Políticas

24/5/2006|947

La aparateada del 25 y la nueva crisis mundial


Es visible para todo el mundo que la ‘movida’ de Kirchner, el 25 de mayo, no es una movilización política popular sino una aparateada. Los punteros del difunto duhaldismo se están valiendo para esta ‘patriada’ de los únicos métodos que conocen —el clientelismo y la coacción. Lo mismo hacen el aparato de la burocracia sindical y el de los piquetruchos oficialistas, que han visto enriquecer su caja en forma abusiva en los últimos meses. De acuerdo a algunas informaciones, el gobierno habría gastado en la campaña por el acto una suma de dinero superior a la oblada en la última campaña electoral. Ha impuesto a las patronales la gratuidad del transporte de tren y subte, que dependen de subsidios estatales. Pero todo esto no debiera sorprender, porque el kirchnerismo no es un fenómeno de abajo sino de arriba.


 


Esta aparateada, para colmo, no osa declarar sus objetivos. Niega que sea un operativo reeleccionista, y cuando se anima a proponer que sea una fiesta, oscila entre la celebración del aniversario de 1810 y la proclamación de su propio éxito. Esgrime la primera para invitar a los radicales y a otros progresistas de cosecha reciente; los tienta con la ‘concertación’ a la chilena. Lo segundo apunta a sus propios alcahuetes. Pero la ‘concertación’ chilena fue inventada para salvar del naufragio a la democracia cristiana y al partido socialista, en medio de la inmensa movilización popular que caracterizó a Chile en las vísperas de la salida de Pinochet. La ‘concertación’ que Kirchner le ‘propone’ a los gobernadores radicales, en cambio, significaría el último clavo en el ataúd de la UCR.


 


En verdad, el oficialismo no esconde que festeja la recuperación del proceso político de manos de los piqueteros, el sindicalismo combativo y las asambleas populares o vecinales. El armado del 25 no hubiera sido posible sin la desmovilización previa de la Asamblea de Gualeguaychú y el pacto con Moyano sobre el 19% de aumento salarial en cuotas —sólo para citar dos de los numerosos conflictos que siguen caracterizando a la situación del país. De todos modos, la asamblea entrerriana ya ha decidido re-movilizarse y numerosos gremios rechazan el tope salarial que se les quiere imponer. La intención declarada del gobierno, de “recuperar” la Plaza de Mayo de los luchadores, es por definición un objetivo reaccionario, que además está condenado al fracaso, porque las movilizaciones que impulsan los luchadores son alimentadas por las contradicciones y miserias del capitalismo, una fuente que es inagotable, vista la crisis financiera internacional de los últimos días y el constante agravamiento de las penurias populares. Las aparateadas del gobierno, en cambio, tienen el límite infranqueable del tamaño de la chequera.


 


Lavagna


 


El que se ha dado cuenta de estos límites es, precisamente, Lavagna, que advierte que la buena onda económica se estaría acabando. Al ex ministro no le faltó, por lo menos, el sentido de la oportunidad, porque en estos días las bolsas se han literalmente desplomado; para los llamados ‘países emergentes’, ha sido la caída más grande desde la crisis financiera de 1997-98.


 


De todos modos, la campaña de reuniones y discursos que ha iniciado Lavagna tiene una causa incluso más directa: el reemplazo del Mercosur, dijo, por una alianza con Chávez no es negociable. Con este planteo, Lavagna ha dado la voz de alarma de la burguesía sobre el agravamiento de las contradicciones nacionales en América del Sur y se ha convertido, de este modo, en el vocero autorizado del capital internacional en su conjunto. Lavagna plantea que Argentina tiene que resolver rápido el litigio papelero con Uruguay y formar un sólido frente con Brasil contra las nacionalizaciones bolivianas, y que de ninguna manera debe coquetear con la posibilidad de poner en aprietos a Repsol, so pretexto de que no realiza inversiones en nuevos pozos. Cuando Lavagna reclama claridad institucional, se refiere, antes que nada, a las instituciones internacionales que gobiernan el orden existente en América Latina y a las relaciones con las metrópolis imperialistas. Si el gobierno de Kirchner cruza una determinada línea en el manejo de esta crisis internacional, o su ‘entorno’ lo empuja por esa vía, la burguesía le está advirtiendo que podría crearse una cuestión de poder. No es casual que, simultáneamente, el peruano Alan García haya declarado que un eventual gobierno suyo enfrentaría a Hugo Chávez, y que en México y en Colombia las batallas electorales tengan por eje la crisis internacional en América Latina. Bush acaba de atacar a Bolivia con su arma favorita —denunciando que el gobierno de Evo Morales, que subió con el 60% de los votos y que va por más en las próximas elecciones constituyentes, no respeta la democracia.


