Políticas

25/2/1999|617

La dolarización

Cuando hace tres semanas el presidente del Banco Central, Pedro Pou, anunció que el gobierno estaba estudiando el reemplazo del peso por el dólar, dio como razón que, después de casi una década de convertibilidad, el riesgo de una devaluación del peso continuaba encareciendo los intereses que la Argentina debía pagar por las deudas que contraía en el mercado internacional. Esta mayor tasa de interés es en la actualidad del 140%, pues la última colocación de bonos argentinos fue efectuada al 12,5% de interés cuando el bono del Tesoro norteamericano, a los mismos plazos, rinde apenas un poco por encima del 5%. Aunque el peso y el dólar estén uno a uno, esta diferencia de tasas de interés significa que, en el mercado de préstamos las monedas nacionales de la Argentina y Estados Unidos se cotizan en forma diferente: no uno a uno sino que cada peso vale cuarenta centavos de dólar, o que cada dólar vale 2,50 pesos (en circunstancias normales, la tasa de interés es de 5% para Estados Unidos y 8% para la Argentina, lo que da que un dólar es 1,60 pesos y un peso es 0,65 dólares). Porque para sacar los doce centavos y medio que da un bono argentino, en Estados Unidos alcanzaría con colocar cuarenta centavos, mientras que para obtener los cinco centavos que da un bono norteamericano, en la Argentina haría falta invertir dos pesos y medio. En definitiva, el peso argentino se está cotizando a un precio mayor de lo que vale; se cotiza 1 a 1 con el dólar, pero sólo vale 0,40 dólares. Comprar con pesos en Estados Unidos es, entonces, barato, mientras que hacerlo con dólares en la Argentina, es caro. A la Argentina le resulta conveniente comprar y difícil vender; el capital extranjero hace más plata aquí que donde reside su casa matriz. La consecuencia es que el déficit de cuentas exteriores de Argentina es de 17.000 millones de dólares al año, que se financian con préstamos, no del 5% de interés anual sino del 12,5%. La Argentina se endeuda a tasas usurarias al mismo tiempo que vende menos de lo que compra. Esto significa que tarde o temprano se declarará en bancarrota. La dolarización expresa la bancarrota de la convertibilidad.


Del ‘plan Cavallo’ a dolaricemos todo


La sangría de recursos comerciales y financieros, que la convertibilidad no ha podido detener sino que ha agravado, es la razón que esgrimen Pou-Menem para plantear la dolarización. Los verdaderos autores de la propuesta son otros, sin embargo: Cavallo, el ex viceministro Rodríguez y el ex viceministro de Cavallo, Llach. La expusieron reiteradamente el año pasado cuando pensaron que la crisis asiática derribaría a todas las monedas menores para dejar solamente tres zonas de divisas: el dólar, el euro y el yen. Cavallo y Llach ahora se han echado atrás sin otra explicación que la de que sólo se habían referido a una perspectiva de larguísimo plazo. Probablemente se deben haber dado cuenta de que la crisis mundial amenaza tirar abajo incluso al dólar, al yen y al euro, es decir que se convertirían en instrumentos directos de competencia comercial mediante una onda de devaluaciones y medidas proteccionistas.


Muchos comentaristas han señalado, acertadamente, que la dolarización no resolverá la debilidad estructural de la moneda argentina frente a la de los países desarrollados, porque el problema no está en la moneda sino en los países. La diferencia de solidez entre las monedas refleja la que existe entre la estructura capitalista y los capitales de unos países y otros. Prestar al Estado o a un capitalista argentino siempre acarreará una tasa de interés mayor que al Estado o a un capitalista norteamericano. Estas diferencias ocurren dentro de los mismos países, ¿por qué no habrían de manifestarse entre una nación y otra? Esto demuestra, digamos de paso, que el valor de una moneda, como el de cualquier mercancía, es sólo una media, que fluctúa en forma constante, de modo que cuando se habla de precios o valores fijos, o precios y valores estables, simplemente se está macaneando, no importa que se refieran a monedas, salchichas, cohetes, a la tasa de ganancia o a la fuerza de trabajo.


