Políticas

28/10/2010|1152

La despedida

El viernes 22, a las 11 de la mañana, ingresaba al cementerio de Avellaneda el cortejo con los restos de Mariano Ferreyra. Rodeado por sus familiares -su papá, su mamá, su hermano Pablo, su hermana Rocío y luego por una guardia de honor de compañeros del Polo y del Partido que preservaron la intimidad de la despedida, Mariano fue llevado a su lugar en un panteón, cubierto con una bandera del PO.

Hubo un silencio enorme y extendido -“un silencio de profundo respeto”, dijo alguien, que sólo fue quebrado al final, por el grito de “Mariano, presente, ahora y siempre”. Luego, una larga cola comenzó a moverse para acercarse al féretro.

Más tarde, en la puerta del cementerio, un acto de despedida reunió tres testimonios que fueron, cada uno en sí mismo, un mensaje entrañable de afecto, de experiencias sobre quién era Mariano y del lugar que ocupa la lucha por el juicio y castigo a su asesinato.

Jorge Altamira denunció la campaña de confusión que el gobierno estaba montando en ese momento. Altamira convocó al compromiso con lo que el propio Mariano hubiera exigido en circunstancia semejante: la continuidad de la movilización hasta quebrar el brazo del gobierno y la burocracia sindical, empeñados en preservar la verdadera asociación ilícita que organizó el asesinato.

Sergio, delegado general de la gráfica Morvillo, relató la asamblea que organizaron en la planta para explicar quién era Mariano y por qué había caído, y la decisión unánime de la asamblea de parar y marchar (más de sesenta compañeros) a la movilización de Congreso a Plaza de Mayo. En la marcha del jueves 21, el dato más importante había sido la presencia obrera -organizada y espontánea.

Mauro, de la UJS, recordó que Mariano, cuando se creía que la movilización había terminado, antes del ataque de la patota, balanceaba la jornada de lucha con estas palabras: “Aunque no hayamos cortado las vías, es un paso adelante en la medida en que avance la organización y la conciencia de los trabajadores”.

Este era Mariano Ferreyra. También el del estudio, el de la pasión por el arte, el del oficio de tornero, un tipo inmensamente humano.

Hasta la victoria, siempre.