Sindicales

26/5/2011|1178

La crisis con Brasil y los trabajadores metalmecánicos

El conflicto entre Argentina y Brasil -en torno del comercio entre ambos países- sirvió para prender una luz roja en la economía cordobesa.

La mayor parte de los sectores involucrados, de una u otra manera, estableció su “preocupación” por la situación. Lo hizo la patronal autopartista y también la burocracia del Smata local. Pero ningún funcionario del gobierno, así como Juez y su legislador Bischoff (de Fiat) consideraron necesario abrir la boca, a pesar de la proclamada dependencia de la economía provincial de la producción automotriz. Mientras, las patronales insistían en que la continuidad de la crisis imponía empezar con suspensiones y en algunas autopartistas cortaron las horas extras.

Independientemente de algún acuerdo momentáneo que destrabe el conflicto, las razones del mismo superan ampliamente la caracterización de un episodio circunstancial o limitado a medidas puramente aduaneras. La crisis en el comercio entre Argentina y Brasil es la expresión latinoamericana de la crisis mundial y, más específicamente, de que ésta se concentra en una “guerra comercial” y, por lo tanto, de una lucha “entre monedas”.

El silencio de los “líderes políticos” de la provincia frente al problema (oficialistas u opositores) desenmascara su impotencia e incapacidad frente al tsunami de la crisis capitalista, por un lado, y su disposición a actuar como trasmisores de esa crisis a las masas.

Un programa de defensa de los trabajadores

La burocracia del Smata no salió de manifestar su preocupación, sin señalar cómo los trabajadores debían intervenir en el desenvolvimiento de la crisis.

Está fresco aún en la memoria colectiva cuánto costó el anterior “episodio” de la crisis mundial. En ese momento, las suspensiones se confirmaron como la antesala de los despidos, destinadas fundamentalmente a sacar a los trabajadores de las plantas e impedir una acción generalizada. Como resultado hubo más de 2.000 despidos directos en la industria metalmecánica local. La recuperación de esos puestos trajo como contrapartida un aumento de los ritmos de producción y de la precarización laboral: contratos a través de la consultoras (agencias de empleo), rotación de los trabajadores, tercerizaciones, etc.

Dragún y Tello (los dirigentes del Smata) fueron los encargados de hacer pasar las suspensiones y luego comandar las condiciones de la recuperación, pero esta política patronal de la dirección del gremio no ha sido gratuita: en las fábricas mecánicas (fundamentalmente VW y Renault) existe una profunda deliberación obrera, cuya característica común es el repudio a la burocracia sindical. En VW se manifestó abiertamente cuando ésta perdió enterito el cuerpo de delegados a manos de una lista armada entre los activistas de las secciones.

Hay que aprovechar el estado de deliberación para desarrollar una política obrera frente a la crisis, que debe partir de la defensa de las condiciones de vida de los trabajadores.

La cuestión salarial ocupa un lugar central en el debate y el planteamiento debe ser, además de la exigencia de un básico igual a la canasta familiar, la actualización mensual en función del costo de vida, así como la eliminación del impuesto a las ganancias sobre los salarios obreros.

El otro aspecto es oponer a las suspensiones el reparto de las horas de trabajo sin afectar el salario. Esta medida es clave para impedir que los trabajadores sean separados de su lugar de trabajo y divididos entre sí.

La garantía laboral por parte de las patronales debe ser extendida al conjunto de los trabajadores empleados en la planta, independientemente de quién sea el empleador; hay que rechazar la desvinculación de las patronales de los trabajadores tercerizados o contratados por consultoras.

La presencia obrera en los lugares de trabajo es la garantía para impedir los despidos, para si éstos se producen, hay que proceder inmediatamente a la ocupación de las plantas y exigir su expropiación sin compensación alguna.

Nos dirán que la crisis no tiene solución, porque por último no se puede “obligar a Brasil” a que compre autos. Pero la dependencia de Brasil no es un “fatalismo”, es el resultado de la asociación de los gobiernos con las multinacionales que tienen plantas en ambos países, aprovechando las ventajas de uno y otro. En ese cuadro, la industria automotriz local se convirtió en una armaduría.

La intervención obrera independiente de los intereses capitalistas puede refuncionalizar las fábricas en función de un desarrollo industrial ligado a las necesidades de la población.