Políticas

12/4/2007|987

La inflación no para ni va a parar

Moreno en la cuerda floja (y el gobierno colgado de ella)

El gobierno terminó por reconocer el fracaso de su llamada política antiinflacionaria cuando a fines de enero intervino el área de precios del Indec.


Ante el continuo incremento de los precios, en algunos casos burlando los controles oficiales de precios y en otros con la autorización de la Secretaría de Comercio Interior que dirige Guillermo Moreno, Kirchner ordenó controlar, o más bien manipular, los índices de precios. Esa manipulación también hizo agua, como se ve en las marchas y contramarchas que tiene que pegar el Indec cada vez que difunde una estadística, y en el repudio generalizado que provocó la intervención en el Indec.


De esta manera, todos los meses, el Indec informa una inflación menor a la real a través del expediente de no registrar o registrar aumentos menores en el turismo, en las prepagas, en colegios privados, en los alquileres, en las verduras y frutas, en carnes, etc., etc. La última truchada ocurrió en marzo cuando el Indec intervenido informó que la canasta de alimentos básicos había subido el 3,6% y desde Calafate, donde se refugió durante más de una semana por la movilización docente, Kirchner ordenó recalcular este valor, por supuesto hacia abajo.


Aún con todas estas truchadas, en los últimos seis meses, los precios de los alimentos básicos aumentaron el 11%, o sea a un ritmo del 23% anual, poniendo al desnudo la pretensión antiobrera del gobierno de que los sindicatos firmen los convenios con un alza del 15% anual.


Todos estos aumentos de precios tuvieron lugar en un período en que no hubo prácticamente discusiones salariales ni se firmaron convenios de trabajo de importancia. Esto demuestra que los salarios no empujan la inflación sino que corren, y a una gran distancia, detrás de los precios.


La inflación kirchnerista


La inflación, que cada vez se descontrola más, no sólo se debe a los “empresarios inescrupulosos” sino a la política económica oficial. El eje de la política kirchnerista es contar todos los años con un superávit fiscal no menor al 3% del PBI —20.000 millones de pesos— para pagar la deuda y eso se logra mediante un inflación alta y un dólar alto, que le permite al gobierno recaudar más IVA, más aportes jubilatorios, más impuestos al comercio exterior.


Al mismo tiempo, al asegurar el pago de la deuda, el gobierno sostiene la cotización de los bonos o títulos públicos, que ofrecen así un rendimiento financiero que no se obtiene en otras partes del mundo. Ese rendimiento financiero actúa como referencia de rentabilidad para el resto de los capitalistas. Ese es uno de los motivos que llevó al aumento incesante del precio de las propiedades que, en dólares, supera a la época del 1 a 1.


En otras palabras, el gobierno es el principal promotor de la “inflación de activos” que atrae incluso a los capitalistas de otras partes del mundo que ingresan sus dólares para comprar bonos y propiedades, aumentando aún más el precio de los bienes y de los inmuebles. Ese mayor ingreso de dólares lleva a que el Banco Central emita más pesos para comprar dólares, lo obligue a absorber esa mayor emisión con títulos propios que pagan un mayor interés, alimentando la inflación. De este modo, las abultadas reservas del Banco Central están hipotecadas por la emisión de títulos del propio Banco Central. Al mismo tiempo, el ingreso de dólares tira hacia abajo la política del dólar alto, e incrementa los beneficios en dólares de la especulación financiera.


Por este conjunto de factores, que se agrega a la polarización de la lucha de clases y la crisis internacional, todo este circuito inflacionario —que no es mayor por los subsidios que a diario Kirchner aprueba para los distintos sectores capitalistas— marcha a una gran crisis, cuando todavía el gobierno no lanzó el tarifazo de luz, gas, teléfonos y transporte, que espera concretar pasadas las elecciones.


Primero, la clase capitalista industrial está perdiendo una parte de su rentabilidad extraordinaria por el incremento de los precios internos en dólares, y ya lanzó sus dardos para frenar la importación brasileña y china. Al mismo tiempo, está remarcando los precios por la suba de las tarifas y de los costos provocados por la inflación, realimentando la espiral inflacionaria.


En segundo lugar, el boom de la construcción tocó techo y la “inversión” viene estancándose porque a 1.000/1.200 dólares el metro cuadrado, no hay demanda que pueda avalar esos precios. Al desacelerarse esta fuente de ganancias especulativas, los especuladores ya están volviendo a apostar a los bonos, en especial a los que se ajustan por la inflación (CER) porque “descuentan” una gran crisis con los precios.


A pesar del entreguismo de la burocracia, que se desespera por firmar los acuerdos salariales, las principales paritarias no pudieron cerrar porque, con la inflación actual y el 15% que pretende el gobierno, la burocracia teme un fuerte repudio del movimiento obrero. Aunque la burocracia va a firmar esos convenios de cualquier manera (en especial a cambio de prebendas, como hizo Zanola en Bancarios), el cepo salarial ya quedó triturado por las movilizaciones docentes que ni la represión ni Yasky lograron levantar.


Redistribución, las pelotas


El fracaso de la política kirchnerista se expresa con claridad hasta en las cifras oficiales de la pobreza y distribución de ingresos. Los propios datos del Indec muestran el fraude de este caballito de batalla del kirchnerismo y la CTA.


En el último año, “el desempleo y la pobreza se redujeron porque hay más gente trabajando. Pero como reciben salarios bajos, la distribución se mantuvo igual o empeoró”, según opinó Agustín Salvia, de la Universidad Católica (Clarín, 28/3). Lo mismo sostuvo Levy Yeyati, de la Universidad Di Tella: “El ingreso aumentó no porque aumentaron los salarios sino las horas trabajadas” (Cronista, 4/4), lo que significa mayor explotación física del trabajador. Hasta el kirchnerista Artemio López sostuvo que “en materia distributiva, nada cambió demasiado. O sea, venimos mal y seguimos así” (ídem, Clarín).


El milagro kirchnerista no son, entonces, los datos de crecimiento que elogian los diarios, algo común a toda América Latina por el ciclo internacional favorable. El “milagro” del crecimiento kircherista consiste en haber logrado mantener la distribución de ingresos de los ’90, y en mayores niveles tanto de pobreza como de indigencia con relación a la “nefasta” década de los ’90, en medio de un ciclo económico internacional muy favorable por los altos precios internacionales. Ese es el servicio de Kirchner a la clase capitalista —a los Techint, Aluar, Banco Macro o Credicoop— que lo sostiene


Ahora, que este ciclo internacional comenzó a tambalear, por la crisis norteamericana, las contradicciones y fracasos de la política kirchnerista se harán más evidentes y explosivas.