Pero una dolarización no sólo acarrearía una sustitución de moneda sino de sistema financiero. Es que el emisor de moneda es el banco central del país respectivo, que emite cuando compra títulos del gobierno o cuando descuenta valores que le entregan los bancos, y absorbe la emisión cuando vende títulos y cuando los bancos le devuelven lo recibido en préstamo. En caso de una dolarización argentina, ni el Estado ni los bancos tendrían la posibilidad de financiarse en el banco central norteamericano, deberían hacerlo por intermedio de los bancos internacionales como ocurre en la actualidad, a las mismas tasas de interés que lo están haciendo ahora. En lugar de los planes del FMI, la cantidad y la calidad de los préstamos a la Argentina pasaría a ser supervisada directamente por el banco central norteamericano. La consecuencia de esto no podría ser más rotunda: la financiación de los capitalistas argentinos que compiten con los capitalistas norteamericanos dependería del banco central norteamericano. Dolarizar la economía significa, por lo tanto, declarar formalmente la bancarrota y autorizar a los acreedores a rematar los bienes del quebrado. Esto ocurre también dentro de los Estados Unidos, pero allí los capitalistas tienen la posibilidad de presionar al poder político para obtener su rescate. El banco central es una institución del Estado, de modo que si Argentina no integra los Estados Unidos no tiene derecho al pataleo ante su banco central.


A los yanquis no les interesa, por ahora


Para la burguesía norteamericana la dolarización económica representa, por todo lo expuesto, una gran ventaja, ya que le ofrece la posibilidad de apropiarse de los países competidores. Pero hasta tanto esa posibilidad se consuma los riesgos también son enormes. Ocurre que una moneda no representa otra cosa que los valores de los activos de un país. Si las naciones económicamente atrasadas o las que se encuentran en bancarrota recibieran la autorización para circular dólares, la cotización internacional de éste se vería muy afectada, porque los nuevos dólares en circulación representarían activos de menor valor. La dolarización estaría actuando como un factor de rescate de esas economías, no como factor para que sean apropiadas por la burguesía norteamericana. Estados Unidos estaría emitiendo dólares para financiar una circulación de mercancías y de capitales de valor inferior a la media norteamericana o mundial, o sea que estaría desatando un proceso inflacionario contra su propia moneda. De esto se beneficiarían las grandes potencias rivales —Europa y Japón—. Existiría el riesgo, además, de que, ante una crisis, los países afectados decidan des-dolarizar la economía; caería el precio del dólar. Es lo que puede ocurrir a partir de la creación del euro, si el sobrante de reservas en dólares que se ha creado como consecuencia de la instalación de un fondo de reservas monetarias único para toda Europa, se volcara a la venta.


Una dolarización significaría, claro, el fin del Mercosur, porque eliminaría cualquier posibilidad de coordinar las políticas económicas con Brasil y transformaría a la Argentina en un caballo de Troya norteamericano en la economía brasileña. Sólo un derrumbe sin precedentes podría obligar a Brasil a someterse a una tutela monetaria completa de los Estados Unidos.


Desde Rivadavia, sólo saben devaluar


¿Pero a qué tipo de cambio imaginan Menem-Pou que debería hacerse la dolarización? Seguramente que 1 a 1, pero hemos visto que el peso vale 40 centavos de dólar. Quienes se endeudaron en pesos a muy altas tasas de interés, serían simplemente estafados si se los obliga a reconocer una deuda en dólares. A un cambio de 1 a 1, a un cambio caro para el peso, continuaría el déficit corriente con el exterior y seguiría creciendo la deuda externa. La anexión monetaria a los Estados Unidos significaría eliminar el proteccionismo que aún existe, sin que los norteamericanos estén obligados a hacer lo mismo. La Argentina sufriría un proceso de desmantelamiento industrial similar al de Alemania Oriental cuando la anexó Alemania oeste, también a un cambio ficticio de 1 a 1. Es decir que una dolarización supone una devaluación previa; el cambio se haría, no 1 a 1 sino digamos 1 peso a 0.50 de dólar y los contratos en pesos se ajustarían a los nuevos valores y a nuevas tasas de interés. La Argentina se dolarizaría con salarios un cincuenta por ciento menores, y con una masa de pesos en circulación y depósitos en cuenta corriente que pasarían a valer la mitad de las reservas en dólares que hoy las respaldan. Una vez hecho el cambio entre reservas y pesos, el Estado argentino habría ganado una enormidad, porque 28.000 millones de dólares en reservas sólo tendrían que cancelar 14.000 millones de pesos en circulación —la mitad—. Este ‘sobrante’ o estafa, podría usarlo para pagar la deuda externa o para socorrer a pulpos en crisis.


La prueba de un empantanamiento total


Es decir que la dolarización va asociada con la devaluación, no es su contraria, como quiere hacer creer el oficialismo. Juntas ‘son dinamita’, es decir que pulverizarían al gobierno menemista. El debate de la dolarización expresa la completa impasse en que han caído el gobierno de Menem, el estado capitalista, la economía argentina, la convertibilidad y el llamado plan Cavallo. Para que esa impasse se convierta en debacle sólo hace falta un empujoncito de la crisis mundial. Esta es la situación. El stock de espejitos de colores se agotó hace bastante tiempo.