Políticas

6/1/1994|410

La amargura de Fernández Meijide y la hipocresía del Frente Grande

A Graciela Fernández Meijide le “amargó intervenir Santiago”, según lo que publicó en Clarín el pasado 23 de diciembre. “Pensé, dice, que iba a comenzar mi experiencia en la Cámara de Diputados expresando mi rechazo a la prisa y la presión con que se quería sacar adelante la declaración de la necesidad de la reforma constitucional…”.


Fue, ciertamente, un penoso debut. Lo que quizá Fernández Meijide no haya percibido es que, más allá de su amargura, admite que el electorado se equivocó fieramente al votarla para diputada y que la amargura del electorado debe ser aún mayor que la de ella, porque el bloque del Frente Grande lo convirtió en cómplice involuntario del envío de la gendarmería contra el pueblo santiagueño y del ahogo de su libertad política.


Es curioso, pero Aldo Rico también salió “amargado”, sólo que tuvo el tino de proclamarlo siete días antes de que lo hiciera Fernández Meijide. Cuando se lee lo que el “carapintada” dijo el 16 de diciembre en Diputados, se tiene la impresión de que la diputada del FG incurrió en un alevoso caso de plagio. “Señor presidente, dijo el jefe del Modin, en principio manifestamos nuestro dolor (algo más que una “amargura”, J.A.) por estar en ésta, nuestra primera sesión (otro caso de debut fallido, J.A.), tratando la intervención federal a la provincia de Santiago del Estero. Nos hubiera gustado estar tratando, dice Rico anticipándose a Fernández Meijide, la declaración de la necesidad de la reforma de la Constitución nacional”.


Notable, ¿no? Nadie podría decir que se incurriría en exageración si se afirma que el Modin y el Frente Grande adoptaron la misma e idéntica posición política.


Las declaraciones de Rico y Fernández Meijide desnudan un lazo insospechado, a saber, la ilusión, común a ambos, en la democracia representativa. Que esto ocurra con el fascistizante Rico demuestra hasta qué extremo la posición democrática del conjunto de la burguesía privatizadora y del imperialismo, ha obligado a Rico a jugar el juego del parlamentarismo. En lo que se refiere a Fernández Meijide, sus ilusiones democráticas (nuevamente desmentidas) revelan a un personaje “incorregible”, que no ha aprendido de ninguna de sus desilusiones anteriores, ni de cuando actuaba en la Asamblea Permanente de los derechos humanos bajo la batuta del indultador Alfonsín, ni de cuando merodeaba en torno al PI. Una tenacidad semejante sólo prueba que la ata al Estado burgués una cuestión de principios.


“Amargura” o debut fallido, la diputada del Frente Grande no explica por qué éste votó la intervención a Santiago. Su artículo es una retahíla de lamentos en el que está ausente la más mínima explicación política. Se trata, en verdad, de un procedimiento clásico pero deshonesto: usar las lágrimas para el encubrimiento político. Es, sin embargo, una constante histórica que los políticos reformistas tiendan a llorar en los momentos de crisis.


En la Cámara de Diputados, el “Chacho” Alvarez anunció que “acompañaba” el proyecto de intervención a Santiago, “sabiendo que ésta no es la solución definitiva ni la solución”. Pero una solución que no es definitiva es por lo menos alguna solución real; en cambio, si no es real es una estafa. Para Alvarez el rigor puede quedar de lado si se trata de intervenir una provincia y ceder a la presión unánime de la burguesía. Alvarez tiene los gajes del oficio, porque ya en otra oportunidad votó por la menemización de la Corte Suprema. Pero, curioso, él también coincidió con Rico, quien en la misma sesión declaró: “Apoyamos este proyecto de ley en general porque es el mal menor”, es decir, “una solución”, pero “no definitiva”.


En esta época de “convergencias”, “pactos” y “entendimientos”, el Modin y el Frente Grande aportan su granito.


El Frente Grande votó la intervención federal a los tres poderes, es decir, incluida la Legislatura, cuando apenas habían pasado un par de semanas de las elecciones del 3 de octubre y de la derrota en esos comicios del oficialismo. El Frente Grande votó la suma del poder público para Menem, Schiaretti y la gendarmería. El Frente Grande se jugó a fondo, por lo tanto, en el apoyo al régimen menemista.


Fernández Meijide también se juega a fondo en este apoyo, “amargura” mediante. “El jueves 16 —dice— ha sido nuestra precaria democracia la que sufrió el estremecimiento”, en alusión al “pesar y preocupación (que) me produjeron las imágenes del asalto a la Legislatura provincial y a la sede de Tribunales”. La gesta del pueblo santiagueño, y no la intervención federal, es lo que, para la diputada, golpeó a la democracia. ¡Votando la intervención federal, Fernández Meijide y el Frente Grande salvaron, entonces, a la democracia! ¡Esta es la “solución” a la que aludía Alvarez! Es obvio que, forzada a optar, Fernández Meijide y toda la dirección del Frente Grande elegirán el camino de las intervenciones federales y nunca el campo de la rebelión popular. Pero esto significa, muy sencillamente, que no son demócratas; que no están con la soberanía del pueblo sino con el aparato represivo y coercitivo del Estado. ¡Por eso coincidieron con Rico!


Guillermo Estévez Boero también votó la intervención. Pero cuando le tocó hablar dijo lo siguiente: “Resulta que ahora viene la intervención… Pero cuando se incendie el país, ¿cuál será la intervención, cuál el remedio federal? ¿Será otro ’66 u otro ’76 el remedio federal?”.


Aquí esta dicho todo: cuando la explotación económica, la miseria social y la opresión política generalicen para todo el país la rebelión popular, los que votaron la intervención federal a Santiago votarán el equivalente a la intervención federal a todo el país, el estado de sitio y, oportunamente se harán a un lado para dar paso a una nueva dictadura militar.


La amargura de Fernández Meijide retrata, entonces, toda la hipocresía del Frente Grande.