Políticas

15/3/1995|440

La crisis comienza ahora

De acuerdo a la versión oficial, la crisis se acabó y el “plan” sale *más fortale­cido que nunca”. El “efec­to tequila” y su resaca se disiparon. Bastó para tanto que se llegara a un acuerdo con el FMI, que aún no se efectivizó y cuyos términos no se conocen. Para celebrar este milagro de resurrec­ción, la Bolsa ha estado su­biendo sin parar desde el pasado viernes 10.


¿La crisis fue, entonces, un espejismo? ¿Argentina no es México y la “converti­bilidad” vino para quedar­se? ¿El salvavidas de plomo que Clinton le tiró a sus so­cios del Nafta se ha transfor­mado en el sur del continen­te en un flotador resisten te?


Ni 100. Ni 10. Ni 1


Para responder a todo esto, simplemente hay que mirar las cosas con cuidado y por sobre todo saber con­tar. El gobierno y sus plumí­feros alegan haber obtenido créditos por 11.000 millones de dólares, que les alcanza­rían para pagar toda la deu­da externa que vence en el ´95 y para hacer frente a cualquier crisis bancaria. Semejante mentira, desnu­da la enorme fragilidad de toda la situación.


Ocurre que lejos de ser un paquete de créditos, el acuerdo del gobierno con el FMI constituye, por so­bre todo, un mazazo im­positivo de 4.000 millo­nes de pesos. Esta medida representa una confiscación pura y simple de los consu­midores, es decir, de los tra­bajadores. Debido a que la deuda argentina está cons­tituida en dólares, no aporta nada a las necesidades de su pago.


El otro ítem del paquete está constituido por privati­zaciones de diversas carac­terísticas, que naturalmen­te no son de realización in­mediata. De cualquier modo, tampoco habrán de representar gran cosa, ya que solo 300 millones, según Cavallo, podrán ingresar en efectivo de un total de 3.000 millones que se estima recibir en bonos o títulos que se encuentran en circulación. Pero tampoco es seguro que tengan lugar la totalidad de las privatizaciones estima­das, debido a que en lo refe­rente a las acciones que el Estado posee en empresa« privatizadas, está previsto que sirvan de garantía de los préstamos que otorgue el FMI. No se puede sumar dos veces lo mismo.


Despejados estos 7.000 millones, lo que resta está compuesto por un préstamo del FMI de 2.400 millones de dólares y un crédito privado de 1.600 millones de dóla­res. El FMI ya dejó en cla­ro, sin embargo, que su aporte sólo ingresará en cuotas, de modo que no po­dría incidir directamente en la superación de pagos que acosa al gobierno. El crédito privado, por su lado, está condicionado al del FMI y tendría como contrapartida la posibilidad de pagar im­puestos con el bono que se emita. Es decir que lo que entre por el lado del crédito deberá emigrar por el lado de una menor recaudación impositiva.


Debidamente hechas las cuentas, el gobierno podría contar inmediatamente con unos 500 millones de dóla­res y en el curso del ano con un total de 2.000 millones, como máximo, para hacer frente a vencimientos públi­cos y privados de 14.000 mi­llones de dólares. Este pa­quete “argentino” se pa­rece como dos gotas de agua al que agravó la cri­sis mexicana. En ningún caso hay un rescate financiero; el eje del acuerdo es la aplicación de un paquete de máxima confiscación de los trabajadores y de una mayor concentración de capitales bancarios e industriales, capaz de incentivar, a mediano plazo, una nueva corriente de capitales extranjeros y de créditos internacionales.


El acuerdo con el FMI pretende,  tal como lo quiso y no consiguió en el caso mexicano, que el nuevo paquete económico haga innecesario el uso de los créditos del Fondo y de los bancos, recuperando el financiamiento internacional regular. El FMI y los acreedores ponen dinero pero con la condición de que no sean usados, ya que si resulta necesario re­currir a él estaría demostra­do que la crisis se ha agrava­do y que, en ese caso, los créditos prometidos no ser­virían para nada. El otorga­miento a cuenta gotas de un crédito de 2.000 millones de dólares apenas alcanza para hacer frente al faltante de dinero de los bancos, que el diario The Wall Street Jour­nal (14/3) calcula en 2.000 millones dólares.


Como surge de las cifras, el autobombo oficial es es­candaloso, pero aun así omi­te otras cosas más. Por ejem­plo, que según ese mismo diario financiero norteame­ricano, los bancos europeos no están dispuestos a concu­rrir con ningún crédito de rescate, o que sólo lo harían una vez que se hayan agota­do los fondos del FMI. Tam­poco el Citibank pretende formar parte del equipo de bomberos, traduciendo una fuerte división den­tro de los bancos acree­dores (El Cronista, 11/3).


