Políticas

19/2/2004|838

La capitulación ante el FMI plantea nueva crisis

Mientras Kirchner sigue despotricando, ante las plateas de la CCC, contra el genocidio económico que representaría la deuda externa, las acciones concretas del gobierno marchan por otros andariveles. El viernes pasado, el Presidente decidió "convocar" a los "hombres de negocios" para informarles que se "malentendieron sus advertencias sobre la posibilidad de no pagar al FMI" (La Nación, 14/2). Cuánto se habrá disuelto la demagogia oficial, que hace sólo seis meses Kirchner no daba audiencias a empresarios ni aunque se lo imploraran. "Queríamos que el Presidente sintiera el apoyo de los empresarios nacionales", declaró Luis Pagani, de Arcor, en la conferencia de prensa. Pagani es el mismo que apoyó a Menem en las elecciones pasadas y que, más importante, se quedó con el control de una parte de la industria azucarera bajo el menemato.


La urgencia de la convocatoria tradujo la impresión de un Kirchner desesperado; lo mismo ocurrió con los aumentos de tarifas, que la prensa no había adelantado para nada. Junto a la designación del Comité de Bancos, encabezado por Merrill Lynch, los aumentos ponían de manifiesto la amplitud de la capitulación de Kirchner ante el ultimátum recibido por Lavagna, en Miami, de parte del FMI y del Grupo de los 7. Los aumentos facilitan el pago de la deuda externa de las empresas privatizadas. Que el gobierno argentino no tiene la intención de dejar de pagarle al FMI, no es una novedad, pues es lo que le aseguró taxativamente Kirchner a Bush en Monterrey, hace un mes. Desde el 2002, ‘los gobiernos nacionales y populares que supimos conseguir’, hicieron pagos netos a los organismos ‘genocidas’ por 7.000 millones de dólares.


Los ‘mercados’ saludaron la formación del Comité de Bancos a su estilo: con un alza en las cotizaciones. Hasta los títulos impagos subieron: en un solo día, el 10% – en diez días el 20%. La deuda nueva creada por Duhalde y por Kirchner también da pie para una jugosa especulación, porque aunque ofrecen un interés bajo, su capital está ajustado por inflación; como los precios suben y el dólar baja, esos títulos dan rendimientos excepcionales en dólares. ¡Aguante el macaneo nacional y popular!


El alza de los ‘mercados’ tampoco fue ‘irracional’, pues se anticipó al alza de tarifas que fue anunciada el fin de semana. Aunque afecta a la industria, se sentirá en los precios al consumidor. Además, el gobierno está acumulando una fuerte deuda con las generadoras de electricidad, 400 millones de pesos, por aumentos mayoristas que no se han trasladado al consumo residencial. Alejandra Gallo, de Clarín (13/2), publicó una información que proyecta una luz interesante al tema de las tarifas de las privatizadas: dice que un sector del gobierno pretende obligar a las privatizadas, mediante un congelamiento relativo de tarifas, a vender las empresas a precio de bancarrota a nuevos inversores – los amigos de la ‘burguesía nacional’ de Kirchner, como ocurriera con el ingreso de la familia Werthein en Telecom, en reemplazo de France Telecom. El gobierno pretende arbitrar (y aprovecharse de ello) en la enorme redistribución de propiedad provocada por la bancarrota capitalista.


 


La crisis sigue


Los compromisos adoptados por Lavagna en la reunión de Miami con el FMI han desatado una ola de especulaciones acerca de los nuevos bonos que Argentina podría ofrecer a los tenedores de deuda vieja. El problema es que cualquier mejora en los pagos de ésta, debería perjudicar los pagos de la deuda nueva y de la contraída con el FMI y el Banco Mundial. Sin embargo, aumentar significativamente el monto fiscal para poder pagar una y otro, podría llevarse puesto al gobierno de Kirchner. Un asesor de De Vido, Eduardo Curia, ha dejado entrever (El Cronista, 12/2) que si no se logra un compromiso con los acreedores de la deuda vieja, el gobierno debería imponer una "política interna dura" para hacer frente a las consecuencias de tener que pagar más que lo previsto hasta ahora. Pero no hay ni una insinuación de romper con el FMI. Las herméticas palabras de Curia podrían estar haciendo alusión al establecimiento de un control de cambios y a un aumento del tope establecido para los préstamos del Banco Central al gobierno, lo que permitiría obtener más divisas para pagar la deuda vieja y nueva.


Estos esquemas, sin embargo, resultan castillos de naipes cuando se introduce en el escenario la situación financiera internacional en su conjunto. El premio Nobel de Economía acaba de reiterar algo que se ha convertido en un clásico últimamente: pronosticar que Estados Unidos va camino a una bancarrota del tipo de la Argentina. Alude a un déficit fiscal de 500.000 millones de dólares, un 4,5% del PBI norteamericano, que es financiado íntegramente por dinero que proveen los bancos centrales de China, Japón y Asia en general. Esta financiación ha provocado una enorme emisión de moneda de parte de esos países, lo cual amenaza con un estallido financiero, en especial en China. Cualquier medida que se tome para prevenir ese derrumbe, por ejemplo un alza de la tasa de interés, acabaría hundiendo las escasas posibilidades de que Argentina pague, no ya algo de la deuda vieja, sino de la nueva y de algo más.


En Italia, donde centenares de miles de bonistas han sido perjudicados por las bancarrotas de la lechera Parmalat, de la alimenticia Cirio y de varias otras, ya están circulando varias propuestas de leyes para que los bancos se hagan cargo de los perjuicios, dado que está comprobado que contribuyeron al vaciamiento de esas empresas. Aunque con Argentina ocurrió lo mismo que con esas empresas, aquí Kirchner y Duhalde salieron a rescatar, no a los ahorristas sino a los bancos, a costa de los contribuyentes.


Por eso, como lo plantea el movimiento piquetero que Kirchner quiere criminalizar, hay que cesar el pago de la totalidad de la deuda externa y pública, nacionalizar los bancos sin indemnización y confiscar el patrimonio de los capitalistas que han lucrado con la bancarrota capitalista.