Políticas

4/8/2008|893

La crucifixión de Cristo no va a resucitar a Ibarra


El jueves santo, conducida por Bergoglio, se ofició la misa crismal (¿que querrá decir esto?) en la Catedral Metropolitana. Presuroso, el Gobierno de la Ciudad, que por la tarde fue incapaz de colocar baños químicos para las decenas de miles que repudiamos el golpe del '76, se hizo cargo de la colocación de las alfombras rojas para que los pies de los inquisidores y viejas beatas que allí concurrían no se contaminasen con el pavimento.


Pero eso es un pequeño detalle, porque para el “lavado de los pies”, por parte del obispo, fue elegida la Maternidad Sardá, hospital público y municipal ubicado en Parque Patricios. No hay que ser muy despierto para darse cuenta de que se trató de una nueva provocación en la campaña eclesiástica contra el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo o, como dijo Bergoglio, “en las embarazadas celebramos la próxima resurrección del Señor”.


O sea que cualquiera que defienda el derecho al aborto sería, para estos oscurantistas, responsable de la crucifixión de Cristo. ¿Pero hubiera podido Bergoglio haber realizado esa ceremonia, sobre todo con la actual crisis, en una maternidad pública sin el conocimiento y el consentimiento de Ibarra y Stern (secretario de Salud)? Seguro que no. Los hospitales públicos, que son financiados por la población, ¿deben destinarse a este tipo de actos? ¿Qué pasaría si el Plenario de Mujeres Trabajadoras o cualquier organización democrática pretendiera hacer uso de las instalaciones de la Sardá para defender el derecho al aborto legal y gratuito?