 


Kirchner no está en absoluto en desacuerdo con Lavagna. Apoya la instalación de las papeleras; se apresta a visitar a Zapatero y a defender a Repsol; ha cedido a Brasil la iniciativa de negociar los precios del gas con Bolivia, para que Brasil pueda presionar a Evo Morales sobre la situación de Petrobras. Es claro, sin embargo, que Kirchner y su entorno necesitan disimular estas posiciones entreguistas, si quieren asegurarse un caudal popular para la reelección. Al igual que Lula intenta, además, mantener un equilibrio entre los intereses petroleros del imperialismo en Argentina y la presión de Hugo Chávez, que ya ha comprado, por otra parte, más de 2.500 millones de dólares en títulos de la deuda pública de Argentina. También es cierto que coquetea con el chavismo para ampliar su propia capacidad de negociación con el imperialismo. Pero las contradicciones que encierran las ambiciones del kirchnerismo podrían revelarse insuperables.


 


El eco que ha recogido Lavagna en la prensa es una señal de que expresa la línea política fundamental de la burguesía, o sea que anticipa el rumbo de Kirchner. Una vez superada la aparateada del 25, el kirchnerismo se sentirá más libre para acatar las recomendaciones de Lavagna. El acto parece un guiño hacia la izquierda, pero anuncia el viraje a la derecha. Mientras los alcahuetes creen que refuerza las perspectivas populares del gobierno, lo más probable es que acelere un acuerdo de conjunto con el imperialismo.


 


Crisis mundial


 


La salida de la crisis argentina de 2001-02 no tuvo un carácter nacional sino internacional. La recesión internacional que había comenzado en 2000, tuvo su punto de inflexión en el primer semestre de 2002. La caída estrepitosa de las bolsas en los últimos días marca, a su vez, la apertura de una nueva crisis. Es sintomático que simultáneamente hayan caído los precios de las materias primas, porque anuncia una nueva recesión. Se trata de los productos que Argentina exporta. Si bien la prensa casi no lo hizo notar, el hecho fundamental de la crisis de los últimos días fue la decisión de China de subir las tasas de interés, o sea la intención de ‘enfriar’ la economía. Esta medida ya produjo un impacto negativo enorme en Japón y la India, dos economías que eran consideradas en muy buen estado apenas una pocas horas antes.


 


No hace falta decir que todavía serán necesarios algunos estallidos financieros, más antes que se declare una recesión en las principales economías y en particular en China, que ha sido protagónica en el mercado mundial desde finales de siglo. También tomará su tiempo para que la economía tenga su reflejo en la política. Lo que importa, de todos modos, es que esta nueva manifestación de derrumbe capitalista abre una perspectiva que la burguesía y el gobierno argentino no tenían como probable, y que cuestiona todo el andamiaje social y político del kirchnerismo. No solamente afecta al kirchnerismo sino también a la estrategia bolivariana que pretende construir un ‘socialismo del siglo XXI’ a fuerza de integraciones petroleras, ‘ahorrándose’ el camino de la revolución social.


 


Los factores históricos concretos refuerzan la perspectiva que impulsa el Partido Obrero: construir una alternativa obrera y socialista, desarrollar un partido independiente y combativo de la clase obrera, unir las luchas en América Latina en función de la unidad socialista y de los gobiernos obreros y campesinos.