Políticas

23/5/2002|755

La crisis con los bancos puede terminar con Lavagna (y Duhalde)

¿Cómo se sale de la crisis?, le preguntó Radio del Plata a Ricardo Hausmann, el economista banquero que defendió la dolarización y que el año pasado pidió a gritos la desdolarización y devaluación del peso. La respuesta fue simple: “Haciendo que la pérdida la paguen los depositantes” (reproducido por BAE, 16/5).


Justamente en torno a esta confiscación total de los ahorristas se desató una fenomenal crisis en el gobierno. El Fondo Monetario, Mario Blejer, del Banco Central, los bancos y los economistas a sueldo de todos estos sectores, le bajaron el pulgar al plan de Lavagna. El ministro de Economía quería que se permitiera usar el dinero de los plazos fijos reprogramados (corralón) para la compra de casas, autos y acciones, a fin de favorecer los intereses de grandes grupos económicos industriales y comerciales, como las automotrices, las inmobiliarias y el negocio bursátil. Este “canje” de depósitos por activos significaría una pérdida descomunal de los ahorros, que se encuentran pesificados a 1,40 pesos cuando el dólar ya está en 3,50 pesos. Una pérdida en dólares de más del 60%.


Semejante “plan” llevaría a un inmediato desplazamiento de los bancos más débiles en beneficio de los más fuertes, toda vez que los fondos que saldrían de los primeros volverían, aun “acorralados”, a los segundos; por otro lado, se produciría también un pasaje de ese dinero a las cuentas a la vista y luego a la compra de dólares. Como los bancos no están dispuestos a reponer esa salida de fondos con aportes propios, el Banco Central debería darles redescuentos (préstamos), o sea una emisión de dinero que iría a la compra de dólares, o en su defecto a suspender la operatoria de los bancos, como pasó con el Scotiabank y ahora con los tres bancos del Credit Agricole (Entre Ríos, Suquía y Bisel). Una mayor disparada del dólar confiscaría aún más a los ahorristas y desataría una mayor inflación.


El planteo del FMI y los banqueros es, entonces, darles a los ahorristas el bono a 10 años, y hasta un bono a una parte de las cuentas a la vista. De esta manera, los depósitos quedarían retenidos por una década o, alternativamente, serían objeto de una confiscación más directa aún, si los ahorristas los venden de inmediato con una pérdida calculada en un 80% del valor de los depósitos al 31 de diciembre pasado. A su vez, los bancos se cobrarían la deuda que el Estado tiene con ellos en Préstamos Garantizados, pues éstos serían transformados en el plan Bonex para los ahorristas. “Un plan Bonex obligatorio permite que los bancos se desprendan de los plazos fijos que deben comenzar a devolver a partir de 2003 y de activos de dudosa cobrabilidad, los bonos del Estado” (El Cronista, 17/5). En otras, palabras los bancos cobran al 100% los bonos que valen 30 y le dan a los ahorristas un bono que vale 30 por un depósito que vale 100.


Pero Lavagna y compañía ya hicieron saber que no estaban dispuestos a semejante plan, no porque confisque a los ahorristas sino porque la implementación de ese plan implica subir la deuda “en 34.000 millones de dólares” (Clarín, 19/5). Además, ese plan lleva también a una caída de bancos porque achica de tal modo el negocio bancario que sólo habría lugar para la permanencia de una decena de bancos y no 85 como hay hoy.


Lavagna o Blejer encarnan así posturas divergentes, pero tienen en común una confiscación descomunal en perjuicio de los ahorristas. Otro resultado, en ambos casos, sería el despido de miles y miles de empleados bancarios.


Por eso, la disyuntiva para evitar una expropiación de los ahorristas es la confiscación del capital bancario.