Recién empieza


Lo más grave del nuevo paquete es que habrá de pro­ducir una fuerte recesión industrial, algo que ya viene ocurriendo como consecuen­cia del retiro de los capitales extranjeros y de la salida de millones de dólares de los bancos. En un editorial, La Nación (12/3) admite que “la mayor presión tribu­taria puede inducir ten­dencias recesivas, elevar el nivel de precios, redu­cir el consumo, demorar la inversión, disminuir la competitividad de la pro­ducción argentina, afec­tar la oferta de empleo, limitar la expansión de las exportaciones”. Una larga lista de calamidades que deberá acentuar la ten­dencia a la bancarrota, tan­to industrial como bancaria. Es decir que el paquete es, sí, un salvavidas de plomo.


El Cronista (14/3) se pre­ocupa con el impacto que podría tener la eliminación del subsidio a las exporta­ciones, que estima en nada menos que 1.130 millones de dólares. Para el economista ultraliberal, Juan Luis Bour, la amenaza es todavía más amplia porque, dice, habrá “una contracción crediticia nominal del orden del 15 al 20% con respecto al año pasado” (Páginal2, 14/3). Si este dato llegara a verificarse, asistiríamos a un verdadero derrumbe industrial, ya que el crecimiento del producto bruto interno del 6%, en 1994, requirió un crecimien­to del crédito del orden del 25%. De sus proyecciones, Bour saca la conclusión de que es dudoso “que se pue­da llegar al superávit fis­cal esperado”. Es decir, al superávit fiscal que “espe­ra” el paquete.


No hace falta, de todos modos, esperar a que se cumplan las proyecciones, porque ya en febrero hubo una caída del comercio del 40%, mientras que tres cadenas de super­mercados (Hawai, Unión y Sumo) han pedido con­vocatoria de acreedores (Folha de Sao Paulo, 12/3).


Con relación al paquete con el que Cavallo enfrentó la “corrida” de octubre de 1993, el actual es un “anti­paquete”, porque deroga lo concedido en aquella opor­tunidad a los capitalistas. Cavallo eleva ahora incluso el “costo laboral” y al repo­ner los aportes provisiona­les, con el agravante de que el dinero irá al pago de la deuda externa y no a los jubilados. La distorsión no po­dría ser más completa, y ella sola refleja la completa im­passe del “plan” económico.


Estos pronósticos “apo­calípticos” explican por qué Cavallo demoró más de dos meses en llegar a un acuerdo con el Fondo —y en primer lugar a romper, el año pasado, el acuerdo en­tonces vigente. Cavallo ha tenido que ir a pedir clemen­cia porque había llegado al límite misino de la cesación de pagos. En estas condi­ciones, cualquier salida capitalista conduce ine­vitablemente a la liqui­dación de aquella parte del capital que la crisis ha revelado que es exce­dente o sobrante. El FMI o los acreedores no tirarían su dinero, en ningún caso, a un fondo de pérdidas. Lo funda­mental, sin embargo, es que el paquete fondomonetarista tiene contradiccio­nes mortales, porque una recesión industrial puede llevar a lo que se quería evitar, es decir, al cese de pagos de la deuda externa.


Abismo, un paso al frente


El fin de semana del 10 al 12 de marzo fue realmente especial, porque se asistió a una situación de cesa­ción de pagos simultánea de Argentina, México y Brasil. Cavallo confesó que sólo le quedaban 200 de los


millones del fondo ini­cial para socorrer a los ban­cos; en Brasil hubo una “co­rrida” contra el real que se llevó 6.000 millones de dóla­res; en México, una oferta de renovación de deuda públi­ca, por 100 millones de dóla­res, sólo fue aceptada por medio millón, con el resto transformándose en dólares y saliendo del país. En todo este tiempo, los norteameri­canos sólo desembolsaron millones de dólares de los prometidos 20.000 millo­nes y, de aquí en más, “cual­quier desembolso ulte­rior a México estará suje­to a una cuidadosa revi­sión” —declaró el subsecre­tario del Tesoro de Estados Unidos (International He- raid Tribune, 8/3), más pre­ocupado ahora con la caída del dólar que con el peso mexicano. Las reservas mexicanas de libre disponi­bilidad se encuentran por debajo de cero, puesto que los 9 mil millones de dólares que registran son inferiores a los 11 mil millones ya gira­dos como crédito (deuda) por el FMI, Estados Unidos y Canadá.


