Políticas

3/12/1998|610

La desintegración del Mercosur

Ya nadie disimula que el Mercosur está paralizado por sus contradicciones internas y por el impacto de la crisis eco­nómica internacional.


“En términos comercia­les, no estamos pasando por un buen momento en el Mercosur en la relación con Brasil”, admitió diplo­máticamente Roque Fernán­dez (Clarín, 15/11). Más lejos fue el ex-secretario de Comer­cio, Elvio Baldinelli, quien sostuvo que si Brasil no anula las restricciones a las exporta­ciones argentinas “se acabó el Mercosur” (Clarín, 8/11). Como Brasil no las va a anu­lar, para todo un sector de la burguesía argentina, al me­nos, el Mercosur camina a su desintegración.


Sorpresas


Tanto el gobierno argenti­no como el brasileño pensaron al principio que la crisis del sudeste asiático beneficiaría al Mercosur con un desplaza­miento de capitales hacia la región, lo cual lo colocaría en la cresta de la ola del capitalis­mo mundial. “Hacia la se­gunda mitad de 1997, algu­nos analistas pensaban que el Mercosur transita­ría la crisis internacional sin grandes dificultades y parecía razonable pensar que podría convertirse en uno de los ‘ganadores’ del proceso”, admite una recien­te publicación de la Cancille­ría argentina (Centro de Eco­nomía Internacional, octubre 1998).


Sin embargo, como esa mis­ma publicación reconoce a renglón seguido, la realidad pasó por otro lado, “poniendo en duda las perspectivas de crecimiento de los paí­ses en desarrollo —y obvia­mente los del Mercosur— con sus consecuencias ne­gativas sobre la perfor­mance fiscal, el empleo, el comercio intrazona y la captación de inversiones, en un contexto global poco propicio para la inversión de riesgo en las economías emergentes” (ídem). Así, los ‘grandes estrategas’ de la burguesía argentina pasaron a caracterizar al Mercosur, no más como un trampolín que se despegaba de la crisis sino que marcha a la bancarrota.


La situación de recesión económica es profunda. En Brasil, la producción indus­trial cayó en octubre el 9,7% y en la Argentina el 6,4%. Algu­nos analistas pronostican que en el primer trimestre de 1999 el producto brasileño caería el 7%. También está en caída el producto argentino desde julio pasado.


En medio de una recesión tan profunda, la recaudación de impuestos deberá caer aún más, agravando los déficits fis­cales, a lo que hay que añadir el aumento de los intereses de las deudas anteriores, interna y externa.


Por esa razón, la mayoría de los economistas internaciona­les considera que el llamado “ajuste brasileño”, que tiene el apoyo del FMI, marcha a una crisis.


Por ejemplo, Guillermo Cal­vo acaba de decir que “lamen­tablemente, es difícil tener confianza en este plan (bra­sileño), pues la recaudación impositiva esperada se basa en una hipótesis opti­mista del crecimiento en 1999. Además, los fondos del FMI y G7 son pequeños en relación con la deuda que vence en el corto pla­zo”.


La deuda interna brasileña supera los 300.000 millones de dólares, “de los cuales el 45% vence en plazos de 6 meses a un año” (Banco Bilbao Viz­caya). Después del paquete del FMI, Brasil siguió perdiendo reservas. En octubre, después de la re-elección de Cardoso, se fueron 3.600 millones de dóla­res, perdiendo así en tres me­ses divisas por 35.000 millones de dólares, casi equivalente a toda la ‘ayuda’.


Según los datos del primer semestre de 1998, los déficits fiscales de los cuatro países del Mercosur suman 75.000 millo­nes de dólares anuales (el de Brasil es de 60.000 millones) y amenaza fácilmente pasar la barrera de los 90.000 millones. En Argentina ya se admite que no se va a cumplir con el déficit fiscal pautado con el FMI y que habrá que pedir el consabido ‘perdón’. Cavallo admitió que el déficit no bajará de los 8.000 millones, más del doble de lo proyectado.


El déficit regional de la ba­lanza de pagos de 1998 es de 50.000 millones. Esto significa que el Mercosur necesita recibir esa suma en finaneiamiento ex­terno, en momentos en que las principales fuentes de présta­mos están cortadas. En parte, tanto Brasil como Argentina es­peran cubrirlo con privatizacio­nes, como la venta de acciones de YPF y del Banco Hipoteca­rio, pero eso sólo traslada el problema, no lo resuelve.


Como hay recesión y déficit comercial, y no hay financiamiento externo, Brasil comen­zó a cortar las importaciones, inclusive las provenientes del Mercosur, apelando a medidas administrativas y hasta sani­tarias. Como el achique del déficit comercial se hace a ex­pensas de los demás países, tanto Argentina, como Uru­guay y Paraguay exportan me­nos, con lo que agravan sus propios déficits comerciales.


Pero las restricciones al co­mercio en un ‘mercado co­mún’ es un contrasentido. Por eso Baldinelli dice que sí, cada vez que hay un problema, los socios del Mercosur ponen ‘ba­rreras’ al comercio, se acabó el Mercosur.


Choques


Detrás de estas ‘barreras’ hay, además, una feroz lucha por determinar qué sectores de la burguesía absorben el peso de la crisis, agravando la lucha intercapitalista en sectores claves como el automotor, el siderúrgico y el de autopartes.


Techint, por ejemplo, de­nunció a la siderúrgica brasile­ña CSN por ‘dumping’. A la vez, acusó al gobierno brasile­ño de haber favorecido el ingre­so de la francesa Usinor en la siderurgia Acesita y Tubarao, para rivalizar con Techint en el mercado de la chapa y los tu­bos.


El régimen automotor, que debió haber sido acordado hace un año, está en crisis. Las ter­minales radicadas en el Merco- sur quieren una protección arancelaria del 35%, la cual eliminaría cualquier compe­tencia externa, y que además puedan traer modelos subsi­diados a través de aranceles más bajos.


Pero ni esto podría eliminar la crisis automotriz y la feroz lucha intercapitalista porque, como lo admitió la Fiat, no hay lugar para 10 terminales sino apenas para cuatro (Clarín, 29/11).


Parálisis


Ante esta situación, “los problemas a enfrentar son múltiples y las circunstan­cias no son las más propi­cias. La limitación para ha­cer uso de instrumentos de política económica es im­portante y el escenario in­ternacional es crítico. No es el momento para los gran­des cambios”, dice el documento de la Cancillería argenti­na. Rezar y esperar, a eso se resume la estrategia de las burguesías brasileña y argentina.