la cual otros comandos abrieron fuego con metralletas y, también, con un FAL.

Tales detalles resultan necesarios porque denuncian la falacia y ésta, a su vez, señala la naturaleza de la maniobra que se ha armado ahora, no con intenciones conmemorativas sino con propósitos políticos diversos y hasta contradictorios, en un menú en el que figuran desde Carlos Menem y Eduardo Duhalde hasta Hugo Moyano y el sojero “Momo” Venegas, de las 62 Organizaciones. También se anotaron (no podían faltar) Luis Barrionuevo y Jorge Bergoglio.

El muerto viviente

Uno de los amplificadores de la maniobra derechista, el diario Crítica (22/9), admite que “el crimen de Rucci no es de lesa humanidad; por lo tanto, prescribió”. Así confiesan que no se apunta a una imposible persecución penal contra los desconocidos de Reato ni a aprovechar, como propone ese mismo artículo, la “oportunidad para comenzar a reconstruir la historia de los años setenta”, sino a cuestiones políticas de estricta actualidad.

La primera de esas cuestiones la expone Reato, cuando compara el atentado contra Rucci, que él supone dirigido a presionar a Perón, con el gobierno K: “El estilo de los Kirchner, que es la lógica del apriete. Por ejemplo, la confección de la resolución 125… sin consultar a nadie sobre el cambio de la rentabilidad de un sector que es la columna vertebral del país” (La Nación, suplemento ADN, 23/8). He ahí el primer sustento material de la cosa: la rentabilidad de la “patria sojera”. Por eso le dan tanto despliegue Duhalde, Menem, los Rodríguez Saá, el diario La Nación, Jorge Fontevecchia, Jorge Lanata, “Momo” Venegas y toda esa runfla. Si se prendiera la izquierda sojera estarían todos.

De ellos, como casi siempre, el más cínico fue Bergoglio, persistente en sus intentos de aglutinar a una derecha dispersa. El cardenal dio él mismo una misa en memoria de Rucci y ahí estuvieron burócratas sindicales y derechistas de diverso pelaje, como Juan José Alvarez, miembro de la Side durante la dictadura, uno de los arquitectos de la masacre del Puente Pueyrredón en 2002 y actual jefe de campaña de Francisco de Narváez, peronista aliado con Macri.

Bergoglio, después de recordar que él conoció personalmente a Rucci, añadió: “Qué importante lo que dijo este hombre, profundamente humano y por eso profundamente evangélico, cuando afirmó que para encarar un proceso de reconstrucción y la reconquista de los valores tradicionales, es necesario pacificar los espíritus” (www.revista-zona.com.ar).

Este cura no teme al ridículo, porque llamar “pacificador de espíritus” a uno de los organizadores de la carnicería de Ezeiza en junio de 1973, sobrepasa los límites de lo sorprendente. Ni los mejores exégetas del burócrata muerto se atreven a llamarlo “pacificador”.

Otro personaje clave en este asunto es Hugo Moyano. Primero se alineó sin condiciones con la derecha y exigió que la muerte de Rucci fuera declarada “crimen de lesa humanidad”. Después dijo que eso “deberá resolverlo la Justicia” y organizó su propio acto por Rucci, bien lejos de la misa de Bergoglio. En el toma y daca con la camarilla kirchnerista, en el medio algo habrá obtenido.

Como dijimos en un número anterior, Moyano tiene sobre sí una causa judicial por sus vínculos pasados con la Juventud Sindical Peronista (JSP) y la Concentración Nacionalista Universitaria (CNU) marplatenses. También está en curso la investigación del asesinato del tesorero del Sindicato de Camioneros, Abel Beroiz.

Además, el tema Rucci le sirve para dar una respuesta indirecta a las declaraciones de Néstor Kirchner sobre la “conveniencia” de darle personería gremial a la CTA, aunque Moyano sabe que esa amenaza sólo es una bravuconada del ex presidente, porque los Kirchner no tienen posibilidades de doblegar en ese aspecto a la burocracia de la CGT.