En el caso argentino, la inminente bancarrota ban­caria estaba acompañada con la perspectiva de un de­rrumbe inminente de la con­vertibilidad. Las reservas, que habían llegado, al 6 de marzo, a 10.400 millones de dólares (seis mil millones menos que en diciembre), equivaldrían al 84% de una circulación monetaria de millones de dólares (1.000 millones más, en sie­te días, debido a emisión por parte del Banco Central). El gobierno salió de esta situa­ción terminal al obtener el acuerdo del Fondo para eli­minar por completo los en­cajes que deben mantener los bancos como reservas. Esta medida permitió libe­rar 1.500 millones de dóla­res a partir del viernes pasa­do (La Nación, 12/3), lo cual explica holgadamente la suba de la Bolsa y la caída de la tasa de interés interbancaria, y explica naturalmen­te la euforia de los grandes capitalistas. Se ha produci­do así un saqueo financiero sin igual, porque por pri­mera vez en la historia el sistema bancario está funcionando sin ningu­na reserva o garantía. Como consecuencia de esto, cualquier “retiro de depó­sitos puede desembocar en una situación no con­trolable con más medi­das de índole financiera” (El Cronista, 15/3). En estas circunstancias, las acciones que más han subido han sido la de los bancos directamen­te beneficiados por esta vir­tual eliminación de los enca­jes.


La inconsistencia de todo esto no puede ser mayor, porque apenas diez días an­tes Cavallo había subido los encajes bancarios para formar con ellos una “red de seguridad”. La pe­ligrosidad de esta situación está demostrada por las de­nuncias efectuadas por Am­bito Financiero (10/3) y por el banquero Javier González Fraga CEl Cronista, 10/3), el primero afirmando que los corredores de Bolsa interna­cionales westán jugados a quebrar el plan económi­co argentino para poder comprar en un mínimo”, y el segundo revelando “que los bancos internaciona­les están presionando para lograr que la Argen­tina estatice la deuda privada que circula por el mundo a través de obli­gaciones negociables”. De acuerdo a este personaje, “los bancos que son mu­chas veces amigos del gobierno están vendien­do los títulos públicos y aportando al colapso”.


Dólar y política


Lo que se les escapa a los apologistas del paquete es que existe un factor de fondo en esta crisis, que es el de­rrumbe del dólar, es decir, de los propios prestamistas que quieren venir a rescatar a la Argentina. En los últi­mos cinco años, el dólar cayó de 260 a 88 yenes y de 3,80 marcos a 1,35, reflejando con ello la pérdida de compe­titividad de la economía nor­teamericana y su descomu­nal endeudamiento de 4 bi­llones de dólares.


La “economía globalizada” enfrenta cada vez más los límites de los Esta­dos y monedas nacionales, es decir, la lucha entre los monopolios. Los principales Estados capitalistas están más lejos que nunca de un acuerdo de estabilización mundial, por la simple ra­zón de que cada uno de ellos enfrenta situaciones explo­sivas. Japón, por ejem­plo, tiene que enfrentar el hecho de que sus ban­cos tienen préstamos in­cobrables por400.000mi­llones de dólares y, por lo tanto, el peligro de un de­rrumbe monetario. Sea que Estados Unidos vuelva a aumentar su tasa de inte­rés para defender al dólar, sea que no lo haga para evi­tar una recesión o crisis in­dustrial; en cualquiera de estos dos casos, la convul­sión financiera internacio­nal y la guerra comercial deberán acentuarse, perju­dicando enormemente las posibilidades de las nacio­nes más débiles.


No menos importante es el principio de dislocamiento en el Mercosur que provocan las medi­das que se han tomado, tanto en Brasil como Ar­gentina, para superar el déficit comercial, como los impuestos o restric­ciones a las importacio­nes. La devaluación brasile­ña constituye por sí sola un desmentido a la viabilidad del Mercosur y anuncia una devaluación argentina.


La falta de convicción en las medidas que ha ido to­mando Cavallo durante la crisis se ha reflejado en la creciente aceptación que tie­ne Bordón en los círculos de la gran burguesía y en la defec­ción de radicales al Frepaso. Por eso, precisamente, Bor­dón acaba de votar en el Se­nado la ley de quiebras, que autoriza a suspender los de­rechos laborales, y se apresta a votar el impuestazo, ea de­cir la confiscación del pueblo trabajador.